Tomé aire y miré a mi alrededor antes de dar un paso más. Estaba nerviosa, insegura, perdida.
Sentía vergüenza de tener que entrar, ¿qué me iban a decir? ¿Cómo me mirarían? ¿Qué pensarían de mí?
Deja de perder el tiempo y hazlo.
Obedecí a mi consciencia y toqué la puerta, me abrieron pasados unos segundos, era una mujer mayor, con el pelo largo y baja de estatura.
—¿Sí?
—Hola —me demoré en contestar—, humm...
¿Cómo lo decía?
—¿Qué necesita?
Suspiré y lo solté.
—Una conocida me dijo que... que acá podía... ehh... que podía interrumpir mi...
Dejé de hablar para ver si la mujer me ayudaba a completar la frase, pero no lo hizo y su expresión solo me dio a entender que siguiera.
—Me dijo que acá podían ayudarme a detener mi embarazo.
Embarazo.
Aún no me entraba la idea en la cabeza.
Me miró de arriba a abajo y se apartó dejando un espacio que me dejó ver el interior de la casa.
Lo poco y nada que pude ver era algo parecido a mi casa, incluso algo mejor, creo. De todas formas, mi casa no pasa el tamaño de una pieza, así que esto no se compara.
—Pasa.
Entré y vi a dos tipas, una parecía más adulta que la otra, que se veía como de mi edad, parecía nerviosa, mientras que la otra leía una revista.
—¡Ana, puede pasar la próxima! —gritó una voz desde una pieza.
—¡Altiro, doctor!—dijo la mujer y se refirió a la mina más joven— Anda, te toca.
Se paró y caminó a paso lento, y con las manos temblando hasta que se adentró en la pieza desde donde la habían llamado, y si no escuché mal, estaba llorando.
—¿Cuantas semanas tienes? —me preguntó después de haber agarrado un cuaderno y un lapiz.
—U-unas ocho, o nueve, creo.
—Bueno, ¿ocho o nueve? —se oía molesta.
—Ocho, perdón.
—El efectivo, completo antes del trabajo.
—Sí —dije sacando los billetes de mi mochila.
Mi mamá había hecho trabajos a los vecinos, les planchó la ropa, se las lavó, e hizo algunas cosas extra para juntar un poco, me sentía culpable por no poder ayudarla, pero por más que buscaba alguna fuente, no la conseguía.
Habíamos logrado juntar treinta mil pesos con mucho esfuerzo, y esperaba que con eso fuese suficiente.
Le entregué la plata y después de que la contara me volvió a extender la mano.
—El resto.
—¿Có-cómo que el resto?
—Con esto no te alcanza ni para considerarlo, te falta mucho más de la mitad.
—¿Pero cuánto es?
—Cuatro setenta.
Sentí que había dejado de respirar en ese momento. ¿Cuatrocientos setenta mil? ¡No iba a conseguir eso en tan poco tiempo ni haciendo un esfuerzo sobrehumano!
—Pero... Pero yo no tengo esa plata —negué varias veces con la cabeza.
—Bueno, es que vas a tener que tenerla o no te vas a poder hacer nada.
—No, señora, es que no entiende, mi mamá...
—Mira, me da lo mismo tu mamá, nadie te mandó a abrir las piernas, niñita. Si te gusta hacer cosas de grandes, asume las consecuencias, que en ningún lado te va a salir más barato —dijo enojada y me pasó la plata casi a la fuerza.
Se dio vuelta y entró hasta la pieza donde entendía que estaban trabajando. Seguía sin saber que hacer, si en ninguna parte era más barato, no tenía opción.
Le eché un vistazo rápido a la otra mujer sentada que parecía ignorar la situación y aguanté mis ganas de llorar al salir de ahí.
Fui a paso rápido hasta el paradero y aprovechando que estaba solitario por ahí me senté y rompí en llanto.
¿Por qué cresta me pasa esto a mí? ¡¿Por qué?! ¡No merezco que nada de esto me pase, nada! ¡Jamás he sido una persona mala para que esto sea lo que el destino me ponga en el camino!
Ayudé a mi mamá con mis hermanas cuando mi papá se fue, las cuidé en la madrugada cuando mi mamá trabajaba hasta tarde, soporté todas esas noches frías sin tener con que taparme, y aguanté el hambre que tenía todos esos días que no había ni un pedazo de pan.
No merezco que toda esta mierda me pase a mí.
No lo hago.
Y aunque la vida no es justa con todos, conmigo la cagó.
—Disculpa... —escuché la voz de una mujer pero no la pesqué.
Volvió a insistir, y esta vez me tocó el hombro.
—Disculpa, ¿estás bien?
La miré y no lucía como que viviese por acá, tenía una pinta, cómo decirlo...
Cuica, sí, tenía pinta de ser cuica.
—Sí —dije con la voz quebrada—, sí, no pasa nada.
—¿Estás segura?
No.
—Sí.
Aunque me delaté sola.
Volví a llorar apenas terminé de mentir, y solo la oí hacer un ruido de lástima y sentarse a mi lado.
—¿Pero qué le pasó? —me pasó un pañuelo— ¿Le hicieron algo?
Sí, me cagaron la vida.
Sacudí la cabeza y solté más lágrimas.
Necesitaba desahogarme, pero, ¿con una extraña? Bueno, sí, era la única dispuesta a escucharme, creo.
—Es que... estoy embarazada —expliqué entre llantos—, y-y no lo quiero.
Me miró e hizo una mueca de pena.
—Pero tampoco puedo hacer otra cosa, no tengo plata, para, para...
—¿Abortarlo?
Asentí sin verla a la cara, solo al pañuelo.
—Además tampoco tengo para ir a un buen consultorio, no puedo pedir pastillas, nada.
Y era peor cuando lo recordaba.
Pasó un largo momento de silencio en el cual ella se dedicó a sobar mi espalda de arriba a abajo y yo me calmaba de a poco.
Sin embargo, en un momento paró y me volvió a dirigir la palabra.
—Quizás yo te puedo ayudar, y tú a mí.
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APENDICITIS
Fiksi Remaja❝-Porque siempre existirá una gran diferencia entre tú y yo, que mientras tú estés sobre una camilla con atención especial, yo posiblemente me esté desangrando en una cama y muera ahí mismo.❞ Donde la josefa y la carla viven distintas realidades; un...