¿Un tutor?

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Sabía que el final del recorrido había llegado, entre un par de árboles cuyas hojas naranjas se despegaban y formaban bultos en el suelo un infierno disfrazado me esperaba, aunque no era para tanto pues si de infiernos se trata, el mío les gana a los de muchos.

Y con mi cara pegada a la ventana, tuve que recordarme un par de veces la razón por la que había decidido volver a una escuela. Desvié la mirada a la ventana, sintiéndome vacía por dentro, sin ganas de vivir y queriendo poder correr libre por campos amplios y verdes.

Pero eso no iba a ser posible nunca.

— ¿Cuántas tomaste?—Dijo mi padre desmoronando el silencio y mis pensamientos.

« ¿Tomar qué?» pensé responder en forma de broma, pero con desganó me antepuse a ello sabiendo que no era el momento.

Opte entonces con decir la verdad.

— ¿3 o 4?— respondí más para mí misma.

—La verdad no lo recuerdo muy bien. ¿Sabes?

Voltee a verlo, su semblante igual de frío, me desabroche el cinturón de seguridad y tome mi pequeña mochila

— ¿Estas consciente de las consecuencias que pueden causarte?—

—Por ahora no mucho, pero te prometo, que en cuanto el efecto de las pastillas se vaya podre resitartelo de pies a cabeza. — sonreí con suspicacia.

Me miró a los ojos y me dijo las palabras mas crudas que nunca jamas ha dicho.

—Escuchame bien Roslyn, esas pastillas de mierda matan, si hubieras ingerido una cantidad de 5 en vez de 4, te estarias retorciendo de dolor y atragantandote de tu propia saliva, no quiero a mi esposa muerta de dolor por una estúpida mocosa que juega con el hilo de su vida.

—Como sea. —Brame con un nudo en la garganta de la rabia.

—Una ultima cosa... el nuevo chofer pasara por ti no yo.

—Bien.

Cerre la puerta casi de inmediato, sin importarme nada me dirigí a aquel sombrio y triste porton negro.

Pude vislumbrar a primera vista a un grupo de jóvenes estudiantes, o a decir verdad hordas y hordas de estudiantes, que chocaban unos con otros, algunos metidos en sus celulares de ultima generación mientras que otros caminaban con lo manos llenas de libros, sus caras eran ojerosas sus ojos rojos y en la punta de sus libros se encontraba casi siempre un vaso de café

Aquella imagen me deprimió sobre medida, haciendo que entrar a clases de pronto se transformara en una pesadilla en la que no quería estar, mire con pésame el lugar, y me planteé la idea de marcharme y explorar los alrededores como en los viejos tiempos. Sin embargo una voz constipada y muy peculiar desencanto el momento llamándome por el hombro con un leve toque en el mismo detrás de mi espalda.

— ¿disculpa, puedo ayudarte en algo?

—La verdad no lo creo...— dije aun sin dirigirle la mirada al extraño

El hombre soltó mi hombro y voltee a verlo, su semblante era en lo personal uno de los más comunes que podía existir, y me recordaba demasiado a Mr. Copperfield. De momento el hombre de mediana edad me sentó bien, portaba con un uniforme azul marino, de complexión media y un cinturón con una radio, que mantenía la estática de momentos.

¡Genial! el portero me cerró las puertas del infierno.

Obviamente el hombre no comprendía bien de lo que hablaba, me deje de rodeos como los que suelo hacer y hable como una chica normal le hablaría a una persona, por primera vez en el día.

Un Secreto...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora