Nos encontramos.
Bueno, en realidad yo estaba fingiendo tener cosas que hacer, el tiempo se me pasaba junto a quien creía una amistad eterna, cuando le comenté que ella rondaba por el lugar.
Llevábamos no más que unos días hablando y mi corazón palpitaba de tan sólo pensar en verla a los ojos; y seguí fingiendo, que tenía una amiga, mientras me acompañaba a simplemente subsistir en su espacio personal, aquella casualidad de encontrarnos en un mismo lugar por un show de baile no me sorprendía en absoluto.
Yo quería estar ahí, tan sólo atreverme a saludarla era mi meta. Pero me vió, me vió y se acercó. Y mi cuerpo se convirtió en vulnerabilidad, mis ojos brillaron y mis manos temblaron.
Nunca entendí como provocaba tanto en mi ser, y cómo la dejé ir. Cómo.
Fue la primera vez que escuché su voz en vivo y en directo, tan dulce y despreocupada, como si supiera que me iba a enamorar. Me tenía entre sus garras sin siquiera acariciarme, me acariciaba sin siquiera desearme, no necesitaba ni mirarme, porque yo ya era suya.
Fue tan simple, hola, cómo estás, que sorpresa verte por acá.
Pero quedé flasheando.
Y comenzó mi gran desgracia de amor, pero la más hermosa de todas.
Cuando me fui, supe que esa noche, todo lo que quería hacer era poder llamarla, escucharla hablar, reír, respirar, o simplemente quedarme mirando a la pantalla mientras la veía aprendiendo a quererme, espectáculo digno de admirar.