Capítulo 1.02: Pizza y Ritos satánicos

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Si alguna vez habéis sido adolescentes, sabréis que "La edad del pavo" no es solo un título al azar. Es una época que invoca recuerdos vergonzosos, dramáticos, o un poco de ambos. Miles de etólogos siguen intentando a día de hoy comprender los extraños comportamientos de los especímenes adolescentes de humanos. A pesar de la falta de consenso sobre su utilidad evolutiva, han logrado determinar que uno de los momentos cumbres del pavo suele marcarse al final justo del bachillerato, como una última explosión antes de madurar en un ser algo más funcional. Coinciden en afirmar que comportamientos erráticos o totalmente en contra de la supervivencia que exhiben a partir de este punto tienen causas distintas, si bien igual de fascinantes.

Este último arrebato de tontería pubescente lo estaban sufriendo aquella noche dos chicas en concreto: Alba del Olivo y Carmen Herrera. Habían organizado una pequeña fiesta pijama solo para dos en el cortijo de la primera, sin el permiso de su madre. Así que ambas chicas susurraban entre bocados de pizza, con risitas ahogadas. Una persona racional o madura se preguntaría porqué a nadie le parecería buena idea. Las desventajas claramente superaban a los beneficios, si uno lo mira desde una perspectiva lógica. Lo que la lógica no te puede decir es que romper las normas sienta de lujo.

La conversación giraba en torno al tema más candente del momento: Las notas y admisión en posibles universidades. Alba, que siempre había vivido en aquel cortijo en la sierra perdido de la mano de Dios, estaba emocionada ante la posibilidad de estudiar en Sevilla. "¡Es que es la capital!" Sus argumentos no impresionaron a su amiga, que vivía allí y probablemente seguiría haciéndolo. Lo único interesante es que ahora existía la posibilidad de que su mejor amiga de la infancia también estudiara con ella. Bueno, carreras distintas. Pero aquello era lo de menos. Después de años viéndose solo por vacaciones, bautizos y comuniones, el hecho de residir incluso en la misma comunidad autónoma les emocionaba.

Devoraron las dos pizzas familiares entre cotilleos y rumores del pueblo. Ahogaban cualquier risa o grito para evitar llamar la atención de la madre de Alba. Era una de esas señoras tremendamente estrictas hasta el punto de dar mal rollo, pero a Carmen nunca le había importado. Su propio padre cronometraba cuando tardaba en volver del instituto, preparado para realizarle un interrogatorio si tardaba un segundo más de lo necesario. Ahí radicaba el interés y divertimento de la travesura. Olga creía conocer y controlar todos los aspectos de la vida de su hija, así que saltarse las normas bajo sus narices les hacía notar mariposas en el estómago. Una especie de vertigo, como si estuvieran cayendo y en cualquier segundo fueran a estamparse contra el suelo. Pero en vez de sentir miedo, se reían pataleando y estirando los miembros, como para abrazar el suelo. Es preocupante como la selección natural aún no ha hecho nada respecto a estas absurdas ideas.

Carmen miró de reojo su móvil. En 5 minutos serían las doce y, por tanto, el cumpleaños de Alba. Miró a su amiga, que ahora gesticulaba exageradamente mientras se quejaba del servicio de autobuses. Cuanto la quería. Siempre podía contar con ella para animarse cuando algo le salía mal. Conocía todos sus secretos, así que no había nada que ocultar ni contextualizar. Si su padre le echaba una bronca tremenda, no le salía quejarse con sus amigas de clase. No porque no las apreciara, pero tendría que empezar explicando cómo era su padre y podía no acabar nunca. Carmen odiaba los monólogos, de modo que prefería mandarle un mensaje a Alba. Un simple "Ugg mi padre", y aunque estuvieran a 100 km de distancia sabía que le comprendía. No hacía falta más.

Estaba deseando que estudiaran en el mismo sitio, poder verse todos los días. No era justo que solo pudieran verse en verano. Debería ser ilegal separarla de esos enormes ojos oscuros que le trasmitía paz. Definitivamente iba a ser un gran año si conseguía entrar en Sevilla. No sabía que harían con sus sobreprotectores padres, pero ya pañarían algo. ¡Iban a tener dieciocho! Ya era hora de que empezaran a relajarse. Quizá era la hora, o la risa de su amiga, pero por un momento se vio a si misma plantandole cara a su padre. Rompiendo todas las normas que la habían atado hasta ahora. Viviendo en paz. Por tan solo un minuto, fue libre.

Exorcismo en GrazalemaWhere stories live. Discover now