Muerte y Libertad

62 1 1
                                    

Ella veía las gotas de agua caer desde el cielo con intensidad, a través del cristal de la ventana del autobús en el que viajaba y el cual la resguardaba de la imponente lluvia. Siempre veía por la ventana y siempre había un atardecer sublime, que derramaba sus rayos entornados de anaranjado y rosado sobre los maizales. La ruta hacia su casa era larga. Llegar del campo a la ciudad le tomaba un par de horas, que para ella eran toda una vida, un mundo, un lugar donde se sentía protegida y podía leer, escuchar música o simplemente divagar con sus fantasías. Todo esto acompañada de un atardecer. Siempre había un atardecer en el horizonte.

Sin embargo ese día el atardecer no la espero, se fue sin ella y dejo de remplazo a la lluvia, con nubarrones grises que, a medida que pasaban los minutos se hacían negros; pues la noche no se hizo esperar. No era el mejor día para que el atardecer la dejara. De hecho, no había sido un buen día. Sus días siempre eran malos. Para ella tratar con las personas era agotador. Pero ese día la ley de Murphy no había tenido piedad con ella.

La ley de Murphy dice que si algo puede salir mal, saldrá mal. Pero ese día todo en absoluto había salido mal y el atardecer no taba allí para consolarla. Su mente se negaba a pensar en otra cosa que no fueran los problemas que causo y lo mucho que se odiaba a si misma, su mente se negaba a fantasear. Ella solo podía pensar en cada día malo que había tenido y eran muchos, quizás desde los 12 años, cuando un día se miró en un espejo y se dijo a si misma <<te odio>>. Un odio que ni siquiera sabía de donde había nacido, o quizás si lo sabía, pero se negaba a culpar a alguien más. El odio, el dolor, la culpa y la tristeza eran solo para ella. No podía odiar ni culpar a nadie más, sin embargo su único crimen era ser quien era. Su único crimen era existir en un mundo que evidentemente no la quería allí.

Ella era valiente, pero siempre se decía que era cobarde, por nunca poner en marcha una sola de las ideas que germinaron en su cabeza el día que se declaró su odio. A la par de esas ideas siempre guardaba esperanza.

Por sobre todo, ella estaba atrapada y lo único que quería era un poco de libertad. Respirar sin nada que la atara, sin llevar peso sobre sus hombros, sin que hubiera un antes y un después; solo ella y un par de enormes alas que le ayudarían a dejar todo atrás. Ella sabía que solo era un sueño, pero no le molestaba fantasear con ello. La fantasía era esperanza y ella siempre pensó que un día alguien la liberaría. Ella esperaba un héroe, un alma valiente que pudiera hacer eso que ella no podía. Ella no quería un príncipe azul (incluso para ella, eso era una tontería). Ella solo quería alguien que rompiera las cadenas y abriera la jaula, esa jaula en la que ella misma se dejó caer, esa jaula que le proporcionaba refugio pero también dolor.

La lluvia había parado y el autobús estaba llegando a su última parada. La oscuridad de la noche había caído sobre el cielo y se había comido todas las estrellas. Por habito mas que por haber llagado, bajó del autobús; dejando en el sus esperanzas. Sus sueños y sus fantasías se habían roto y hecho polvo aquel día, que más daba si no las recogía. Se sentía condenada y lo peor era que sentía que lo merecía, aunque ella no recordaba haber hecho algo como para hacerse acreedora a ello.

Una solitaria farola iluminaba la pequeña parada que se alzaba tímidamente con un letrero oxidado y una banca empapada y sucia. Ella dio un respiro de resignación  y por instinto levanto la vista. Cruzando la calle, había un hombre joven de cabello negro y caminaba desorientado. Ella lo miro y sintió algo de envidia, él era joven y rebelde, quizás regresaba de alguna fiesta y no tenía que preocuparse más que por verse bien. Ella era joven pero su espíritu había sido doblegado, su alma maltratada y torturada; así que en ella no quedaba rastro de rebeldía. Su mirada siempre iba en el suelo y sus alas, sí las tenía, siempre estaba caídas. Ella había vuelto a bajar la mirada, lo hacía sin darse cuenta y una pequeña sonrisa salió al intentar imaginar la vida de aquel chico.

Levanto la mirada una última vez, con la intención de grabarlo en su memoria y así tener algo con que fantasear después. Sin embargo, aquel hombre había desaparecido, era algo extraño, solo había bajado la mirada por unos segundos y aquel hombre no parecía en condiciones de correr o ir muy rápido. Un impulso la hizo voltear a un lado y allí estaba él, a solo unos centímetros de ella. Sus ojos erran de un azul intenso, tanto que sintió una punzada fría en el estómago al tiempo que aquel hombre ponía una mano en su espalda y la sostenía aún más cerca. Su otra mano estaba allí donde la punzada comenzaba. Ella no podía dejar de ver eso ojos azules, pero sus piernas empezaron a fallarle así que se sostuvo con una mano del hombro de él, quien la miraba con una expresión que reflejaba compasión pero que se escondía tras la seriedad de un ceño fruncido. Ella sintió algo tibio en su blusa y por instinto llevó su otra mano al estómago sin dejar de ver a los ojos azules de aquel hombre. Conocía bien lo que sus dedos tocaban, ese líquido espeso y tibio, la palabra –sangre- paso por su mente. Con su mano manchada toco la del hombre que sostenía el puñal dentro de ella y solo logró avanzar a su antebrazo, antes de devolver su mano a su abdomen, aunque ella deseaba alcanzar su rostro eligió sostener la mano del hombre, para que él no soltara el puñal, no aun. De los ojos de ella saltaron unas cuantas lágrimas, la mirada azul del hombre no dejaba de tener compasión. Ella sintió el frío metal hacer su camino de salida fuera de su cuerpo, lo siguiente que sintió fue como su cuerpo fue colocado de apoco en el frío suelo. El hombre de los ojos azules la sostuvo hasta el final, hasta que por inercia ella ya no pudo tener sus parpados abiertos. Sin embargo, en la última sinapsis de su cerebro, el último destello de luz dentro de su mente; esos ojos azules estuvieron presentes y ella lo entendió. Ese hombre era el héroe por el que había esperado, él era el alma abnegada que haría lo que ella por falta de valor no hizo. Y lo último que supo después del dolor, de la falta de aire en sus pulmones, de la ausencia de sangre en sus venas, lo último de lo que fue consiente antes de que las luces se apagaran; era que al fin seria libre.   

Just... I don't  knowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora