Cuentan que hace mucho una galaxia perdió un planeta
Cuando tenía ocho años mi padre me regaló unos cuantos de esos stickers que estaban de moda por brillar en la oscuridad. Como en cada paquetito venían pocos, me regaló tres; todos del sistema solar, pero procurando que fueran de distintos modelos. Así que digamos que tenía una pequeña galaxia, llena de estrellas, con tres sistemas solares diferentes, cada uno con sus nueve planetas (sí, Plutón estaría convulsionando de felicidad). Papá me dijo que sería buena idea pegarlos en el techo y que, para hacerlo ver incluso mejor, podíamos pintarlo de negro. Lo hizo tres días después en los que no me quedó de otra que esperar con mesura, mas, apenas la pintura estuvo seca, me subí en una escalera lo suficientemente alta y empecé a formar mi galaxia, a la cual no sabía si llamar Vía Láctea, Andrómeda o Triángulo. Me dije a mí misma que estaba creando una nueva, que el nombre vendría después. Y así pasé el tiempo, pensando en la nada y pegando planetas. Era la dueña de mi universo, me di cuenta, y me sentí poderosa porque aquello tan grande a mis ojos me pertenecía.
Terminar me tomó, tal vez, una hora; tal vez un poco más. Cuando lo hice todavía no oscurecía, pero la emoción por descubrir me ardía en el pecho, por lo que apagué todas las luces, corrí las cortinas y cerré la puerta. En mi camino devuelta a la cama no miré en ningún momento hacia arriba, e incluso mantuve los ojos cerrados, temerosa de arruinarlo. Quién sabe cómo me contuve o cómo logré pasar sin tropezar. Sin embargo, apenas llegué a mi destino, me tiré boca arriba, fui consciente de mi agitada e injustificada respiración por un segundo y... abrí los ojos.
Y la vi.
Vi la galaxia.
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De aquella vez solo quedaba una galaxia vieja y apagada que se había quedado sin nombre, con la pintura un tanto salida por las esquinas y partes donde deberían haber estrellas, pero que cayeron mientras dormía y durante mi ausencia. La única señal de esto era el hecho de que el pegamento seguía allí, guardándoles el lugar, sin permitir olvidarlas. Con todo, el techo no hacía más que verse desvaído a comparación de hace diez años.
Por puro instinto, apagué la única luz que iluminaba en esos momentos mi habitación y corrí las cortinas. Todo lo hice con tal lentitud que hasta yo misma me habría desesperado de haber sido un tercero. Me apropié de unos buenos minutos con el objetivo de observar a detalle el escenario que me regalaba mi ventana, conformado por el estacionamiento del hotel y una pequeña parte del jardín. A pesar de ser una vista con la que crecí, fue como si por primera vez notara que en una palmera había un aro de básquet. Los recuerdos de mi hermano menor intentando encestar la pelota en aquel aro se sentían lejanos, como si fueran las memorias de otra persona y no las mías. Podía escucharlo maldecir cuando fallaba, reír cuando lo lograba y la tímida invitación que me lanzaba de vez en cuando para jugar con él. Aún así, mi cuerpo no dejaba de sentirlo como una persona que nunca en mi vida había visto. No obstante, sabía su nombre y él sabía el mío. Así como sabía el de mis padres, y ellos sabían el mío. Así como se supone que conocía a todas las personas que pasaron por mi vida, y ellos me conocían a mí.
Me alejé de la ventana ya cerrada, inmiscuyéndome en la oscuridad que ahora invadía el cuarto hasta llegar a la cama. Me eché boca arriba con los ojos cerrados. Quién sabe cuánto tiempo pasé así, solo escuchando mi respiración y notando el subir y bajar de mi pecho al acompañarla. Siendo consciente de cada pequeño movimiento de mi cuerpo y sintiendo mis vellos erizarse uno por uno. Recordando cada imperfección por la que dudaba en la adolescencia y confirmando que sí, odiaba usar el cabello largo. Memorizando palabras extranjeras que me hacían sentir el significado y reviviendo verbos en mi idioma suciamente pronunciados en bocas ajenas. Decidiendo que tendría que gritar "mierda" desde el faro del pueblo porque era una palabra que merecía ser escuchada. Maldiciendo al maquillaje, la depilación, la política y la religión. De paso, también a la menstruación.
Abrí los ojos.
Y vi cómo Plutón explotaba.
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Este "cuento" es algo viejo. Y ni siquiera empezó como cuento. Pero bueno, sí, mandé a "Cuentan que hace mucho una galaxia perdió un planeta" a borradores y tomé la decisión de convertir sus capítulos en pequeños cuentos que editaré un poquito, mas no tanto porque quiero respetar a la Irma del pasado.(? Y los iré subiendo aquí, sí. De paso, también estoy en el proceso de escribir dos nuevos porque la inspiración me ha atacado y quiero quitármela de encima.
Besos y gracias por leer. :)
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Piura de melancolía
Ficción GeneralA veces la ciudad habla. El problema es que no la escuchan.