«Dónde un pintor no quería trazar nada delicado, ni mucho menos que se asemejase a un cristal. Su numen gritaba para trazar y sentir aquel cuerpo robusto de irises inocentes.»
NO copias, NO adaptaciones.
terminada: 03.24.19
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Un lienzo puede durar siglos. Una escultura, bien cuidada, puede durar años. Sin embargo, el tiempo pasa en un momento. En un abrir y cerrar de ojos. Un amanecer tras otro.
Le encantaba la espalda ajena entre sus dedos. Apreciar la diferencia de su tonalidad de piel entre la suya. Lograr marcas de su propiedad en todo el perímetro. Sólo él. Nada más él.
Se sentía un Miguel Ángel, quien sus obras fueron conocidas por la atracción a la anatomía humana. El pintor para él, era algo misterioso y cada vez que la cercanía era demasiada, la tentación salpicaba en sus colores más apasionantes.
Recordaba el día que comenzó la otra parte del trato. Luego de aquella noche, donde la pintura malva y sus respiraciones alteradas se unían en uno solo, las cosas habían cambiado.
Se reunían en el apartamento con olor a arcilla y esculturas a medias. Un piso en el que reinaba el blanco y el color en barro. Así continuaron sus los días de ciclo lunar, quizás unos cuantos amaneceres despiertos también.
En cada momento y en cada lugar donde estuviesen ellos dos, el trabajo era menos y los encuentros carnales eran más. Cada vez más intensos y cada vez con nuevas sensaciones que nacían desde las profundasen de su propio tártaro.
Allí, en el museo más importante de Seúl, se escuchaban unos chasquidos que hacían eco en la parte subterránea de esta.
En ese lugar, se encontraban pinturas, esculturas, entre otras obras de artes de los artistas que eran testigo de la unión mundana más placentera.
En un lapso de quince minutos, buscarían cada una de ellas para llevarlas a la superficie, así que aquellas almas en busca de cercanía tendrían que apurarse.
De rodillas, de una manera hermosa se encontraba el pintor con la boca ocupada y sus manos atadas. En sus preciosos labios, la virilidad del escultor contrastaba su hermoso color rojizo con hilos de esencia en la mejilla ajena. Su cabello bien peinado hacia atrás y sus hermosos lentes, daban la vista perfecta hacia Taehyung.
No sabía en qué momento habían llegado a este punto, quizás fue cuando Nam le pidió ayuda con algunos detalles y bajaron hacia el sótano o mejor, cuando comenzó a comparar la hombría de Taehyung con una escultura con una más pequeña que pertenecía a otro artista.
Sintiéndose ofendido, el escultor perdió la paciencia y quitó su cinturón de aquellos pantalones que caían perfectamente con sus torneadas piernas e hizo que el contrario sonriera satisfecho al desatar la bestia que tanto le sumía.
Lo había hecho con suma intención. Y, claramente no se arrepentía. Sentía que el escultor lo merecía y más. Se encontraba irritado, con la molestia picando por cada centímetro de sus manos. Había pasado dos semanas desde la ultima vez que sintió la virilidad ajena palpitando en su morena piel y era demasiado, no podría seguir así.