En una cueva dentro de un bosque reside una dama que no puede hablar. No porque tenga la boca cosida o porque carezca de lengua y cuerdas vocales, sino porque lleva puesto un bozal. No se lo puso ella sola, por voluntad propia, más bien se lo pusieron, a la fuerza.
Viste de gris, aunque los bajos de su vestido, con puntillas en el cuello y las mangas, están manchados de tierra, la misma que pisa descalza. Alguna que otra vez pisa una piedra y quiere chillar de dolor, pero no puede por culpa del bozal. A veces ve como algún cazador furtivo mata un ciervo y tampoco puede decir ni una palabra, por culpa del bozal. También ha tenido que aguantar visitas que no deseaba al interior de su cueva, y volvía a querer gritar de rabia, pero no podía, por culpa del bozal. Ese maldito bozal, que se lo pusieron cuando comenzó a tener voz; no la voz que tenía, sino la que empezó a crearse ella.
La tachaban de quejica, llorona, rabiosa, histérica, exagerada, loca. Todo porque empezó a hablar, a hablar por ella misma. Cada palabra que soltaba provocaba que de las bocas ajenas saliera espuma, tan blanca que parecía radiactiva... Bueno, ¿quién dijo que no lo fuera?
Una noche, aprovechando que ella dormía, le pusieron el bozal y prendieron fuego a su casa, la casa que se estaba construyendo ella misma. La redujeron a cenizas y ella corrió hasta la cueva en la que se encuentra; no pudieron quemarla.
Ahora enciende hogueras y afila piedras candentes para poder deshacerse del bozal. No se quema, jamás pudieron quemarla, jamás podrán hacerlo. Le pusieron un bozal, pero es ignífuga, podrán callarla, pero no acabarán con ella.El bozal algún día caerá al mismo tiempo que todos aquellos que trataron de reducirla a cenizas.
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las sombras de mi alma que jamás supisteis ver
ContoSombras lloronas a contraluz que nunca nadie vio, que nunca nadie comprenderá. © 2019, chio