I.

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Nervous-Shawn Mendes

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Nervous-Shawn Mendes

Llevaba horas en casa de él, Mario. Ese chico que nunca había volteado a ver dos veces antes de lo sucedido momentos antes. Cielos, quien imaginaría que debajo de esas camisas tan anticuadas que usaba, se escondía ese abdomen.

Alexa, río. Tonta, se dijo a misma, mientras volvía la vista a su ordenador.

El proyecto que tenían era infinito y aunque estaba disfrutando trabajar a su lado, no veía la hora de terminar. Estaban diseñando una maqueta 3D. Ambos manejaban muy bien los programas de diseño pero tenía tantos detalles, que llevaba tiempo. Maldito el momento que  se le ocurrió tomar clases de verano... bien podría estar en Valencia, disfrutando de la costa mediterránea con su mejor amiga y  esos bombones españoles, hermanos de su cuñada y ni hablar de esos amigos de Tadeo.

Suspiró, que difícil se le estaba haciendo concentrarse.

Paseó su vista por aquella habitación nuevamente. Era la segunda vez que estaba allí y era todo, menos lo que esperaba. Moderna, en tonos azules y grises, prolijo, ordenado y estaba equipada con lo último en tecnología; incluso, él contralaba las luces, el sonido y todo lo electrónico, desde su celular. Alexa estaba sorprendida. Ni que decir de ese espacio donde trabajaban, un escritorio  para diseño con luces especiales y una pared llena de bocetos, tanto arquitectónicos como de dibujos en carboncillo.

Mario tenía talento.

Lo miró nuevamente de reojo, recordando el bochornoso momento vivido minutos antes. Sus mejillas volvían a ponerse rojas.

Se encontraban trabajando desde su ordenador y mientras ella corregía algunos detalles, Mario miraba lo que hacía, dándole algunas instrucciones y demás. Lo cierto, es que sentirlo muy cerca de ella, casi rozando su espalda, la distraía un poco. No quería darle muchas vueltas al asunto, así que ignorando el cosquilleo que su suave voz le provocaba, intentaba concentrarse. Se volteó para consultarle algo y sin querer, le tiró el café que sostenía en la mano sobre la camisa y parte del pantalón.

—Shut... lo siento... lo siento—repetía, mientras el chico intentaba limpiarse, tomando pañuelos del escritorio.

—No te apures, ya no estaba tan caliente...—murmura, sonriendo con tranquilidad—. Me cambio y como si nada hubiera pasado. 

—Ay no, que vergüenza. En verdad lo siento, déjame al menos traerte otro en lo que te cambias—ofrece.

—No es necesario...

—Déjame hacerlo, es lo menos después de tirarte todo encima.

El chico asintió, sonriendo tímidamente.

—Vale... ya sabes dónde está todo.

La chica se había familiarizado con las casa en tiempo record. Solo había estado dos veces allí y ya sabía cómo manejar la máquina de café, donde estaban las tasas y todo lo necesario, y sin ayuda del servicio, pues aunque las mucamas ofrecieron ayudarle, ella insistía en hacerlo por sí misma. Tan segura de sí misma, espontánea y siempre alegre. Aunque la conocía desde hace dos años, casi no compartían. Sin embargo, en esos días que llevaban trabajando en el proyecto, sentía que la conocía de toda la vida por la comodidad con la que se desenvolvía a su alrededor.

A segunda Vista.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora