Educando a los 7 pecados capitales

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La luz del sol atravesaba la ventana, molestando a un demonio que estaba durmiendo plácidamente, por lo que frunció el ceño medio dormido aún y se volteó para el lado que daba a la puerta de la habitación. Iba a seguir durmiendo, pero recordó que tanto él y su amada diosa estaban en una carrera contra el reloj. Resignado, se sentó en el borde de la cama mientras era escasamente cubierto por las sábanas blancas, y se percató que estaba solo en la habitación. 

Se frotó los ojos, mientras miraba en que lugar había tirado sus pantalones la noche anterior, mientras sonreía recordando lo que hicieron no hace mucho, y procedió a ponérselos para buscar a la mujer culpable de todo lo bueno y malo que podía sucederle. Se concentró en su energía y se percató que estaba arriba del bar, en el largo balcón que estaba en lo más alto.

Aprovechando que la ventana estaba abierta, creó sus alas de materia oscura y salió en dirección hacia aquel lugar. Tenía que aceptar que no le gustaba mucho utilizar su poder demoníaco, pero éste era bastante práctico y de gran ayuda para muchas cosas, así que al final aceptó que ese era su poder y aprendió a controlarlo a su favor.

Divisó a Elizabeth en el borde del balcón e iba a acercarse a ella rápidamente, pero notó que estaba siendo cubierta por aquella aura púrpura aún medio desconocida para él y también estaba con los ojos cerrados recitando algún tipo de hechizo, por lo que mejor decidió mantenerse un poco alejado.

-Redde mihi nunc opus est figere sunt. Tendo, et morari timeo execratione maledicta congessit. Quod praecipio tibi.-

Estaba sentada en el borde del balcón con ambas de sus manos sobre su pecho y las piernas suspendidas en el aire, mientras decía aquellas palabras del hechizo tan importante que estaba efectuando. Sintió un dolor punzante en su abdomen, que la hizo fruncir el ceño y doblarse un poco por el dolor, mientras que su aura crecía de tamaño alrededor de ella.

Meliodas al ver su reacción se preocupó y empezó a caminar hacia ella, pero en fracción de segundos, Elizabeth, sin moverse de su lugar, utilizó su mano izquierda y la dirigió hacia atrás en dirección a él, haciendo una señal de detenerse. Ya sabía que él estaba allí, pero no podía dejar que interfiriera, no ahora.

Él entendió su gesto y detuvo su andar, sin embargo, aún sentía un poco de temor al ver que ella estaba sintiendo dolor por lo que sea que estuviera haciendo.

-Tempus est ut eliminate haec, maius opus. Ut iubes!-

Rayos de su propia energía salían disparados a todas partes y regresaban a su pecho, haciéndola estremecer del dolor por cada uno que regresaba a su cuerpo. Ella sólo soportaba aquel dolor y se encorvaba mientras terminaba de recibir todos los que ella había expulsado. Cuando al fin todo terminó, perdió el equilibrio y cayó hacia atrás, siendo rápidamente socorrida por Meliodas, para evitar que se golpeara con la madera del piso.

-Elizabeth, ¿estás bien? ¿¡Qué se supone que hacías!?- le preguntó nervioso y demandando una respuesta coherente. Necesitaba entender más de esos poderes de Statera en ella.

-Sí sí, estoy bien tranquilo.- le respondía ella mientras se acomodaba para sentarse y sostenía su cabeza con su mano. -Eso era magia negra; aún no la puedo controlar del todo, ya que no tengo mucho tiempo de haberme fusionado con Ellisse, pero la necesitaba ahora mismo, no tenía tiempo para practicarla, así que mi cuerpo no soportó la fuerza del hechizo y flaqueé un poco.-

-¿Un poco? Si yo no hubiera estado aquí, te habrías golpeado la cabeza. ¿Para qué necesitabas magia negra ahora?-

Ella lo miró fijamente a sus ojos esmeralda, y suspiró para responderle correctamente. -Para poder alargar el tiempo de la maldición y darme 6 días más de vida.-

La Diosa Oscura Donde viven las historias. Descúbrelo ahora