Día 1: Madeleine

2.4K 107 34
                                    

Cuando por vez primera fui capaz de percibir la presencia de ese repetitivo golpeteo tan cargado de insolencia, salté de mi cama cual convulsa liebre que prestamente se alista para la huida. Un poderoso torrente de sofocantes sensaciones se apoderó de este endeble cuerpo y sin piedad extirpó mi última reserva de razón.

Miré de reojo hacia la empañada ventana, mas no distinguí absolutamente nada que estuviese tan siquiera cerca de ella. Aguardé en sepulcral silencio, intentando controlar mi espasmódica respiración. El acompasado ruido regresó a mis oídos y fue entonces cuando finalmente pude identificar su procedencia.

La vítrea superficie reflectante por medio de la cual contemplaba mi esbelta figura día tras día ya no me devolvía una imagen nítida. Una fina película blanquecina recubría el palpitante cristal y lo distorsionaba todo. Pero yo estaba convencida de que allí dentro se alojaba el único culpable de mis recurrentes sobresaltos.

Ahí está ese irritante y pesado martilleo de nuevo. Un gutural resuello ahogado taladra sin clemencia mis tímpanos, al tiempo que una escuálida zarpa me despoja con brutalidad del último fragmento de calma que había logrado ocultar entre los escasos intersticios encefálicos que todavía me resultan funcionales.

Gélidas dentelladas penetran mi suave carne y me desgarran despiadadamente las entrañas. Dos fibrosos brazos tiran de mi mustia cabellera y me avientan hacia la desolada oscuridad que es ahora la dueña de mi habitación. Presencio desde el mejor asiento la estrepitosa caída de mi corpórea celda en decadencia.

Ya no distingo cuál es la diferencia entre el cielo y el suelo. No puedo saber si estoy dentro o fuera de esto que se supone es mi seto protector. Vocifero ante las descoloridas paredes que no cesan de mirarme acusadoras, pero lo único que de todas ellas recibo no es más que un puñado de mordaces carcajadas.

La sádica noche repentinamente llega y acaba con mi pesado letargo, pues trae consigo espesas lágrimas que serpentean despacio a lo largo de mis piernas. Su sedosa voz decide susurrarme una vez más. Me suplica por horas para que yo me levante y corra a abrirle la rojiza puerta que la mantiene prisionera.

Un vago atisbo de mis más tenebrosos recuerdos me taladra la cabeza hasta hacerme rabiar. Necesito borrar esa cruenta escena que pugna por recrearse nuevamente dentro de los confines de la ósea caja que me resguarda los sesos. Regurgito una polícroma argamasa neuroléptica con desmesurada satisfacción.  

Ya no puedo reconocer ni los surcos de mi sudorosa frente. ¿En verdad sigo aquí dentro? Intento descubrir el verdadero secreto tras esa convulsa puerta vestida de purpúreos ropajes. Furibundos puñetazos arrancan de mí un sinfín de lastimeros sollozos que emergen desde las profundidades de mi fisurada alma.

Corro a toda prisa de un lado a otro, dando tumbos y trastabillando. Mi lengua saborea el metálico regusto que me deja la tibia marejada sanguinolenta que brota de mis cárdenos labios cada vez que estos estallan contra el frío piso. Estoy cansada de este enfermizo pasatiempo que me consume muy lento.

De seguro muchos no me lo creerían, pero yo sé muy bien que estoy en lo cierto. He descubierto que el pánico no tiene reflejo. Mis resecos globos oculares se extasían durante incontables minutos frente al espejo, pero ni siquiera así son capaces de hallar en él algo más que el exangüe saco de huesos que aún los alberga.

A menudo tengo la sutil impresión de que hay alguien ahí afuera que está esperándome, anhelando estrecharme entre sus cálidos abrazos. ¿Es que acaso puede una completa extraña desear acompañarme? No, yo no puedo arriesgarme. Nadie ha de entorpecer mi solitaria búsqueda de la inminente respuesta.

Justo cuando pienso que ya me estoy acercando, mortuorias sombras amorfas erigen en torno a mí una infranqueable barrera a base de insoportables quejidos y absurdos cantos. ¡Déjenme salir! Quiero escaparme de esta danza siniestra. Necesito romper esta eterna maldición que solamente de los vivos se alimenta.

Dentro del más hondo recoveco que existe en este sufriente organismo, un escandaloso huésped indeseado hoy se ha alojado. Por favor sácalo de allí, pero ten mucho cuidado. Sujétame con fuerza hasta que él por fin se duerma. El ominoso desenlace de esta tortuosa travesía ya está cada vez más cerca…

Cada vez más cercaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora