Capítulo 2

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Me levanté al día siguiente con ganas de comerme el mundo (y un par de tostadas). Me sentía nerviosa, emocionada, alegre, asustada... Tenía un poco de miedo, no sabía si encajaría en el puesto. No entiendo por qué a veces era tan negativa, quizá eran los nervios del momento.

Eran las nueve y media. Ya me había vestido: chaqueta americana azul marino, blusa blanca y una falda ceñida del mismo color de la chaqueta que me llegaba bajo las rodillas. Me puse unos tacones no muy altos pero sí lo bastante finos como para mostrar eficacia y seriedad. Recogí mi cabello en una cola, sin dejar salir un solo pelo. Bebí un vaso de zumo de naranja y unté mermelada de melocotón en un par de tostadas. Me lavé los dientes y me maquillé. Ya estaba lista para comenzar mi jornada laboral como redactora en el Esencial.

Cogí las llaves del Audi A4 blanco que me había regalado mi padre por mi vigésimo tercer cumpleaños, después de haber estado conduciendo desde mis dieciocho un todoterreno que él solía utilizar al ir al chalet que tenía en el pueblo de al lado.

Me dirigí al centro de la ciudad y llegué a las oficinas. Aparqué el coche en el parking privado y subí en ascensor. Mientras tanto, no paraba de resoplar por los nervios. Sentía punzadas en el estómago que iban aumentando a medida que me aproximaba a la redacción del periódico.

- Buenos días señorita - dijo el mismo chico al que le di mi currículum hacía una semana.- ¿En qué puedo ayudarle?

- Buenos días - respondí con una sonrisa tímida.- Anoche reibí un correo electrónico en el que figuraba mi admisión como redactora del periódico.

- ¡Oh! - exclamó mientras abría los ojos de par en par. Me di cuenta de que me había reconocido.- Usted debe ser Nora Málvez. Señorita Málvez, sígame, por favor. - Pulsó un botón del teléfono fijo que tenía sobre el escritorio y dijo, acercando su boca a él - La señorita Málvez ya está aquí, la llevaré con Usted. - me hizo un gesto rápido con la cabeza mientras sonreía, indicando que debía seguirle.

Me llevó a un despacho de cristal cuyas persianas estaban completamente bajadas. Dio un par de toques con los nudillos y se marchó.

- Debo irme señorita Málvez - dijo antes de alejarse.- Bienvenida.

- Gracias, adiós...

Esperé unos tres minutos en la puerta. Un señor de pelo gris, que aparentaba unos cincuenta años, vestido completamente de negro, excepto su camisa, que era blanca, me invitó a entrar en el enorme despacho.

- Bienvenida sea, señorita Málvez. Mi nombre es Murphy McGregor - la verdad es que, a pesar de sus marcadas líneas de expresión, no tenía aspecto de ser español.-, pero llámeme McGregor.

Me miró de abajo a arriba con lentitud mientras cerraba la puerta, como si le diese igual que estuviese dándome cuenta de su descarado vistazo. Yo no pude hacer más que quedarme de pie tras la puerta, esperando a que dijese algo más. Cuando su mirada se cruzó con la mía sonrió de una manera que me pareció grosera, y yo le respondí con una correcta media sonrisa.

- Siéntese - me indicó, señalando a una silla colocada frente a la suya, al otro lado del buró. Él se sentó en su cómodo sofá mientras me explicaba mi horario de trabajo y me enumeraba mis tareas. Habló durante una media hora, mientras yo asentía con la cabeza. Después se levantó y me guió hasta la puerta, donde me miró de nuevo, pero esta vez más deprisa, y me dijo que no debía empezar aquel día (viernes), sino al lunes siguiente, a las ocho y media. Salí de allí y el chico que me dio la bienvenida me indicó cuál sería mi despacho.

Pasé el fin de semana preparando varias carpetas y haciendo limpieza en el portátil. Sentía como si comenzase de nuevo el instituto.

Quedé con Marta y Joanne para contarles mi experiencia en las Oficinas, y me dijeron que todo el que trabajaba allí tenía enchufe: o estaban liados entre ellos o tenían una buena carta de recomendación. Ninguna sabíamos cómo era posible que yo, una chica ex universitaria sin contacto alguno con las Oficinas, hubiese entrado allí a trabajar nada más y nada menos que como redactora del periódico que se leía en todo el país. Me animaron diciendo que debía tener un currículum bastante destacante, y ambas opinaban que me merecía el puesto después de haber sacado un nueve de media en la universidad.

Decidí olvidar sus comentarios sobre el enchufe, ya que eran sólo rumores. Dejé pasar el fin de semana y esperé a la llegada del lunes.

Las cartas de Nora [LCDN#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora