El reloj despertador suena a las siete de la mañana, en punto, emitiendo ese horrible pitido que tanto odia Harper. Estira la mano y de un golpe acalla el aparato del demonio. Se remueve entre las sábanas y refunfuña. ¡Joder! ¿Por qué dijo que sí?
«¿Es que acaso ese hombre no duerme? ¿Quién en su sano juicio sale a hacer un sábado por la mañana?».
«En realidad; miles de personas en el mundo, así que sal de la cama, perezosa». Le espeta la vocecita de su conciencia.
Vuelve a refunfuñar cuando logra incorporarse sobre la cama.
Los viernes y los sábados son sus días libres, pues de domingo a jueves trabaja incansablemente en la gasolinera que les heredó su padre, a ella, a Henry y a su madre.
En los últimos meses, las cosas han sido muy duras, y ya no tienen los mismos ingresos que antes, así que ella debe ingeniárselas para hacer turnos en la noche y prescindir de otro empleado, por un trabajo que muy bien puede hacer ella misma.
Su madre no está de acuerdo con que trabaje en horario nocturno, pero nunca está sola en la tienda. Ismat, un hombre de ascendencia keniana, de casi siete pies de altura y muy robusto, que trabaja con la familia desde hace más de diez años, le hace compañía durante las madrugadas. Él se encarga de los dispensadores de gasolina, ella de la tienda. Además, ella tiene un arma 9 mm detrás del mostrador, en caso de que un malhechor ingrese al establecimiento. Harper aprendió a usar armas de fuego siendo muy pequeña. Su padre le enseñó a usarla en una de sus tantas visitas al polígono de tiro. Como hija de un militar retirado, ella tiene cierta afición por las armas de fuego.
Sale de la cama, se lava la cara y los dientes. Se detiene frente a su armario y contempla con desgane su guardarropa. Tiene una gran variedad de camisetas de algodón, vaqueros desgastados, camisas manga larga de cuadros, suéteres de rayas y chándales. Rebusca para ver si encuentra algo más "femenino" y logra percatarse de un vestido primaveral de flores azules y blancas, que le llega un poco más arriba de las rodillas. Una prenda que hace muchos años no veía, así que lo agarra y lo huele para asegurarse que no huela mal. Por suerte, el olor no es desagradable, pero arruga la nariz al percatarse que está a punto de hacer algo que va contra su forma de ser.
¿Usar un vestido de manera voluntaria?
No entiende porque siente la inmensa necesidad de lucir muy linda esa mañana. Una necesidad que tiene nombre y apellido.
Unos botines negros sin tacón y una cartera mediana con flecos, del mismo color de sus zapatos, complementan su atuendo.
Se mira al espejo y le tranquiliza saber que no se ve nada mal. De hecho parece una mujer adulta y no un niño de doce años, amante de los videojuegos y las historietas de superhéroes. Ríe ante esa loca idea.
Se ata el cabello en una coleta alta, no tan prolija. Le encanta llevar un estilo despeinado. Eso sí que no lo cambia por nada en el mundo. Es enemiga del peine.
Se toma un zumo de naranja y sale de casa, directo a la estación de buses. Quedan solo treinta minutos para la hora pautada, así que se apresura un poco. Muy bien podría pedirle el auto prestado a su madre, pero esa mañana no está en casa. Es su turno de encargarse de la gasolinera, junto a su hermanito Henry.
El viaje transcurre sin ningún contratiempo, y al bajar del vehículo se percata que faltan cinco minutos para las ocho de la mañana. Da unos cuantos pasos hasta ubicarse frente al observatorio.
Se arregla unos cuantos mechones de cabello sueltos, se los pasa por detrás de su oreja y checa su aliento. Lo normal es que no esté tan pendiente de su apariencia. No es una chica banal. Y no tarda en darse cuenta que está actuando muy raro y decide relajarse un poco. Toma una honda bocanada de aire y la boca muy despacio.
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Limerencia y Frenesí
RomanceTODOS LOS DERECHOS RESERVADOS Sinopsis: Cuando Harper se despierta esa mañana, con dolor de cabeza, y se dispone a vestirse para ir al acto de graduación de su hermanito, no se imagina que ese mismo día, un apuesto caballero de enigmática mirada y c...