Harper

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Entrecierro los ojos y miro a mi hermano, mientras me llevo un poco de mis tallarines con pollo a la boca. No me gusta ver a Henry en este estado, quien a pesar de tener frente a él un plato repleto de raviolis rellenos de carne, su platillo favorito, no deja de mover el tenedor y darle vueltas a su comida, sin si quiera llevarse un poco a la boca. Él respira hondo y suelta un suspiro de golpe.

—De acuerdo —mascullo—. Me vas a decir, en este momento, ¿qué diablos te sucede? —lanzo una rápida mirada en dirección a la cocina, donde se encuentra nuestra madre. Hemos pedido comida para llevar en el restaurante predilecto de Henry, pero de igual modo, mi madre no puede quedarse quieta hasta ver que la cocina reluce de limpia.

—Nada. Estoy bien —musita mi hermano, sin molestarse en levantar la mirada para verme.

—Tú no estás bien ni nada parecido. Me di cuenta en la manera que miraste a Chris cuando salías del auditorio, también me percaté de la forma en que él te miró. Algo pasa entre ustedes. Lo vi con esos chicos, que sé, son unos idiotas que te molestaron durante el último año.

—Déjame en paz, Eun-Yeong. No pasa nada. En un par de días lo superaré —Henry agita la mano en el aire.

—¿Y que se supone que vas a superar si no tienes "nada"? —dibujo las comillas en el aire.

—Chris y yo nos peleamos hace dos meses, porque él y Katie se hicieron novios —susurra.

—¿QUÉ? —no puedo evitar vociferar.

—Baja la voz.

—¿Pero qué le pasa a ese tonto? —vuelvo a mi tono de voz normal—. Los amigos no hacen esas cosas. Los amigos...

—No quiero que mamá se entere que ya no somos amigos, por favor. Ella está muy ilusionada con hacer esa fiesta y...

—Perdiste la cabeza si piensas que voy a permitir que te sometas a esa tortura psicológica. Hablaré con mamá, para que en lugar de dar una "fiesta", donde tengas que verle la cara a ese par de idiotas, nos vayamos el fin de semana a acampar...

—¿Acampar? ¿De verdad, Eun-Yeong? —Henry me mira de soslayo—. Ya no soy un niño de doce. Además, si pienso tomarme un año sabático, antes de irme a la universidad, no puedo andar por allí haciendo cosas de niños.

—¡Oh vamos! A ti te gusta acampar. Podríamos...

—No quiero ir a acampar —contesta de manera tosca, pero sin levantar la voz. Se pone de pie—. Yo solo quiero estar solo. ¿Vale? —agrega y se da la vuelta, alejándose con rapidez.

—¡Sorpresa! —Exclama de repente mamá, quien aparece con una bandeja entre sus manos, donde se pueden apreciar tres suculentos volcanes de chocolate—. ¿Y Henry? —inquiere ella, echando un vistazo rápido al entorno.

—Dijo que se sentía muy cansado y subió a su cuarto, a dormir.

—No comió casi nada —observa que el plato de mi hermano está casi intacto.

—Tampoco tenía mucha hambre —me encojo de hombros. Eso de engañar a mi madre, por cubrir a Henry, es algo que no me agrada para nada, pero se tratan de mentiras blancas por un bien mayor. Mi madre ya tiene demasiados problemas en la cabeza como para agobiarla con más.

—Le hice su favorito...

—Guárdaselo para mañana. De seguro se lo comerá en el desayuno.

—¿Tú quieres el tuyo?

—No —niego con la cabeza—. Ya es muy tarde para meterle tanto azúcar al cuerpo.

—Los guardaré, entonces —musita mi madre.

—Déjame y te ayudo a terminar de lavar los platos —me pongo de pie, recojo los enseres de la mesa y sigo a mi mamá hasta la cocina.

—Deberías hablar con tu hermano —comenta—. Se ha estado comportando muy raro, en los últimos días.

—Es la adolescencia, mamá. Son los efectos secundarios de la pubertad —le comento, guiñándole el ojo.

—¡EUN-YEONG! —un grito proveniente desde el piso superior, hace que dé un respingo.

—Ve a ver que quiere tu hermano —musita mi madre.

—¿Querrá que lo arrope y le dé un besito de buenas noches? —bromeo.

Mi mamá sonríe.

Hago un gesto con la cabeza y me encamino hacia las escaleras. Subo dando largas zancadas. Mi hermano no es muy expresivo y si le ha dado un arrebato y desea hablarme de cómo se siente, no pienso perder la oportunidad.

—¿Qué sucede, monstruo? —vocifero mientras asciendo—. ¿Quieres que te lea un cuento para dormir?

No obtengo respuesta alguna, así que sigo caminando hasta llegar a la habitación de Henry Kwan Hadwin Sang.

—¿Qué pasa? —inquiero en cuanto empujo la puerta.

—Tienes una llamada —contesta él y extiende su brazo en dirección a mí, para entregarme su teléfono.

—¿Una llamada? ¿Para mí? —frunzo el entrecejo y miro de soslayo el aparatito—. ¿De quién?

Mi hermanito se acerca el móvil a su oreja.

—¿Cómo me dijo que se llamaba? —Silencio—. ¡Vale! —dice luego de unos cuantos segundos. De nuevo extiende su brazo hacia mí para darme el aparatito—. Un tal Daniel —se encoge de hombros.

¿Qué? Siento que mi corazón da un brinco y comienza a latir como loco dentro de mi pecho. Mis mejillas deben haber adquirido un color rojizo porque siento que me arden. Henry levanta una ceja y me mira de forma inquisitiva, agita el móvil en su mano para que lo agarre.

Tomo el celular con las manos temblorosas, y me comienzan a sudar de repente. Me lo llevo a la oreja.

—¿Diga? —contesto por inercia, dándome la vuelta y caminando hacia la puerta de la habitación para salir de allí.

—¡Hey! —Oigo que exclama mi hermano a mi espalda—. Me lo traes de vuelta cuando termines de hablar.

Me giro despacio y asiento con la cabeza.

Hola Harper, ¿qué tal? —La voz al otro lado de la línea hace que una sonrisa de idiota emane de mis labios—. Acabo de notar una cosa —prosigue—; no te regresé tu sim card, así que te estoy llamando para decirte que la tengo... y me gustaría... entregártela.

Lo normal es que el destino, el cosmos, o como sea que se llame, no sea tan piadoso conmigo, pero ¡joder! Esta vez me está retribuyendo de una manera asombrosa. Mi sonrisa se ensancha y mi corazón se acelera más.

—Hola, Daniel —pronuncio el nombre como si estuviera saboreando un suculento manjar.

Limerencia y FrenesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora