Harper

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Me detengo un momento y contemplo el semáforo que cambia de verde a rojo, y la luz del paso peatonal me indica que puedo atravesar la calle. Tomo una honda bocanada de aire y la suelto muy despacio. En medio de mi arrebato pasional, no me percaté que bajé del subterráneo dos estaciones antes de mi destino y por ende me toca caminar unas cuantas cuadras más, y no gracias. En tacones no llegaría ni a la esquina. No sin antes haberme ocasionado un esguince. Así que decido tomar un taxi, para poder llegar rápido. Levanto mi brazo y detengo un vehículo amarillo que me cobra veinte dólares por llevarme al lugar donde se supone debía estar hace dos horas. ¿Veinte dólares por un trayecto de solo ocho minutos? No por la distancia, sino por el tráfico. En fin, los doy como quien compra un par de alas. Lo importante es llegar antes que termine el acto de grado.

Durante el corto trayecto no puedo dejar de sentirme mal por haberme dejado llevar, en vez de haber salido corriendo de esa estación del metro y apresurarme a llegar a donde Henry, pero la sonrisa de idiota que se refleja en mi cara al recordar lo espectacular de estar con un adonis como Daniel, borra cualquier atisbo de culpabilidad de mi mente. No todos los días se puede una dar el lujo de estar con alguien así. De igual modo, por momentos, el pensamiento de que soy la peor hermana del mundo, no deja de carcomerme.

El auditorio de la preparatoria es grande, y está abarrotado de gente, así que tengo que hacer un gran esfuerzo para encontrar a mi madre y a mi hermanito, en medio de ese mar de caras. Mientras lo hago, no puedo dejar de pensar en Daniel, y en su forma de tocarme, besarme y... ¡Madre mía! El solo recuerdo hace que me ponga a mil. Me siento un poco confundida y por momentos llego a contemplar la idea de que lo he imaginado todo, pues este tipo de cosas no suelen sucederme a mí. Soy consciente de que soy todo lo contrario a lo que los hombres buscan.

¡Soy un desastre de pies a cabeza! Aunque bueno, este día estoy disfrazada de persona decente. Tal vez eso sea lo que le llamó la atención de mí, que no parezco un niño de doce años recién salida de una Comic Con.

Vamos a estar claros. No soy el tipo de mujer adicta a la moda, al maquillaje, a los accesorios costosos, incluso soy enemiga de pasar largas horas en el salón de belleza para terminar luciendo como una copia barata de una Kardashian. Soy despistada, olvidadiza y muy extravagante a la hora de vestir. Uso camisetas con logotipos de superhéroes de comics, mallas de colores chillones y zapatillas deportivas. Tengo una colección de converse de todos los colores en mi armario, además de Vans y Sk8-Hi. La mayoría de mis pantalones están rasgados a nivel de las rodillas, o muy desgastados. Casi nunca me peino, prefiero usar sombreros o gorros de lana. No suelo maquíllame. Solo uso una base humectante en mi rostro con protector solar para cuidar mi piel. Eso sí. Mi madre desde pequeña me enseñó a cuidar mi sistema tegumentario. Tener una piel perfecta, es un requisito indispensable en la cultura de mi mamá. Soy delgada, por mera genética, pues no hago ejercicios. Ni siquiera me gusta un poquito la física. De vez en cuando me gusta saltarme las reglas y llenarme de comida chatarra, aunque luego deba soportar los sermones de mi progenitora.

Henry en más de una ocasión me animó a salir del closet, ya que según él, reúno todos los requisitos de una lesbiana en potencia. ¡Y vaya que él no es prejuicioso! Sin embargo, no puede evitar percatarse que jamás he tenido un novio formal, aunque sabe a la perfección que no soy virgen, porque yo misma se lo confesé una vez que llegué borracha a la casa. Creo que sus dudas incrementaron a raíz de que mi mejor amiga de la preparatoria, Cinthia, y con la cual conservo una linda amistad a pesar de hayan pasado cuatro años de desde que nos graduamos de la secundaria, salió del closet, declarándose abiertamente homosexual.

No soy lesbiana. Aunque debo confesar que hay veces en las que me siento un poquito bisexual, sobre todo cuando de Helena Bonham Carter se trata. Pero digamos que la razón por la que no he estado en una relación duradera con un hombre, es porque no he conocido al amor de mi vida. Creo que poseo el don innato de fijarme en los chicos menos adecuados. Lara dice que soy adicta a las relaciones suicidas. Hasta la fecha, no entiendo lo que eso significa. Tampoco he querido averiguarlo.

Limerencia y FrenesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora