XII

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Me pasé la mitad del año anterior y todo lo que llevaba de este evitando quedarme a solas con la profesora Mcgonagall.

Ella había entrado en una de nuestras clases de Defensa Contra las Artes Oscuras. Estábamos practicando el hechizo Patronus por tercera vez. Recordaba haber conseguido que de mi varita saliera un profundo fulgor blanco y me había sentido muy orgullosa cuando vi que tomaba forma. Pero no era una persona estúpida, sabía cómo era un lobo, y lo que tenían ante mí era un perro mitad lobo. Un perro que me recordó extrañamente a Sirius.

Me había quedado embobada viéndolo. Había fijado mis ojos en él, sin poder siquiera pestañear. Era extraño, porque parecía que mi Patronus me miraba con la misma fijeza. Había tenido el impulso inexplicable de acercarme a él, de tocarlo. Y él no se había negado, sino que había avanzado un par de pasos hacia mí cuando me agaché. Estiré la mano, y había estado a punto de rozarlo con la punta de los dedos antes de que me diera cuenta de que todo el mundo me estaba mirando. No había sentido tanta vergüenza en toda mi vida, y la mirada fija de Mcgonagall en mí no había contribuido a aligerar mi sonrojo. Había saldo a toda prisa del aula con la excusa de que me encontraba mal, y había corrido por los pasillos hasta llegar al patio exterior.

Había sentido que me faltaba el aire, que me ahogaba. Recordaba haber boqueado como un pez fuera del agua, y el temblor en mis piernas, que al final acabaron por fallarme. La hierba había evitado que me lesionara las rodillas al caer a cuatro patas. Había apretado el césped en mis manos mientras lloraba, en busca de aire.

Remus y Peter me encontraron en esa misma posición al cabo de un rato y me llevaron a la enfermería. La señora Pomfrey había asegurado que podría haber parecido un ataque de ansiedad, pero que creía que no era eso lo que me había pasado. Me había hecho pasarme dos días en la enfermería para poder vigilarme, y acabó por dictaminar que no tenía ni idea de qué me había pasado. Claro, que yo no la había contado lo sucedido en la clase.

El mismo día en que había salido de la enfermería, la profesora Mcgonagall me había abordado diciendo que tenía algo importante que tratar conmigo. Yo, simplemente, la había dicho que tenía clase y que no podía entretenerme. Y había conseguido evitarla hasta este momento.

Me había abordado mientras estaba en la biblioteca con Cris y Ali, y me había ordenado que la acompañara para ir a hablar con el director. Yo me había quedado estupefacta, hasta que vi que me metía en su despacho. Ahora me escudriñaba con sus severos ojos y yo quería que se me tragara la tierra.

— Creía que íbamos a ver al profesor Dumbledore, profesora— dije, intentado aparentar normalidad, a pesar de que me temblaban las manos. Sus aletas de la nariz temblaron de furia y yo bajé la mirada.

— Bueno, no se me ocurrió nada mejor para que dejaras de huir de mí. Lo que llevo queriendo decirte todo esto tiempo es realmente importante, Jemma. — Estaba acostumbrada a su tono severo, y me contuve de encogerme en el asiento.

— Lo siento, profesora. Es que...

— ¿Tenías la necesidad imperiosa de huir porque pensabas que realmente iba a revelarte algo demasiado importante? — inquirió la mujer, arqueando sus cejas, marcando más las arrugas de la frente. — Pues bien, acertaste en que era importante, pero no en la idea de huir. De esto no puedes escapar, Jemma.

Me revolví incómoda en mi lugar, en intenté forzar a mis manos a que dejaran de temblar, mas no me obedecían.

— Jemma, lo que tengo que contarte es una posible conjetura. Sin embargo, creo que puedo afirmar que estoy en lo cierto. La forma en que te acercaste a tu Patronus... Supongo que sabrás que no es algo que un mago normal pueda hacer. — No hablé. Tenía la sensación de que no debía interrumpir. — Convocar un Patronus precisa de una habilidad mágica importante, supongo que eso lo sabes. Sin embargo, puedo asegurar que, en todos los años que llevo enseñando y, me atrevería a decir, que en toda mi vida he visto a alguien convocar un Patronus corpóreo y ponerse a acariciarlo como si fuera un animal normal y corriente. Jemma, existe una magia, una magia antigua y tremendamente especial. Una magia a la que no todos los magos tienen acceso, principalmente porque sólo la conocen los magos que nacen con ella. No está escrita en los libros, pues casi no han existido magos con tal poder. Los que la practican se hacían llamar Magos Blancos, y si algo los ha caracterizado siempre es su conexión con sus Patronus. Jemma, escúchame bien cuando te digo que la magia del Patronus es una magia muy pura, muy especial. Y el sello de un Mago Blanco ha sido siempre su Patronus, al cual pueden acariciar, convocar con una facilidad pasmosa y, sobre todo, es una parte de sí mismos.

Wolf || Sirius Black [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora