Panorama, y el comienzo de todo

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-Hermanas, hermanos, nos encontramos aquí reunidos para despedir a nuestro ser querido.- El sacerdote había dado por comenzado la parte final del funeral.

Una numerosa familia lloraba a cántaros la pérdida de su ser querido, del pilar de la casa. Y no eran los únicos, sus amigos junto a sus respectivas familias estaban allí derramando lágrimas amargas sobre la tumba del chico.

-Eras tan joven...- Decía una chica morena de 17 años de rasgos latinos.

-Adiós, hermano.- Decía un moreno de anteojos, misma edad de la chica ya mencionada, que lloraba en brazos de sus dos papás, éstos no pudieron evitar soltar algunas lágrimas.

-¿Alguien que quiera dedicar unas palabras antes de que se proceda al entierro?- Preguntó el sacerdote, ya habiendo terminado de bendecir el ataúd.

Nadie se adelantó, ya en la iglesia dijeron todo lo que consideraban necesario decir, no querían quebrarse emocionalmente más de lo que ya estaban.

O eso era lo que querían creer, en realidad era porque no tenían el valor para hacerlo, o al menos las hermanas del difunto eran las que estaban así. Los padres no podían despegarse del lado del ataúd de su hijo mientras que las hijas lloraban abrazadas entre sí varios pasos por detrás, ellas sabían que lo habían empujado hasta ese límite, le habían hecho la vida un auténtico infierno durante un mes y no pudieron abrir los ojos a tiempo y darse cuenta de lo que hacían.

No les importó decirle cada insulto o cada toxicidad con tal de herirlo, no les importó dejar de maltratarlo con empujones u ocasionales golpes, no les importó cuando dijo que saldría de casa a las 2 de la madrugada. No les importó buscarlo durante las próximas 24 horas, y por sobre todo no les importó infringir varias normas de conducción cuando fueron a la comisaría cercana y reportar su desaparición.

Pero ya había sido demasiado tarde, su cuerpo fue encontrado por un campesino a la semana de reportada su desaparición. La causa de muerte fue una combinación de drogas en cantidades letales. La policía a día de hoy seguía investigando como le había hecho para conseguir los componentes de una inyección letal, motivo de su fallecimiento según una autopsia.

Salieron de su tortura mental al ver como estaban empezando a bajar el ataúd donde descansaba su hermano, amigo, e hijo respectivamente.

-Adiós, hijo... Nunca te olvidaremos...- Dijo un hombre de aproximadamente 45 años y cabello castaño rizado. Su esposa no podía dejar de llorar abrazada a él.

Terminado el velorio las personas comenzaban a retirarse, todos menos la familia del difunto. Éstos no podían dejar de lamentarse por la pérdida.

Pasado un rato se dieron cuenta que las dos hijas mayores no estaban allí, se habían esfumado hace rato al parecer. A pesar de eso no cundió el pánico, ya que sabían perfectamente donde podían estar.

Fueron al centro del cementerio, y las dos estaban paradas frente a unas lápidas muy específicas.

-Mi pequeño ángel, porque tuviste que irte...- Musitó una chica con anteojos, de cabello rubio claro.

-Boss, mi mejor y único amigo...- Añadió con un hilo de voz la hermana mayor, ésta tenía su rubia cabellera de un tono más oscuro.

Sus padres y demás hermanas aparecieron por detrás de ellas para intentar consolarlas con un fuerte abrazo.

Estar frente a esas tumbas también les hizo derramar algunas lágrimas, allí yacían dos personas muy importantes para todos. Dos personas que, desde el momento en que aparecieron, habían dado vuelta la vida de todos en la casa.

Los padres fueron a comprar unos ramos adicionales de flores para que pusieran en las lápidas, ya que las visitaban iban a dejar unas cuantas de pasada.

The men who sold the worldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora