Capítulo 1: La Universidad

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MADRID. 7:30 h.

La profesora de Historia en la Universidad Complutense de Madrid, Vittoria Vetra, de 35 años, experta y amante de la simbología, preparaba su desayuno en la cocina de su pequeño piso en las afueras de un pequeño municipio del área metropolitana de la capital española. En su televisión se anunciaba la noticia del día: la celebración del cónclave. El vicario de Cristo había muerto hacía tan solo 14 días, y el Colegio Cardenalicio ya había hecho todos los preparativos para tan enigmática celebración.

Como historiadora que ella era, y debido a esa vena periodística que heredó de su padre, puso atención en la noticia. Como agnóstica, no le interesaban especialmente tales tradiciones, aunque, como historiadora, sí que las conocía. Cuando devoró su desayuno mediterráneo y se hubo enterado de todo lo relacionado con la noticia, recogió la cocina. Se puso la ropa que siempre se ponía para ir a clase: una camisa por fuera - hoy de color caqui -, unos vaqueros - hoy azules claros - y calzado cómodo - que hoy serían unas New Ballance color burdeos -. Después de arreglarse su media melena castaña ondulada, preparó su bolso, y a las ocho menos cuarto, salía disparada hacia su coche camino de su lugar de trabajo, la Universidad Complutense de Madrid.

FACULTAD DE HISTORIA DE LA UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID. 14:00 h.

Ana, la menuda conserje de la Facultad de Historia de la UCM, se vio sorprendida por la visita de un joven hombre alto, castaño, vestido de traje, de pose erguida pero de gesto amable, que se acercó a su pequeño espacio de trabajo y que, mientras le enseñaba su credencial, le dijo con un ligero acento italiano:

- Claudio Vincenzi, Corpo de la Gendarmeria Vaticana, ¿Es aquí donde trabaja la señorita Vittoria Vetra?

A Ana se le encogió el estómago cuando escuchó el nombre de una de las profesoras con quien mejor se había llevado a lo largo de sus 20 años de trabajo en la facultad. "¿Vittoria reclamada por el Vaticano?", pensó. Aunque sabía que los libros publicados por Vittoria no serían de especial agrado para la Santa Sede, no creía que fuese para tanto como para mandar a un policía a darle un toque de atención.

- Sí... sí. Trabaja aquí, pero está dando clase - miró su reloj -. En media hora terminará. Si quiere puede esperarla mientras le explica al decano el motivo de su visita.

La expresión de disgusto que puso el hombre no pasó desapercibida para Ana, aunque este le respondió:

- Es un asunto muy urgente, necesito que me lleve hasta ella ya.

Ana no sabía aún como explicárselo:

- Verá, yo no soy nadie aquí, es con el decano con quien tiene que hablar.

Otra expresión de disgusto afloró en la boca del agente, que le dijo:

- Entonces lléveme con él.

Ana aceptó - no le quedaba más remedio -. Cuando llegaron hasta el despacho del decano, este les recibió con una sonrisa, e indicó a Ana que esperase fuera, en la puerta. Intentó captar algo de la conversación, pero solo pudo escuchar palabras sueltas: "Vaticano... Cónclave... Presencia". Ana terminó por asumir que, a no ser que Vittoria decidiese contarle algo, no se enteraría de nada.

Al cabo de dos minutos, el hombre italiano salió del despacho seguido del decano. Este, con un gesto más serio que antes, le dijo a Ana:

- Acompañe a este hombre hasta la clase de la señorita Vetra.

- Por supuesto, señor - respondió la conserje.

Ana, acompañada del policía italiano, llegó hasta la puerta de la clase donde se encontraba su amiga Vittoria, se giró hacia el hombre y le dijo:

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