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Frondoso, musgoso, húmedo y verde.
Misterioso, febril, fúnebre e inerte.
Bosque sin raíz, sin nutriente.
Buscaba a la santa pelirroja que abandono su suerte.

Explore los alrededores, había mucho que desear, divisé una extraña cabaña, me parecía familiar.

Alejada, rodeada de romeros, ahí estaba, de madera a punta de leños poblada, era una pequeña casita de esas no muy bien amuebladas.

Me acerqué discretamente, a mitad de camino sentí, el peso de una mirada, de una vista y me escondí.

Corrí a su dirección, ya en el umbral me dispuse a tocar, dí tres pequeños golpes y sin respuesta, me arrepentí.

Sin embargo no podía esperar, si no me apresuraba, me iban a matar.

Entré sin invitación a la choza leñada, arrastraba mis pies miedoso, quien sabe que la habitaba.

Procure no hacer ruido mientras caminaba, al mínimo tamboleo, al mínimo desliz podía romper aquellas figuras de cristal tan frágiles, tan inciertas, tan repentinas como lluvia en junio.

Con cuidado y despacio, observé espejos por doquier, mi tía decía que robaban el alma, que me cuidará...
Nuestros reflejos traicionaban.

Distraído choque con cierta bola cristalina, una pecera sin más, detrás de las algas y las piedrillas coral, curioso me fije en cierta figura de carpín solar.

Dorado, pequeño, vívido y capaz.
Si tan solo hubiera sabido de aquel monstruoso animal.
Tal vez no estuviera contando esta historia en medio de una triste y melancólica tarde de septiembre.

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⏰ Última actualización: May 12, 2019 ⏰

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