CAPÍTULO 5

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Conseguí una maleta que habían abandonado frente a una casa. No la abrí, pero se notaba que estaba completa de ropa y zapatos.

Por suerte, conseguí evadir la seguridad del aeropuerto.

Éste era mi último recurso para volver a Alemania. Padre seguramente pueda aclararme todo este suceso. Siempre lo hace.

-Señor, el pasaporte.- Me pidió uno de los azafatos.

-¿Perdón? No hablo mucho su idioma.- Mentí, debía parecer completamente un extranjero.

El hombre volvió a repetir junto con gestos.

-¡Aah! El pasaporte... Sí, sí- busqué en los bolsillos de mi pantalón. -Tome- Le entregué el pequeño pasaporte junto al billete.

-Señor... Narel DerFolter- Su tonalidad de voz sonó con duda junto con una mala pronunciación.

-Oh, sí, ese soy yo.- Me señalé sonriendo.

Era un riesgo hacer esto. Pero era mi única escapatoria utilizar mi verdadero nombre.

Alemania me esperaba.

Todo parecía ir a un buen ritmo, nadie me paró. Era de esperar que vieran normal a un extranjero viajar a su ciudad natal, y más si viajaba en primera clase.

Hacía años que no pisaba aquel lugar... Desde que padre me entrenó, no paré de viajar.

Cuándo me acomodé en el asiento, rápidamente agarré mis auriculares. Seguía encontrándome cansado y con algo de frío.

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-Hijos míos, os presento a vuestro nuevo hermano. Él es Narel.-

Sus ojos se posaban en mí. Tenía miedo.

-No tengas miedo, Narel- Se arrodilló quedando a mi altura. -Ellos te cuidarán y serán tu familia a partir de ahora- Posó su mano en mi cabeza.

-Ellos son Nilo, Nara, Neithan y Nina- Una sonrisa se dibujó en su rostro algo borroso.

-¿Y mi mamá?-

-Pequeño. No la volverás a ver. Ella no te quería. Yo te daré lo que nunca has tenido.-

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En las once horas de viaje, prácticamente estuve durmiendo o mirando por la ventana.

Por suerte no había muchas personas en el avión. Pude relajarme por completo antes de aterrizar en Berlín.

Cuantas menos horas quedaban para llegar, más recuerdos de cuando tenía cinco años, aparecían en mi mente.

Mis hermanos siempre se burlaban de mí por no mostrar sentimientos o por llorar cuando me encerraban en la habitación sin ventanas que había en el sótano de nuestra antigua casa.

Nara era mi hermana mayor, la única que me defendía de los demás. Al ser el pequeño todos se metían conmigo. Llevaba 15 años sin saber de ella desde que padre se la llevó.

En las cenas familiares, jamás hizo acto de presencia. Padre evita el tema, en cambio Nilo, el segundo de los mayores, sabía algo, porque se iba cuando se nombraba a Nara. Odiaba a Padre, según él, le robó su vida.

Según avanzaba hacia la salida del aeropuerto, comencé a sentir una presión en el pecho. Tenía el presentimiento de que algo iba a ocurrir.

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La oscura noche invadía las calles de Berlín, la gente andaba con tranquilidad, sin temor alguno. Pero la presión de mi pecho no se iba. Nunca había sentido tal cosa.

Paré en uno de los pasos de cebra de la gran ciudad cuando un coche negro con los cristales blindados, aparcó enfrente de mí. Dos hombres trajeados y con gafas de sol, salieron de su interior dirigiéndose hacia mí. No eran conocidos.

-Narel, ven con nosotros.- Pronunció el bajito mientras el alto y musculoso, agarraba mi brazo derecho con fuerza.

-¿Quienes mierdas sois y cómo sabéis mi nombre? Y lo más importante ¿Por qué lleváis gafas de sol por la noche? supongo que por puro postureo.- 

Ninguno de los pronunció ninguna palabra, solo me arrastraron hacia el coche contra mi voluntad.  Antes de que consiguieran meterme en aquel coche, luché con todas mis fuerzas posibles. Hinqué mi codo en el costado del grandullón que me sujetaba. Al ver que seguían insistiendo en meterme contra mi voluntad dentro de aquel vehículo negro, le di un rodillazo en todas sus partes. Y como esperaba, él me soltó. 

Aproveché el momento y comencé a huir de allí. 

Me adentré en unos de los barrios judíos de Berlín, las calles eran estrechas y sus paredes estaban completas de grafitis, se veía un lugar completamente lleno de historia. Pero no era el momento de hacer tour por estos parámetros. Por suerte, en aquel lugar, habían unas cuantas bicicletas estacionadas a uno de los lados del callejón. Sin pensarlo, me monté en una. 

Pude observar como uno de los dos hombres me perseguía a pié. Me imaginé que el enano iba montado en el coche. 

Y así fue cuando salí de aquel sitio oscuro. El que conducía aquel vehículo, estaba por rozarme los pies. Comencé a pedalear con todas mis fuerzas. A pesar del cansancio, la presión en mi pecho y todos los sucesos que ocurrieron en menos de dos días eran casi surrealistas. Pero debía quitarme de encima al del coche negro. 

¿A dónde me querían llevar esos dos idiotas?

El flequillo me impedía ver bien entre tanta oscuridad de las calles. De vez en cuando miraba hacia atrás para determinar la distancia en la que me encontraba. Cada vez era más reducida. Por suerte, pude acceder a un pequeño callejón donde desvié a aquel señor de pelo corto y bajito. 

Lo que me preocupaba era el grandullón. Hacía rato que no le veía. Solo esperaba que se encontrase lejos. Pero por si acaso, no bajé el ritmo. 

No sabía a donde iba, ni cuando esto pararía. Tal vez era el final, mi final. 

Salí ileso del callejón a otra carretera. Di otra mirada hacia atrás para ver si seguían mis pasos o se rindieron, pero una luz me cegó junto a un fuerte pitido ensordecedor. Noté un golpe ligero provocando perder la estabilidad. Mi cuerpo calló sobre el capó y seguidamente sobre el asfalto, que rozó toda mi piel tatuada. 

Quemaba.

Mi visión su nubló, solo pude observar como una silueta de una persona, se acercaba hacia mí.

¿Esto era el infierno?

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El infierno está dentro de mí.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora