Cuentos eróticos para eyaculadores precoces y orgasmos prematuros.

XIV

Ella se encontraba sentada en una silla, él le leía unas notas en español, no las entendía pero tenía una vaga idea de lo que decían, ella lo escuchaba atentamente y podía comprender todo.

Al finalizar la lectura de aquellas notas, el tomó en sus manos una copa, en su interior había agua fresca, colocó sus labios alrededor del cristal y bebió de ella.

Aquella mujer podía observar con claridad como el líquido atravesaba la garganta del muchacho, sus ojos permanecían cerrados y su nuez de Adán se movía al compás de agua.

Despegó sus labios de la copa, con un ligero movimiento colocó a ésta sobre una mesa muy próxima a ellos.

Luego de aquel movimiento, se agachó para estar a la altura de ella, colocó su brazo en la pared para mayor comodidad, y acercó su rostro al suyo, juntando sus labios en un beso idílico.

La pasión iba incrementando, ella lentamente se levantó de su asiento, siguieron besándose, sus manos recorrían el cuerpo del otro, los dos eran un enigma, era la primera vez que se tocaban y sus manos querían conocer más y más del otro.

Sus lenguas se entrelazaban, los dos juntos, en ese momento hacían la combinación perfecta.

Las manos de él bajaron hasta llegar a la puntilla de su blusa, sintió esa terminación delicada y debajo de ella encontró piel, la piel que nunca en su vida había tocado, piel distinta, piel sedosa, piel única.

Lentamente él, levantó su blusa, pidiendo permiso en caso de incomodar, ella repitió la acción, levantó su remera blanca, hasta ver su increíble torso desnudo, era perfecto, no existe otra palabra para describirlo. Las dos prendas de ropa quedaron colocadas muy desprolijamente sobre el asiento en el que ella había estado sentada.

Acto seguido, él sobó su pequeño busto, este estaba cubierto por una tela muy ligera, era encaje, blanco.

Él colocó sus brazos alrededor de la espalda de ella, sintió el sostén, sosegadamente lo desprendió, su busto se encontraba completamente desnudo y solo para él.

Fin.