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Miré al frente.
Miré hacia atrás.
Nunca me detuve, ni pensé en mi caminar.
Solo era un chiquillo travieso que nunca divisiba su parar.

Pasé por el puente, silbando sin cesar.
Llegué a la otra punta, cruze el río y nada pasó.
Pero nada es instantáneo, el viento me lo susurró.

Recuerdo haber danzado con alegría, me sentía el único sobreviviente, una leyenda viva.

Me adentré a la profundidades del bosque, en una tarde fresca febril, luego de caminar unos minutos sentí el olor penetrante de un curioso romero, ese que dictó mi fin.

Aleteo CiegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora