Tu cara en el horizonte

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Me llamo Raquel, y tengo algo que contarles, algo de lo que me arrepiento mucho de no haberle prestado atención desde un primer momento.

Vivía con mis padres, los días eran exactamente iguales, no salíamos, no viajábamos y casi nunca nos hablábamos, me conformaba mucho con encerrarme dentro de mi habitación y no salir si no fuese algo muy importante.
Un día, mis padres -en el almuerzo- me explicaron que traerían al abuelo, ya que es viudo, temían que entrase en depresión, no realicé ninguna expresión, sólo me encogí de hombros y seguí comiendo.
El momento de traer a mi abuelo a casa llegó, pensé que vería a un señor encorvado, lentes con mucho aumento y muy serio como mi padre, pero me sorprendí por el estado en el que se encontraba. Un hombre de espalda derecha, una sonrisa plasmada en su cara y con armamento de pesca, entró animado a la casa.
El tiempo pasaba y casi nunca veíamos a nuestro abuelo en casa, pensé que lo de "caer en depresión" fue una estúpida excusa de mis padres para sólo traerme molestias. Quería incontables veces entrar a mi pieza y no salir, pero las ideas del anciano me impedían estar tranquila.
-Abuelo: Raquel, ¿me ayudas a acomodar este abono en el jardín?
-Abuelo: Raquel, ¿me ayudas a llenar la pecera? Tengo nuevos peces.
-Abuelo: Raquel, ¿quieres ver mis fotos en el mar? Yo era marinero.
-Abuelo: Raquel, ven te quiero contar mis historias en el campo.
Y entre todo esto, mis padres apoyando sus locas ideas, y regañándome después por no haber prestado atención a sus cuentos de hadas o enojarme con él cuando me enseñó a cómo cuidar el jardín, y siempre con la excusa "Tu abuelo puede caer en depresión ¿no te das cuenta?".
Las llamadas con mis amigos disminuían como también encerrarme, mis días eran cada vez más movidos, en las mañanas ser despertada a las 8:00 a.m para tomar el desayuno con él, limpiar la casa y cuidar el maldito patio con sus estúpidas flores, andar en bicicleta, almorzar con charlas de gente que conoció del barrio, preparar sus cosas para pescar en el río con los vecinos, risas, chistes, charlas, caras felices, eso no lo soportaba, pero sabía que no importa cuanto me quejase, esos días de paz no volverían.
Una tarde, cuando él preparaba sus cosas de pesca, se cayó su conservador con peces vivos con agua, uno de ellos saltó hacia mí y yo me asuste, el pez se metió adentro de mi remera, él trataba de tranquilizarme así lo podría sacar, pero no funcionó, optó por agarrarme de la muñeca y sacarlo por la manga de la remera, no soporté más sus actitudes y le grité:
NO TE SOPORTO, NO ME DEJAS TRANQUILA NUNCA, RAQUEL ESTO, RAQUEL AQUELLO, NO SABES CON QUE OTRA COSA MÁS MOLESTARME, AHORA CON TUS PECES OLOROSOS EN MI ROPA!!

Miré mi muñeca y estaban sus dedos marcados por el apretón, fijé mi vista en él y me alejé, me estaba aguantando desde hace tiempo sus pedidos.
El almuerzo fue silencioso como era desde ese momento, la tarde pasó y aproveché para hablar con mis amigas por el celular, en mi habitación retumbaba el sonido del silencio, sentí una vez más la paz en mí, hasta que llegó mi abuelo tocando la puerta.

¿Raquel puedo entrar?, no quiero que las cosas se queden así, por favor

No respondí

Bueno, si te interesa llegar a un acuerdo entre los dos lo podemos habar desde este lugar, te va a gustar, lo sé.

Debajo de la puerta arrastró un folleto con un lago tremendamente hermoso, se podía apreciar un montón de pescadores en botes y otros, en un puente, pero mi orgullo era demasiado grande como para darle una segunda oportunidad.

Las locuras de mi abuelo disminuían, de lo que era levantarse a las 8:00 a.m para tomar un desayuno con él se convirtió en meriendas y desayunos separados, almuerzos y cenas con bocas llenas de comida y miradas oscuras, fijas en el plato con desprecio, la bicicleta oxidada, vecinos olvidados.

Ojos que parecían brillantes se convertían opacos y sin sentimientos.

Algo raro se veía en él por las noches, se escapaba con grandes bolsas de tela, y se iba a no sé donde.

La Chica LunáticaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora