Día 2: Rei

974 80 43
                                    

Cuando me despabilé, se me hizo muy difícil distinguir bien lo que me rodeaba. Todo estaba muy oscuro y calmo, entonces supuse que todavía seguía siendo de madrugada. Por fin había llegado el día de mi decimoctavo cumpleaños. Debería haberme despertado muy feliz, con la expectativa de tener una bonita fiesta en compañía de mis familiares y amigos. Pero la alegría era la última de las emociones que yo hubiera podido experimentar en ese momento…

Tardé poco tiempo en darme cuenta de que casi no podía mover la quijada. Sentía que se me clavaban mil agujas al mismo tiempo en ambas mejillas en cuanto intentaba abrir un poco mi boca, la cual estaba más seca que un desierto. Necesitaba tragarme aunque fuese un pequeño sorbo de agua con urgencia. De lo contrario, la desesperación se apoderaría por completo de mí y eso entorpecería mi desempeño en las importantes labores que me correspondía llevar a cabo.

Estaba terminantemente prohibido para mí el acercarme a cualquier otra estancia de la casa que no fuera mi propio cuarto, a menos que estuviera acompañada por él. Jamás me hubiese atrevido a ir y despertarlo, mucho menos a estas horas. Si había algo que él aborrecía con toda el alma era que lo forzaran a levantarse temprano. Lo comprobé una noche en que grité sin querer por causa de una pesadilla muy vívida que tuve. Entró a mi habitación hecho una furia. Comencé a ver borroso con mi ojo derecho desde entonces…

Si no había otros ruidos en la casa, era posible escuchar el leve silbido de una vieja tubería rota que goteaba. No tenía idea de por qué nunca habían venido a repararla, pero eso me agradaba mucho. Parte del contenido que pasaba por aquella cañería se filtraba por una grieta en la pared que estaba justo detrás de la cabecera de mi cama. Y puesto que no podía ir a la cocina o al baño para procurarme un vaso de agua, esa pequeña fuga se había convertido en mi salvación. Hacía varios años ya que no me importaba si luego se me revolvía el estómago por ingerir el turbio líquido de sabor algo rancio que emanaba de ella. Era mucho mejor beber eso de vez en cuando que pasar el resto de la jornada sintiendo como si me hubiera tragado una cubeta llena de arena, ya que sólo podía comer y beber una vez al día, luego de concluir mis tareas.

Tuve que hacer un gran esfuerzo para que no se escucharan mis quejas mientras pacientemente intentaba humedecerme la lengua y la garganta sin esforzar mi maltratada mandíbula. Debería estar muy agradecida de que anoche él se haya contentado con darme una sola patada en la cara. Supongo que no le gustó para nada que ayer estornudara tan fuerte sobre el nítido escaparate. Al menos hoy puedo respirar profundo sin que un incontenible ataque de tos me agobie hasta hacerme lagrimear. No debo permitir que se me corra el caro maquillaje de tono blanco mate que debo aplicarme en todo el rostro, el cuello y los brazos día tras día.

Llevo dos días completos sin ensuciar mi delicado vestido rosa. Él se enfada muy en serio conmigo si nota que me he atrevido a contaminar el más generoso regalo que me ha dado. Después de todo, soy su muñeca predilecta, según me ha mencionado en repetidas ocasiones. Cualquier tipo de manchones molestan a su exigente vista, pero los que más le encoleriza observar en mí son los de color rojo. Aunque le pido perdón incontables veces cuando me ensucio por accidente, nunca tiene tiempo para escucharme. Me dice que está muy cansado de advertirme y de que yo no le haga ningún caso. El precio que pagué por la última mancha en mis prendas fue una semana completa de andar cojeando…

Por suerte, ya no he vuelto a mojar la cama. Si eso volviese a suceder, mi espalda se convertiría nuevamente en el blanco de sus rabiosos puñetazos, para que así no se me olvide que debo respetar la limpieza y el orden por los que él tanto se ha esforzado en mantener. Solía hacerme pis encima, igual que lo haría una niñita, debido al pavor que me provocaba cuando él da rienda suelta a su cólera. Me tomó largo rato acostumbrarme a oírlo vociferar y apalear a las otras muñecas de su colección casi a diario. No todas las demás chicas que han sido traídas a vivir y trabajar en “Candy Land” son tan obedientes y dóciles como yo, o al menos no lo son desde el principio. Creo que algunas hemos tenido que aprender a ser sumisas y leales a la causa por las malas…

De pronto, a lo lejos escucho lo que parece ser un suave llanto contenido. Me aproximo de puntillas a la puerta de mi cuarto, pues quiero saber de dónde procede. Creo que viene del lado izquierdo, al final del pasillo. Si mis oídos no me fallan, quien está llorando ha de estar ahora mismo en la “Sala de Iniciación”. Seguramente se trata de Madeleine, la nueva muñeca pelirroja que llegó hace dos días. Ninguno de los reclutadores nos menciona nada de lo que realmente nos espera al ingresar aquí, ni tampoco nos prepara para enfrentarnos a la dura iniciación que todas debemos aprobar. Cada quien aguanta como puede lo que sucede cuando él cierra la puerta escarlata.

Yo también me convertí en un mar de lágrimas cuando él me ordenó recostarme boca arriba sobre la manta blanca que estaba extendida en el piso, para que así fuese más sencillo para ambos el proceso, según me decía. Luego de sujetarme los brazos por arriba de mi cabeza con una sola de sus poderosas manos, con la otra se deshizo de mi ropa y poco a poco fue apropiándose de todo lo que alguna vez me perteneció exclusivamente a mí. Yo apenas tenía catorce años…

Espero que Madeleine pueda dejar de llorar pronto. Si no aprende a comportarse como él espera que lo haga, sufrirá las amargas consecuencias. Él no va a tenerle ninguna consideración especial sólo por ser la nueva. Ya nos ha demostrado claramente que sus reglas aplican para todas nosotras de la misma manera, sin excepción alguna. “Candy Land” no tolera a las muñecas melindrosas…

Cada vez más cercaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora