VIII

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Hacía frío. Quizás demasiado. Fue por eso por lo que me desperté parcialmente, cuando los primeros rayos de sol se colaban entre las rendijas que dejaban entre sí los viejos tablones de madera de la Casa de los Gritos.

Me sentía exhausta, y por eso intenté volver a dormirme a pesar de que no sentía el cuerpo por culpa del helador clima matutino. En vista de que no iba a tener mucho éxito en calentarme, me pegué a la masa oscura sobre la que estaba apoyada. Posé mi mano sobre una estructura dura y firme, con la textura de una tela. Estaba tan adormecida que no me di cuenta de que mi apoyo empezaba a desperezarse también, y su respiración dejó de ser tan acompasada. Cuando su suspiro cansado chocó contra mi nuca se me erizaron los pocos pelos de mi cuerpo que aún no lo estaban a causa del frío.

Sirius Black me miraba con aquellos ojos perlados, cansado. Sintiéndome un poco estúpida por estar cada vez más pegada a él, me enderecé y sentí como todos los músculos de mi cuerpo se quejaban. Estaba claro que la posición en la que me había quedado dormida no era la más cómoda del mundo, y tendría dolor de cuello una semana entera.

— Lo siento— me disculpé con Sirius, refiriéndome a haberle dejado contra una pared, soportando el peso de la mitad de mi cuerpo durante toda la noche. Su sonrisa fue instantánea.

— Y yo que pensaba que tú no eras de las que se aprovechaba a la primera de cambio para acabar encima mía. — Rodé los ojos. No podía estar muy mal si le quedaban fuerzas para bromear.

Eché un vistazo a mi alrededor. James seguía durmiendo, hecho un ovillo al otro lado de la habitación. Peter, todavía en su forma de rata estaba tumbado a los pies de Remus. Oh, Remus. El pobre yacía en el suelo, todavía encadenado y con las ropas destrozadas. Ahora descansaba de forma apacible, una imagen muy contradictoria a la de la noche pasada, cuando había rugido y lanzado mordiscos a diestro y siniestro. Había estado muy cerca de escapar esta vez. Probablemente tendríamos que conseguir unas nuevas cadenas si no conseguíamos reparar las que ahora lo sujetaban. Hablaría con Dumbledore ese mismo día.

Había sido una de las peores noches. Ni siquiera mis llamadas de atención en forma lobuna habían conseguido distraerlo de su objetivo, que oscilaba entre arrancarle la cabeza a James, a Sirius, a Peter o salir corriendo en busca de alguna víctima humana cuya sangre le supiera mejor que otra cosa.

—Veo tu cabeza trabajar a toda velocidad— dijo Sirius, que ahora se encontraba sentado y apoyado en la pared más cercana. — No pienses más en la noche pasada, no hoy. Ya estamos bastante cansados como para que te quiebres la cabeza intentando averiguar cómo hacer para que la próxima vez no salga todo tan mal. Hay tiempo. Podemos pensarlo mañana si quieres, pero no hoy Jem. — Había empezado en un tono bromista, pero había ido evolucionando a uno agotado, casi desesperado. Me produjo ternura y entrecerré los ojos.

—Vale, vale. Venga, despertémoslos antes de que alguien se dé cuenta de que no hemos pasado la noche en nuestras habitaciones.

Sirius asintió con la cabeza y se levantó de su sitio, apoyándose con las rodillas en el suelo. Parecía más pequeño que de costumbre, lo que podría atribuirse a su postura encorvada. Iba hacia James, así que yo me decanté por acercarme a Remus.

Su respiración era pausada y regular, a pesar de que su rostro exhibía unas profundas ojeras bajo aquellas largas pestañas. Posé mi mano con delicadeza sobre su mejilla. Estaba helada.

—Remus— susurré en voz tranquila. Se movió un poco. — Vamos, Lunático. Ya es de día. Es hora de despertarse.

Sus ojos se abrieron despacio, como si los párpados le pesasen más que de costumbre.

— ¿Jem? — Su mirada era confusa y mostraba el dolor que el dormir a medio tumbar debía de haberle dejado en el cuerpo. Aunque a eso había que sumarle el dolor que le suponía la transformación y los esfuerzos fallidos por liberarse.

Wolf || Sirius Black [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora