Ya no sé cómo apagar la brisa, y a las hojas caídas no las cuento con los dedos de mi mano.
Quisiera ser llovizna, para al menos no morir ante el silencio de un abrazo no dado. Ya no quiero distinguir las espinas de las rosas; si mí vida fuera mi mano esta nota estaría roja. La tinta que fluye por mis venas corre con su mayor ímpetu, la respiración se entrecorta y comienza el viento. Es momento de enfrentar una tormenta nueva, las nubes negras ya se acercan.