Capítulo 13

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Desperté al día siguiente con la misma ropa de la noche anterior. Decidí ducharme y vestirme cómoda. Sonó mi móvil y comencé a buscarlo. Era un mensaje.

+348 5294 365 711: Buenos días Nora, soy Kay. Espero que hayas dormido bien. ¿Te veo pronto?

Kay. ¿Qué debía hacer? Me sentía mal por Borja... ¿Y J? Seguro que la carta estaba anoche en casa y no me di cuenta. Respondí rápidamente al mensaje antes de comenzar a buscar.

Nora: Buenos días, Kay. Sí, he dormido bien, no te preocupes, fue una tontería lo de anoche. Nos vemos el lunes, tengo que acabar mi trabajo.

Dejé el móvil sobre la mesa del salón y me dirigí a mi habitación en busca de una nueva carta.

Nada.

Busqué por toda la casa, dentro y fuera, pero no había recibido ninguna. ¿Y si J había visto que Kay me había besado y que estuve en casa de Borja? O quizá se había extraviado... No tenía ni idea. Lo único que sabía era que mi carta no aparecía.

Desayuné en la cocina, ya que empezaba a hacer demasiado frío en mi jardín. Cogí mi portátil y los folios de Kay. Comencé por concluir mi artículo. Cuando lo hube terminado hice una presentación a ordenador del mismo, como a McGregor bien le gustaba. Lo metí todo en un pen-drive y lo aparté a un lado.

Después ojeé el trabajo de Kay. Estaba un poco cansada como para terminar de leerlo ese mismo día, así que leí otras tres páginas y decidí continuar aquella misma tarde.

Otra vez mi móvil. Esta vez un WhatsApp... de Borja.

Borja: Oye, Nora... perdona si me pasé ayer. Había bebido y no controlé lo que decía.

Me sentí verdaderamente mal... En realidad Borja llevaba razón, y lo raro fue que no pegó a Kay... él (Borja) siempre acababa metido en peleas por los celos. Pero esta vez no eran celos. Esta vez llevaba razón. No quise ser muy dura con él, pero tampoco quería que volviese a actuar de esa manera, por lo que le respondí:

Nora: No pasa nada, me comporté un poco mal. Ya quedamos, adiós.

Desconecté el WhatsApp. Eran las dos y media y aún no había comido.

Acto seguido recibí una llamada de Joanne.

- ¡¡Nora!! - me dijo casi gritando. - Tía... la que liaste ayer en la Clap-Boom... ¡No me lo esperaba! ¿Quién era ese rubio con el que bailabas tan pegada? - puso tono de sugerencia.

- Nadie... - intentaba que estuviese intrigada.

- ¡Venga! ¡¿Cómo que nadie?! ¡¡Bailábais en el medio de la pista, SOLOS!! Y te miraba con unos ojitos... - ambas comenzamos a reír a carcajadas - Anda, ¡dime quién es por favor!

- Se llama Kay. Trabaja conmigo en las Oficinas.

- Uhhhhhh Kay... - dijo su nombre en tono romántico. - ¿Os habéis liado?

- ¿Pero por quién me tomas? - me hice la ofendida.

- Venga Nora, tenemos veinticuatro años. Ya no somos niñas. Dime, ¿te has liado con él? - no supe qué responder, así que me quedé callada y ella supo que eso no podía significar otra cosa... - ¡¡SÍÍÍÍ!! ¿DÓNDE FUE? ¿CÓMO FUE? - empecé a reír de una manera un poco exagerada.

- Bueno, no fue eso... Sólo me dio un beso. Fue una tontería.

- Ahhh... - se quedó pensativa. - Bueno, de todos modos, me gusta más Borja para ti.

- Jajaja - reí porque al menos ella se decantaba por uno. Yo no sabía quién me gustaba más. -, bueno, tengo que preparar la comida, ¡ya hablamos amiga!

- Adiós Nora, ¡un beso! - colgó.

Pasó el fin de semana y yo permanecí en casa la mayor parte del tiempo. No quedé con Kay, ni con Borja, y lo más extraño es que no recibí ninguna carta de J. Esto último empezaba a impacientarme.

Llegó el lunes y en las Oficinas todo iba como siempre. Había llegado McGregor y estaba pendiente de nuestros trabajos todo el tiempo, por lo que hablé con Kay cuando nos tomamos un café a media mañana con otros compañeros, pero fue una conversación absurda.

En mis cajones no había ninguna otra carta. ¿Qué había sido de J? ¿Estaba echando de menos sus palabas?

Todo siguió el mismo cauce hasta la aparición del viernes. Estaba trabajando en mi despacho cuando llegó un cartero. Manuel, que era el encargado de firmar las entregas, fue hacia la puerta que daba a las Oficinas. Yo vi al repartidor, pero era algo rutinario, por lo que no me inmuté.

Entonces Manuel se giró y se dirigió a mi despacho.

- Nora, siento interrumpir tu trabajo, pero ha llegado un paquete y debes firmar.

Salí de mi despacho y me dirigí a la puerta de cristal. Vi que el cartero tenía un paquete del tamaño de una caja de botas.

- Firme aquí, por favor - me dijo señalando a una hoja que había sobre el paquete. La cogió y la guardó en su bolsa -. Gracias, señorita -. Me dejó el paquete en las manos (que apenas pesaba) y lo llevé a mi despacho. Bajé la persiana que daba al pasillo a la altura de la cadera, dejé el paquete sobre la mesa y lo desenvolví.

Era una caja azul marino, casi negra. Sobre ella había un sobre y, con aquella letra tan perfecta que sólo J podía delinear, estaba escrito mi nombre. Sin despegar el sobre de la caja, saqué la carta de su interior. Ahí estaba mi quinta carta.

Señorita Nora.

No le he echado de menos, puesto que la he tenido bastante cerca durante este último tiempo. ¿Ha echado usted de menos mis escritos? Espero que sí.

Esté tranquila, puesto que el sábado tiene una reserva en el Caviar Restaurant a las diez en punto de la noche. Al fin podrá ver (o volver a ver) mi rostro. Espero ser de su agrado, señorita.

¿Sabe qué? He deseado que llegase este momento desde el primer día en que la vi de nuevo. Aquel día era invisible para usted, y durante este tiempo también lo he sido.

P.D.: Perdón por no escribirle, pero he estado toda la semana intentando elegir el adecuado. Espero que sea de su agrado.

Tuyo,

J.

Dejé la carta a un lado y abrí la caja. Había un papel de seda rosa pastel, que abrí. Entre el papel, envuelto, había un vestido. Lo saqué. Mi sonrisa era enorme.

El vestido era negro y verde grisáceo, casi azul, haciendo notar que era para la noche al ver lo largo que era. Llegaba hasta los pies y era palabra de honor, con el escote en forma de corazón. La parte del escote era negra, y la falda era un tul largo que hacía un comibado de negro y verde grisáceo. En la cintura llevaba un poco de pedrería y unas plumas negras, que le daban un toque de misterio, como a J le gustaba. Era precioso, y yo estaba muy ilusionada.

Lo guardé de nuevo en la caja y me fui a casa. Estaba deseando probármelo.

Llegué a casa y encontré sobre mi cama una caja: eran unos tacones negros con un poco de pedrería a juego con el vestido. Medían doce centímetros. Me probé todo y me vi como una princesa. Me hice una foto frente al espejo y la envié al grupo de mis amigas por WhatsApp. Mientras me lo quitaba, recibía sus mensajes:

Marta: ¡¡Preciosa!! ¡¡Impresionante!!

Julia: ¡PARECES UNA PRINCESA!

Joanne: O sea, ¡¿hola?! ¡¡Sublime!!

Decidí quedar con ellas para explicarles que iba a tener la cita a ciegas. Ya no podía aguantar más sin contárselo a nadie. Aquella misma noche quedamos para cenar, y todas ellas se presentaron voluntarias para ayudarme con el maquillaje y el peinado al día siguiente. Me estaban poniendo muy nerviosa, y porque aún no sabía lo que me esperaba...

Las cartas de Nora [LCDN#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora