Prólogo

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Nuestros lentos pasos acompañaban a los de las personas a nuestro alrededor.

Ella toma mi mano, sus pequeños dedos entrelazados con los míos, con una sonrisa pintada en sus labios y sus ojos cafés brillando con emoción y curiosidad. El sol abraza nuestra piel y con cada segundo que pasa un leve ardor roza nuestros brazos descubiertos.

Las tiendas pasan a nuestro lado al ritmo de nuestros pasos, algunas atrayendo la atención de la pequeña a mi lado. Otras pasando desapercibidas entre el montón.

Aquí, caminando con ella, todo parece correcto. Aqui, solo somos ella y yo. Aquí, sintiendo el contacto de su mano con la mía, soy feliz.

Miles de sensaciones satisfactorias se mezclan en mi interior y me aferro a ellas para disfrutar cada segundo.

¿Por qué las personas son tan superficiales y no disfrutan estos pequeños momentos? ¿Por qué les cuesta disfrutar una felicidad tan genuina y real? Tal vez solo lo pienso porque se lo que es perderlo todo. Porque he experimentado lo que es no tener nada bueno que te haga feliz. El no valorar lo que tienes y que te sea arrebatado, todo al mismo tiempo.

Incluso, creo que desde hace mucho no me sentía tan normal y no permanecía en un ambiente tan tranquilo y pacífico. Sin ruidos de explosiones, olor a pólvora, órdenes emitidas entre gritos, mi vida siendo arriesgada, entre otras cosas que conlleva trabajar en donde estoy. Así que un momento fuera del peligro es bien recibido por mis nervios.

La sonrisa en mi rostro se extiende cuando Liz suelta mi mano, deteniéndose frente al ventanal de una tienda. Es una tienda de arte. Su rostro se ilumina mientras mira la pintura frente a ella con intensidad. Con anhelo.

Ella se veía feliz. Yo era feliz viéndola.

Todo era perfecto.

Pero ningún momento dura para siempre. Por mas perfecto que sea.

No sé de dónde salió el costoso auto color negro que estaba estacionado al costado de la acera. No sé cuándo salieron unos hombres de él. No sé en qué momento las personas a nuestro alrededor comenzaron a correr despavoridas por el sonido de constantes disparos.

Solo sé que Liz ya no estaba frente al vidrio de la tienda.

—¿Liz? ¡Liz! ¡No te veo! ¿Dónde fuiste?—grito con fuerza.

Las personas amontonadas corrían de un lugar a otro, gritando con pánico. Cuerpos desconocidos luchaban por apartar el mío de su camino. Miro el todas direcciones, buscando a la niña de ojos cafés que hasta hace unos segundos se aferraba a mi mano.

¿Dónde mierda estás Liz?

—¡Liz! ¡¿Liz?! ¡LIZ!—grito lo más alto que puedo.

Mis dedos encuentran con la empuñadura del arma en mi cinturón y, en contra de todas las personas desesperadas a mi alrededor, lucho con la sensación de asfixia y frenesí que me rodea y avanzo.

Grito una y otra vez el nombre de Liz y no obtengo respuesta, pero no me detengo. Mis gritos se mezclan con los de la multitud que me rodea haciéndome casi imposible escuchar, incluso, mi propia voz.

La desesperación y el miedo me ciegan. Miedo a perderla. Miedo a que esté en peligro. Miedo...

—¡Ayuda! ¡¿Alice?! ¡Auxilio!

Su voz.

Mierda, no.

Sigo el sonido de sus gritos y mi sangre hierve de la ira al ver la escena frente a mis ojos. Un hombre alto tiene a Liz tomada del antebrazo con fuerza. Tanta fuerza que puedo ver cómo ella gime de dolor mientras forcejea con desesperación y pánico. Pero el, indiferente a eso, la arrastra hacia el interior de el auto negro que había visto antes.

Veo rojo.

Cierro mis manos en puños, la rabia entrando y contaminando mi sistema, mis palmas ardiendo por la fuerza con la que entierro mis uñas en la carne de las mismas. No soy consciente de en qué momento empecé a avanzar hasta que estoy solo a unos pasos de ella.

Sin embargo, alguien detiene mis pasos tomándome del brazo con fuerza, demasiada fuerza. Giro para encontrarme de frente con un hombre completamente vestido de negro, mirando fijamente en arma entre mis dedos. Hago acopio de toda la adrenalina en mis venas y, con mi mano libre, estrello mi puño en su tabique en un golpe limpio, haciéndolo retroceder, mis nudillo palpitando por el impacto. Un gruñido ronco es liberado de su garganta tras el golpe. Su mano libera mi brazo para sostener su nariz entre sus dedos, manchandolos de sangre.

Las personas no se percatan de nosotros en absoluto, están tan absortos en su propio miedo que no se percatan de la escena.

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