Daniel

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Sonrío con amplitud al recordar lo que acaba de suceder. Aminoro la velocidad de mis pasos y miro a ambos lados de la calle. Cruzo y dejo escapar un suspiro. Y yo que pensaba que iba a ser un día de mierda, empezando con que el mecánico que está revisando mi coche me avisó hace un par de horas, que mi auto no estaría listo sino hasta la tarde. Lo más frustrante del caso es que ya iba de camino al concesionario cuando recibí su jodida llamada.

Tampoco he podido pegar un ojo en toda la noche, pensando en el montón de cosas que tengo que hacer antes de viajar a Canadá para la boda de mi hermana. Aunado a todo esto, tengo que rodar una escena en un par de minutos junto a una de las actrices más egocéntricas del mundo, pero tengo que hacerlo porque mis fans lo piden a gritos desde hace mucho tiempo. Además, la paga es muy buena. No todos los días te pagan diez mil dólares por una hora de tu tiempo.

Mi móvil suena, sacándome de mis cavilaciones. No me molesto en mirar la pantalla porque sé a la perfección quien es.

—Ya voy llegando, Ryan. En diez minutos estaré allí —le digo a mi amigo, quien desde hace unos tres años es mi asistente.

—¡Gracias al cielo, Daniel! Acá todos me miran con cara de pocos amigos. Josh está a punto de perder la cabeza, pues Leah no deja de preguntar por ti. Sabes que a ella no le gusta esperar.

—Me importa una mierda lo que le guste o no a ella. El rodaje está pautado para las doce y treinta.

—¿Y qué hora crees que es? —inquiere Ryan.

Me despego el móvil de la oreja y miro la hora. Son las doce con cuarenta y cinco. Cierro los ojos con fuerza y vuelvo a poner el móvil en mi oreja.

—Mierda —digo entre dientes—. Ya estoy llegando —le indico al hombre que está al otro lado de la línea—. Tuve que tomar el subterráneo, porque el imbécil de Karl me avisó esta mañana que mi auto no estaba listo, y ya iba llegando al concesionario.

—¡Joder, Daniel! Me hubieses dicho y te habría pasado buscando.

—No te preocupes. Diles que ya estoy por llegar, que hubo un percance en el subterráneo y que estuve varado casi una hora mientras lo solventaban.

—Vale. Date prisa.

La llamada finaliza y no puedo reprimir mis ganas de reír por lo surreal de la situación. ¡Perdí la noción del tiempo entre los brazos de esa linda señorita! Y vaya que me la pasé muy bien. ¿Quién lo diría? Sexo duro y puro en el baño de la estación del metro. Vuelvo a sonreír como idiota, recordando los gemidos de Harper, muy cerca de mi oído.

No logro entender cómo es que me dejé llevar de esa manera. No es que no lo hubiese hecho antes, sino que jamás lo hice antes del trabajo, pues debo ahorrar todas las energías posibles. Pero hubo algo en esa mujer que me hizo despertar ese lado atrevido que solo muestro ante las cámaras.

¡Dios! Desde que la vi entrar al vagón, no pude dejar de mirarla, con esa inmensa preocupación reflejada en su rostro. Noté como ella me miraba y lo nerviosa que se puso cuando la atrapé haciéndolo. Su mirada fue tan penetrante, que tuve la sensación de ser sometido a un escáner. El rubor en sus mejillas, la delató. Saberme observado de esa manera, me encanta. Saber que soy el centro de atención, de cierto modo, me excita mucho.

Luego una cosa llevó a la otra, y después estaba corriendo por la plataforma de la estación, llevando a rastras a una asustada mujer, hasta un baño público, donde terminé teniendo sexo salvaje con una recién conocida. ¡Un polvo fascinante! Cabe destacar. Había olvidado lo bien que se siente estar con alguien porque así lo deseo y no por cumplir. Tener sexo, sin nadie que me mire, además de mi amante de turno, es algo que no sucede con mucha frecuencia, y cuando pasa, me gusta disfrutarlo al máximo. En los últimos días, tener relaciones sexuales se ha convertido en algo monótono y me urgía innovar. ¡Vaya manera en que lo logré! Vuelvo a sonreír, complacido, ante el deber cumplido.

Limerencia y FrenesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora