6. De viejas amistades

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Cuando estudiaba en el secundario tuve un grupo de amigos con el que cometí un montón de vandalismo. Incendiamos el uniforme del equipo de baloncesto, cedamos a la estrella del equipo y pintarrajeamos su cuerpo con mensajes obscenos, le fotografiamos y colgamos el material en internet. Lanzamos una bomba fétida en el aula de informática, una bolsa de pica pica en el de biología y nos cansamos de sedar al profesor de detención. También empapelamos la escuela con la foto de un chico del curso, con una leyenda que ofendía su masculinidad.

Eran buenos tiempos y buenos amigos.

Hoy día todos tomamos caminos distintos. Uno está en la escuela de artes, otro es chef, uno más se dedicó a la música, yo estoy consagrado a la psicología y la chica de nuestro grupo vuela de ciudad en ciudad sin rumbo fijo.

La llamaremos Ceci, como fue llamada alguna vez por alguien que me es querido. El hecho es que Ceci y yo siempre fuimos más cercanos que el resto. Había pasado un año desde la última vez que la viera, y ayer se ha presentado en la universidad como salida de la nada.

Estoy en la cafetería con Demian y su molesta novia Laura. Además mi ex novia, la infiel, se encuentra también en los alrededores. Entonces aparece Ceci a hacer de las suyas. Corre hacia mí, se me enrosca en el cuello y me da uno de esos besos llenos de babas y lengua que solo ella sabe dar. Sé de inmediato porqué lo hace.

Por whatsapp le he platicado sobre mi ruptura con mi ex, y aunque no la conoce personalmente ha visto fotos de ella. Así que su intención es lastimarla, y bien por mi querida Ceci, una lástima que a mi ex le importe una mierda quien mete su lengua en mi boca; igual se agradece la intención.

En vista de su aparición imprevista, me salto el resto de clases y me voy con Ceci a pasear por la ciudad. Fumamos un par de cigarros, bebemos capuccino y nos ponemos al día.

Ceci está cantando en bares, viajando de ciudad en ciudad. Dice que siempre será un espíritu libre y que lamenta mis cadenas, aunque le aseguro que no me siento prisionero de ningún modo. Entonces ella hace lo que mejor le ha salido siempre, aun con sus amigos: ser cruel.

Le brillan los ojos y esboza esa sonrisa maliciosa que tan bien le conozco y me preparo para el golpe, solo que es uno muy bajo que nunca hubiera visto venir. Ella comenta, con humo saliendo de sus labios pintados de vinotinto.

—¿Sabes? Hace tres noches canté en un bar de aquí, no muy lejos de esa universidad tuya —Hace una pausa para darle una calada a su cigarro, pero es más que eso, la conozco demasiado bien. Está imprimiendo misterio a su relato y avivando mi curiosidad, y lo está logrando—. Fue un buen show, con una buena paga, pero lo mejor fue el público. Un chico fue a felicitarme cuando terminé la última canción y venía acompañado de una chica. —Humo es expulsado, puedo verle la maldad en todo el rostro—. ¿Te acuerdas de tu loca Anna?

¿Recordarla? Ceci, más que cualquier otra persona sabe lo que Anna es para mí. ¿Recordarla? No hay día que no la piense. Trago y trato de disimular, lo que es idiota porque así como yo conozco de bien a Ceci, ella también me conoce como un libro leído mil veces.

—¿A dónde quieres llegar, Ceci? —le pregunto, ella me sonríe.

—No puedo creerlo, aun no superas a la mosca muerta.

—No hables así de ella. —Me hace un ademan con la mano.

—Mira, te guste o no, es una mosca muerta. Lo era cuando estábamos en el instituto y por lo que vi lo sigue siendo. Jamás olvidaré lo que hizo con la capsula del tiempo.

Solo Anna y yo sabemos quién publicó la capsula del tiempo, y no fue ella. Por desgracia Ceci nunca ha desistido de su idea.

—¿Que viste? —Me mira, la sonrisa ya no está.

—¿Sabes? Empecé a contártelo porque me encanta meterme contigo Freddy-Freds, pero ahora no sé si sea buena idea. Pensé que a estas alturas la habrías superado siquiera un tanto.

—¿Que viste, Cecila? —La presiono, ella niega con la cabeza, se acaba su cigarro y contesta.

—Estaba fumada, ¿ok? Ella y el chico que me felicitó, estaban juntos y olían mucho a hierba. No es que me importe la loca, pero tengo entendido que en su condición no es bueno que se meta sus cosas, ¿cierto?

Así es. Anna tiene una mente frágil que debe ser cuidada con tratamientos, medicinas y atención. La hierba no la ayuda, mucho menos la atención de cualquier idiota que apenas la conozca.

—Pero, ¿qué más da? —dice Ceci intentando restarle importancia al asunto, exhortándome con ello que haga lo mismo—. ¿A quién le importa la loca?

—Me importa a mí.

—¿Te recuerdo que fue ella quien te dejó? ¿Te recuerdo lo mal que estuviste después de eso? ¿Te recuerdo por culpa de quien te metiste a estudiar esa carrera de mierda?

—No es una carrera de mierda, ¿vale? Tiene muchas cosas interesantes. Y si terminó conmigo, es porque tenía sus motivos.

—¿Cuáles?

Esa es la pregunta, al día de hoy hasta yo los desconozco, pero estoy seguro de que Anna debió tenerlos, porque de lo contrario significa que acabó con todo lo hermoso que teníamos por nada, y eso no puedo aceptarlo, simplemente no.

—Freddy, supérala de una vez. A ella y la otra loca infiel con la que te metiste por despecho. Eres un nabo.

—Gracias. —Me mira molesta.

—Lo digo en serio —me dice, y me doy cuenta que es verdad, está preocupada por mí—. Siempre te metes con mujeres que no te convienen. Está bien, sé que la última en realidad no te importa demasiado, pero esa zorra rayó tu reputación al meterte los cuernos. Por eso deberías devolvérselo. —Ahora está hablando de mi ex la infiel, quizás deba ponerle un nombre para que ustedes sepan de quien hablo, a ver... ¿qué tal?: Ginebra. Sí, la llamaremos Ginebra.

—Ginebra ya está en el pasado.

—Me parece perfecto —exclama Ceci, y acto seguido agrega—. Que la acompañe la loca allí en el pasado también. —La miro, ella sabe muy bien como detesto que se refiera a Anna de ese modo, me revolea los ojos—. El hecho de que aun te enfade que la insulte demuestra cómo te sigue importando. Frederick, solo te pido una cosa, ¿sí? Por tu amor a los malvaviscos, no busques a la loca, te lo pido.

Ceci pide un imposible.

Chiste negro de hoy:

En el consultorio, el paciente le muestra a su médico los resultados de sus análisis. El médico los analiza con cara de preocupación y le dice al paciente:

—Vamos a tener que mandarle a hacer una plaquita...

—¿De tórax, Doctor?.

—No, de mármol...

Ya saben dónde nos vemos;

Nieve.

De la vida y otras cosas #2 [El podcast de Nieve]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora