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        -Despierta, hombre.

La voz y los golpecitos con la palma de la mano del carcelero sobre la mejilla de Liam causó que recuperara la conciencia y el sentido.
Abrió los ojos parpadeando repetidas veces. De acto seguido se miró la mano en la que Max le había mordido y, al ver la fina línea blanca de una larga cicatriz curada, se quedó perplejo.

        - No puede ser...-murmuró.
        -¿Te has encariñado con la cárcel o algo?-le dijo el carcelero con tono burlesco-. ¡Vamos, chaval! No te quedes ahí tirado. Recoge tus pertenencias. No te quiero ver más por aquí.

¿Qué? ¿Era libre?
Liam, sin decir ni media palabra, se levantó y salió a recoger sus pertenencias. Que él recordara aún faltaban unos meses para salir de prisión. En el mostrador un hombre rozando la ancianidad lo paró para hacerle unas preguntas. Éste ojeó unos papeles y lo miró.

        -Es usted... Liam Gates.

Liam asintió.

        -Nacionalidad escocesa, Edimburgo.

Liam asintió.

        -Veinte años.
        -¿Disculpe?-Liam frunció el ceño-Tengo trenta y cinco años.

El hombre se echó a reír viendo al joven muchacho que se encontraba atónito frente a él.

         -Estamos en el 2019-dijo Liam sin entender nada.

El hombre se tuvo que agarrar el estómago debido a sus carcajadas.

         -Cuidado-dijo carcajeándose-. No vaya a ser que de la cárcel lo llevemos directo al manicomio. Estamos en el 2004, niño. Has estado detenido por allanamiento de morada del señor Kiefer.

Liam se paró a pensar. Esto ya lo había vivido él. La mordida de Max lo había transportado al pasado. Lo recordaba como si fuera ayer: dos años en la cárcel por haberle robado a su mayor enemigo. Aquello era una señal; si estaba en el pasado sería por algo. Entonces, decidió guardar silencio.

        -Anda, niño, déjate de bromas y largo de aquí.

Liam salió de la cárcel. El aire lo golpeó en el rostro. Extendió sus brazos y alzó la cabeza. Su melena al viento bailaba al son de la naturaleza. Por fin. Era libre.
Anduvo por las calles de Edimburgo como si fuera la primera vez que lo hacía. Lo había echado de menos.
Se detuvo frente al espejo del escaparate de una tienda. Y volvió a ver al chiquillo que era antes. Tenía veinte años... otra vez. Estaba de vuelta en el 2004. ¿Dónde estaba la barba abundante que tenía con treinta y cinco años? La había reemplazado ese brillo de inocencia en su mirada y esa sonrisa aniñada que con los años se había ido desvaneciendo. Se acercó y apoyó las manos en el cristal. Sonrió. Sonrió y sonrió. Era un niño otra vez. Y lo mejor de todo es que Rose estaba viva. Y tambíen era una niña. Mucho más joven que él pero una niña. Ahora solo tenía que encontrarla. Y cambiar su futuro por uno mejor. No estaba dispuesto a perderla otra vez.

        -¡Le juro que solo será un momento!-oyó una voz proveniente de la farmacia que había a la derecha de Liam.
        -Le digo que estamos cerrando, señora-contestó el dependiente.
El bandido giró la cabeza como si no quiso la cosa para ver a una mujer con los brazos en jarra completamente indignada viendo como aquel dependiente le cerraba la puerta en las narices.
A la mujer le comenzó a temblar la barbilla y, aunque trató de ocultarlo, se echó a llorar.
Liam sacó un pañuelo de su bolsillo y extendió la mano para ofrecérselo. Al principio, ella dudó un poco pero acabó tomándolo.

        -Gracias, hijo-le dijo en un sollozo.
        - No hay de qué.
        -Tan solo quería mis medicamentos-murmuró la mujer mirando el pañuelo ahora empapado de lágrimas.

LA VÍSPERA DE LAS ROSASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora