Cabello largo y negro, solo viste de color azabache, grandes pestañas, dolor todavía más oscuro y tremebundo.
La dama sin cabeza deambula por la mansión, sin rumbo, a oscuras. En la mansión, las opacas cortinas color granate jamás se descorren, porque podría entrar luz, y la luz le duele. La dama solamente se coloca la cabeza en su sitio cuando no hay luz, cuando no hay ruido, cuando lo único que puede escuchar es el zumbido del silencio. Irónico, ¿verdad? ¿Cómo puedes escuchar algo entre tanto silencio?
“Solamente cuando estás dolida puedes hacerlo”, te dirá la dama sin cabeza.La dama porta su testa entre las manos, y es en ese momento cuando ya no le duele, cuando siente alivio, cuando la mala suerte de la vida le da un respiro. Pero vaya respiro tan mísero, ¿no? Jamás volvió a ser la misma desde que supo que para evitar el dolor debía ver el mundo desde la altura de sus manos, desde que supo que la gente ya no la veía de la misma forma.
Las personas no entienden el dolor de los demás, les es difícil, y la dama sin cabeza, después de tantos años, sigue sin comprender por qué. No comprende por qué la juzgan cuando se marcha de algún lugar, dolorida. La cerviz le va a estallar, las sienes le palpitan, el cuello le arde, y quizá caiga al suelo como un trapo, y su cabeza ruede mientras llora, porque nadie se para a levantarla... ¿Qué más puede hacer, sino despojar la testuz de entre sus hombros? Puede esconderse en la mansión de cortinas granate y no ver la luz, y así poder llevarla en su lugar. Por el contrario, debe quitársela y sentirse incómoda, aturdida, fuera de sitio —como su cabeza—.
La dama sin cabeza siente un inmenso dolor, tanto físico como psíquico, y separar la cabeza del cuello no le aliviará jamás el ardor, el escozor de las heridas abiertas de su alma, que casa día que pasa, saben más a sal y limón.
“Los demás las aliñan por mí.”, comentará, con la sonrisa más amarga y desgarradora que jamás hayas visto. Una sonrisa a la altura de su cintura, porque cuando te vea, llevará la cabeza entre las manos, porque no le gusta que la gente la vea sufrir; y no porque sufran por ella, sino porque al mundo le estorba la existencia de las almas doloridas, ¿y qué mejor forma de ocultar que te duele hasta el aliento que quitándote la cabeza y sonriendo?
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las sombras de mi alma que jamás supisteis ver
Short StorySombras lloronas a contraluz que nunca nadie vio, que nunca nadie comprenderá. © 2019, chio