Capítulo 4: La casa de la bruja.

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Si alguna vez habéis pasado la noche despiertos, sabréis exactamente como le estaba yendo aquella mañana a Alba. Bueno, tarde. Tras nueve horas de mirar al techo, escuchando susurros reales e imaginarios a partes iguales se incorporó en la cama. Dejó caer la cabeza entre sus manos ahogando un ruido de frustración. No estaba acostumbrada a tener pesadillas, y menos a plena luz del día. Tampoco sabía muy bien que parte había sido una pesadilla y que parte había sido real. La putada de que tu vida sea un episodio del Club de Medianoche.

Se arrastró hasta el baño, casi sorprendida de acertar a la primera con el camino. La imagen que la recibió en el espejo no era mucho mejor que la noche anterior. Ojeras, despeinada y blanca como una pared. Al menos ya no estaba empapada en sangre. Se pasó un cepillo que había encima del lavabo y se lavó la cara con agua helada. Nunca había sabido manejar los grifos que regulaban la temperatura por separado. Entendía el concepto para una cocina, que o es agua fría para fregar o caliente para cocinar, ¿Pero en un baño? Era de ser sádico.

Con cara de circunstancias observó el vasito propaganda de nocilla con dos cepillos de dientes. Uno de ellos tremendamente gastado, claramente su dueña debía tener algún tipo de problema de control de ira. Busco por las estanterías y cajones hasta dar con lo que estaba buscando: Enjuague bucal. No iba a tener que encontrarse a sus anfitrionas con la boca oliéndole a alcantarilla, yay. Pequeñas victorias Alba, pequeñas victorias.

Cuando finalmente emergió del baño, el pasillo la recibió con un delicioso olor a tostadas. Era realmente sorprendente como, a pesar de todo, su estómago rugió como si de Mufasa se tratase. "Simba, recuerda...el desayuno es la comida más importante del día". Casi levitando, llegó a aquel salón/cocina/comedor. Realmente no comprendía el concepto abierto. Sabía que los americanos tenían algún tipo de claustrofobia que les impedía tener muros entre la cocina y el salón, pero esta era la primera vez que lo presenciaba. Lo importante es que allí estaba Tamara sentada en la encimera, untándole chocolate a una tostada.

-Hola cielo, ¿Quieres? –Alba asintió. Su estómago también- Cógete esta que está ya tostada -Le pasó el otro trozo de pan de su plato- Si quieres echarle otra cosa creo que tenemos quesito o aceite. Yo es que Foigras y jamón no tomo. ¿Quieres un colacaito?

Alba se lo tuvo que pensar. Con la boca llena de chocolate, se planteó si le rentaba más leche sola o colacao. Es que lo de los grumos era asqueroso, ¿Por qué la gente no podía tomar Nesquick? Finalmente asintió, total, peor que lo de despertarse con la boca sabiendo a vómito no podía ser. La muchacha se volvió a sentar, esta vez en un banquito, una vez estuvo todo listo. La miró con una sonrisa de ojos muy abiertos, un tanto intimidante.

- ¿Qué tal has dormido?

-Bien, a ver. A parte del tema de estar poseída y tal. –Alba hizo un gesto, como quitándole importancia, al ver como se le cambiaba la cara a Tamara- La cama era cómoda. Eso sí.

Hubo un silencio tenso y largo, mientras ambas se comían sus respectivas tostadas, Alba replanteándose si era demasiado pronto para hacer ese tipo de chistes. El sol entraba a raudales en la habitación, cayendo sobre el grupo de gatos tirados en la alfombra. Su anfitriona, notando el interés, le informó de sus nombres con entusiasmo. Perséfone era la negra, Innana la dorada, la pelirroja era Litlith y la blanca Freya. Comentó algo sobre que era más improbable que las gatas hembras fueran de un solo color, que esas cuatro habían aparecido por la finca en distintos momentos y ya se las habían quedado.

-Son unas señoritas, el resto de gatos se quedan dando vueltas fuera todo el día y solo aparecen cuando quieren. –Agarró a Freya y se la colocó en el regazo- ¿Quién es un ser despreciable que no contribuye en nada a esta casa? Tú, tú lo eres.

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⏰ Last updated: Mar 27, 2020 ⏰

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