3. Del pez más pequeño, al más gordo.

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Capítulo 3.
Del pez más pequeño al más gordo.

Despierto por el peso de un cuerpo encima del mío. La sensación es algo sofocante así que, al abrir mis ojos mejor, alejo a la chica desnuda y me levanto. Escucho que ella también empieza a despertarse, pero al no prestarle demasiada atención, decido entrar al baño y encender la ducha.

Respiro profundo cuando el agua caliente toca mi cuerpo, pero la puerta siendo abierta me pone alerta. Me doy cuenta que la chica que despertó a mi lado no es la misma que traje a mi habitación anoche. Tengo la cabeza hecha un lío y no recuerdo casi nada.

—Damián, ¿te gustaría compañía? —la chica tiene aproximadamente veinte años y está completamente desnuda, permitiéndome ver su extravagante cuerpo operado.

—No, ya vete. Quiero estar sólo —ella frunce el ceño, pero se aleja.

—Okay, sabes que puedes llamarme cuando quieras.

—Creo que deberías saber que no te llamaré jamás. Ni siquiera sé cómo te llamas, sólo vete.

Hace mala cara, pero se va, dando un portazo tanto en el baño como en la puerta de la habitación. No me importa en lo más mínimo si está enojada, me importa una mierda quién sea esa chica, me importa una mierda cualquier chica y sí, suena realmente mal, pero una parte de mi corazón murió hace un par de años y no creo que pueda revivir esa parte nunca más.

Salgo de la ducha y luego de vestirme bajo encontrándome con la casa perfectamente arreglada y una mujer dándole los últimos retoques. Ella al verme se acerca con una sonrisa.

—Señor, soy Carmen, me puede solicitar cuando necesite cualquier cosa —es una señora un poco vieja, pero con una sonrisa que ilumina el lugar.

—Hola, Carmen, gracias —ella asiente y se retira.

Es de esas señoras que te recuerda a tu madre, una madre que no he visto en mucho tiempo. Una madre que en el fondo me hace falta.

Salgo a la piscina donde encuentro música mujeres y tragos, también a un Fernando demasiado alegre.

—¡Damián! Creí que no despertarías. ¿Jugaste mucho anoche? —me lanza una mirada siniestra que sólo tiene cuando está drogado.

—¿Qué hace toda esta gente aquí? ¡la fiesta se acabó hace horas! —Fernando se pone recto ante mi grito, pero cuando intenta responder el sonido de un camión nos pone alerta. En seguida tomo mi arma.

Veo a un hombre de seguridad acercarse trotando.

—Buen día, señor. Acaba de llegar la mercancía.

—Saca toda esta gente de aquí —me dirijo a Fernando quién asiente.

Me dirijo con el otro hombre hacia la entrada principal de la casa, donde está parqueado el camión con coca, justo al lado de un auto blindado.
De éste último se baja, Arturo con sus dos hombres de seguridad.
Arturo es uno de los expendedores menos experimentados de Estados Unidos. Es el que utiliza Alex de última opción, así que se lo robare. Le derrumbaré poco a poco su imperio.

—¡Damián Miller! No creí que fuera verdad eso de venir a Estados Unidos —se ajusta su traje barato intentando verse sofisticado.

Arturo es un hombre de edad que intenta verse importante en sus trajes baratos y su camioneta. Produce la coca en una vieja guarida, sin embargo, no puedo negar que es muy buena.

—Te dije que tenía asuntos acá y yo nunca dejó algo sin resolver —mi repuesta parece satisfacerle porque aplaude.

—Eso es algo magnífico, Damián. Pero cambiando un poco de tema, debo ser muy sincero contigo.

Deseos Oscuros II (Vehemencia)©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora