6.

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¿Tumbarme para qué?

No me atrevo a preguntar, no quiero parecer más asustada de lo que ya es evidente, así que obedezco.

Sal tiene una gran autoridad sobre nosotros, diferente a la que tienen el resto de Supervisores, pero en cualquier caso, poderosa.

Voy hacia la camilla y me tumbo boca arriba un tanto encogida. Las manos me tiemblan así que las aprieto con fuerza sobre el estomago.

Los nervios me hacen fruncir el ceño y tensar los labios hasta que siento dolor y aún así no puedo evitar hacerlo.

Sal aparece sobre mí mucho más grande y atemorizante, alarga una mano y agarra una especie de lámpara con forma de brazo metálico y la retuerce hasta colocarla sobre mi cara. Al encenderla, la luz me golpea tan fuerte en las retinas que tengo que parpadear.

-A ver, abre la boca y di: ¡Ah!- Oigo la voz de Sal y lo busco tras la luz, se ha convertido en una sombra que no es menos aterradora que antes.

De nuevo obedezco y veo a la sombra emerger para inclinarse sobre mí.

Mi primer impulso es apartarme, pero no lo hago. Prefiero que esto acabe lo antes posible. Desvío la mirada hacia la pared hasta que Sal se retira y la luz se apaga.

-Tienes la garganta irritada- me dice. Sí, y ahora la mandíbula desencajada también.- ¿No te duele al tragar?-

-Un poco sí-

-Siéntate- ordena.- Voy a comprobar cómo suenan tus pulmones, así que respira cuando yo te lo diga.-

Asiento con la cabeza, más tranquila, ahora que estoy sentada no me siento tan vulnerable. Pero Sal no se mueve y de hecho, me mira como si no le hubiese entendido.

-¿A qué esperas? Quítate la camiseta-

Me quedo clavada ¿Qué me quite la…?

-¿Por qué tengo que quitarme nada?- pregunto extrañada (y más asustada).

Desde el día de mi designación he hecho todo lo posible para mantener mi cuerpo oculto de todas las miradas. Temía que si alguien lo veía, volvería a oír las cosas horribles que dijeron los Supervisores y no quiero.

-¿Cómo esperas que oiga nada con eso puesto?- pregunta con impaciencia.- No tengo todo el día, Recolectora.-

Podría marcharme ahora mismo pero Zach me obligaría a regresar.

Las manos aún me tiemblan cuando agarro el borde de la camiseta para tirar hacia arriba, pero consigo sacármela por la cabeza.

Clavo la mirada en el suelo, me siento rara y avergonzada  y de algún modo, desprotegida.

Sal, por suerte, no dice nada de mi aspecto. Rodea la camilla y se pone a mi espalda. Me inquieta no poder verle.

Entonces, su cabeza se pega a mi espalda y puedo sentir a la perfección el contorno de su oreja sobre mi piel.

-Respira hondo- me pide. Tengo que concentrarme mucho para obedecer esta vez por la sorpresa y para ignorar los movimientos de mi estomago que protesta contra un terrible frío que se está apoderando de todo mi cuerpo.- Ahora, tose un par de veces.-

Lo hago. Espero que este oyendo todo lo que le haga falta, a mí los oídos me zumban.

-Tus pulmones suenan bastante bien- opina, apartándose de mí- Aunque tus pulsaciones son demasiado altas ¿Estás nerviosa por algo?-

Me cuesta comprender sus palabras, así que no contesto.

-¿Puedo vestirme ya?-

Sal asiente y se gira hacia su escritorio.

Patrullas del ExteriorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora