9. El mayordomo y el ama de llaves

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El trío de detectives de Scotland Yard, compuesto por los detectives Owen Prouds, Pierce Smith y Willie O'Brien se detuvo ante la puerta de una casa que estaba en los alrededores del centro de la ciudad. Desde afuera la casa se veía realmente desvencijada. Se notaba que era una casa antigua y, por el aspecto, casi parecía embrujada. Prouds estaba a punto de golpear a la puerta cuando se oyó otra vez el llanto de Smith. Prouds giró la cabeza en su dirección.

—¿Va a estar así todo el día? —preguntó secamente. Pierce Smith lo miró con desesperación—. Venga, en algún momento tendrá que superarlo, hombre. Cuando menos apárteselo de la cabeza en este momento, que es hora de trabajar y no de llorar.

El diminuto detective O'Brien —era de estatura muy baja— palmeó la espalda de su altísimo compañero Smith, mientras Prouds golpeaba la puerta de la casa. Al rato un hombre joven vestido muy formalmente abrió la puerta con cara seria.

—Buenos días, ¿son ustedes los detectives de Scotland Yard? —interrogó.

—Así es, ¿quién es usted? —preguntó Prouds.

—Mi nombre es Swan Croast, soy el mayordomo y el chofer de la casa —dijo el muchacho antes de bajar la cabeza. Su semblante transmitía cierta tristeza—. Mejor dicho, era el mayordomo, pues ahora que el matrimonio ha muerto, no sé si lo seguiré siendo.

—¿Habla del matrimonio White? —interrogó Prouds. El señor Croast asintió débilmente.

—Sí, pasen, caballeros, por favor.

El hombre se hizo a un lado y los tres detectives entraron. Dentro se encontraron con una mujer que también se veía joven. Estaba vestida con ropa oscura y un delantal. Prouds miraba a los dos con sumo recelo, como era usual en él, mientras que O'Brien se veía tan inocente como siempre, y Smith se veía notablemente entristecido, aunque estaba haciendo un increíble esfuerzo por no largarse a llorar.

—Buenos días —dijo la muchacha casi sin ánimos.

—Buenos días, señorita, ¿quién es usted? —le preguntó Prouds.

—Yo soy Wanda Noamin, soy el ama de llaves y la cocinera de la casa —la mujer hablaba sin ningún tipo de entonación en su voz, lo cual hacía sentir a los detectives que estaban efectivamente en un sitio embrujado y macabro.

—¿Ustedes son los empleados del matrimonio White? —interrogó Prouds.

—Así es, aunque ahora no sé qué vamos a hacer sin ellos. ¡Por Dios, qué desgracia! —exclamó el señor Croast.

—¿Dónde están ellos?

—Vengan, síganme —dijo el muchacho antes de darse la vuelta y dirigirse a una habitación. Mientras caminaban, tanto Prouds como O'Brien observaron lo destartalado y ruinoso que se veía todo. La casa no llegaba quizás a ser un sitio donde fuera imposible vivir, pero se veía todo en un estado tan terrible que cualquiera diría que a las personas que vivían ahí no les importaba en absoluto la situación de las cosas a su alrededor.

El señor Croast entró en una habitación no tan grande pero tampoco tan pequeña en la que había una gran cama matrimonial en el centro. Los tres detectives y la muchacha entraron detrás de él. Allí mismo yacían los cuerpos del matrimonio: el señor Zephyr White y la señora Sharon White, según lo que el trío de detectives se había enterado antes de acudir a la casa.

—Los encontramos al levantarnos —dijo el señor Croast con un deje de angustia en su voz—. Oímos ruidos en la noche pero no nos llamó la atención lo suficiente como para bajar y verificar que todo estuviera en orden. Yo, personalmente, incluso creía que se trataba de un sueño que estaba teniendo. Pero cuando nos despertamos a la mañana temprano, como todos los días, y vinimos a despertarlos como era lo usual, nos encontramos con que no despertaban de ninguna forma. Por las marcas que tiene nuestro pobre señor en el cuello, creemos que fue asfixiado. En cuanto a la mujer, no sé realmente qué es lo que tiene, pero claramente no respira, no está viva. Los dos están muertos. Ambos han sido asesinados, aunque no sabemos por qué y por quién.

Diez Casos del Trío de Scotland YardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora