Día 3: Adrik Petrov A.K.A. "Candyman"

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Siempre que las miro a los ojos siento que me invade una gran excitación. Me resulta fascinante saber que todas estas apetecibles figuritas son plenamente mías. Empiezo a relamerme de gusto al pensar que puedo disponer de cualquiera de ellas en el momento que yo lo decida. Ni uno solo de sus movimientos o de sus deseos se escapa de mi control. Cada centavo que he invertido en esta colección tan perfecta ha valido la pena. Nadie más ostenta unas muñecas que puedan ser más bellas que estas, las que viven aquí conmigo, en medio de las multicolores paredes de "Candy Land".

Todavía recuerdo el día en que logré conseguir a la primera de las muchas servidoras fieles que tantos placeres me han dado. Aún después de varios años de encargarme personalmente del proceso de comprobación de la calidad en los distintos servicios que son capaces de ofrecerme mis chicas, sigo prefiriendo a la dulce Rei. Esas delicadas facciones asiáticas que ella tiene todavía provocan que mis más bajos instintos se despierten de la misma forma en que lo hicieron cuando llegó aquí, hace cuatro años. Nada me complace más que adquirir muñecas de rasgos exóticos, así que tan pronto como me ofrecieron a esta exquisita niña japonesa, decidí cerrar el trato de inmediato. No me arrepiento de ello, pues aunque ha sido la más costosa de todas, no hay duda de que ella sabe muy bien cómo satisfacerme.

Al principio, algunas de mis muñecas se ponen un poco rebeldes. No me gusta que se tomen la libertad de desafiarme de ninguna manera, así que no las eximo de recibir el castigo que les corresponde debido a su mala conducta. Por suerte, son bastante rápidas para aprender cómo funcionan las cosas y cuál es su papel en el funcionamiento de nuestra hermosa casa. No tardan en percatarse de que soy yo quien toma absolutamente todas las decisiones y de que ellas tienen la obligación de respetarlas. Al fin y al cabo, yo pagué el precio justo por el derecho a dominarlas. Sus vidas ya no les pertenecen, sino que ahora dependen por completo de mi generosidad para seguir existiendo.

Debo confesar que, de vez en cuando, mis funciones como comerciante me ponen muy tenso y necesito desahogarme de alguna forma. Me he dado cuenta de que la actividad física intensa es el método infalible para relajarme. Afortunadamente, mis muñecas entienden esto y se hacen disponibles para ayudarme con ello. Algunas veces, tengo mucha energía acumulada que debo liberar con urgencia. Ahí es donde mis lindas chicas entran en juego. No hay nada que me resulte más delicioso que irme a dormir después de llegar al clímax al menos tres veces en el transcurso de la noche. Es maravilloso saber que solo yo, su legítimo dueño, tengo el derecho de hacerlas presenciar mis momentos de máxima excitación. Mi cuerpo agradece la gran variedad de opciones de las que dispongo para hacerlo gozar. La satisfacción de mis deseos viene en todos los tamaños, formas y colores de estos cuerpecitos que se retuercen y gritan cuando yo los poseo.

Todos los días debo ser yo quien se asegure de que a las muñecas nuevas no se les vaya a ocurrir salirse de la zona de alcance de la luz de los reflectores que hay en el techo. Es una tarea muy tediosa, pero necesaria, porque sin la adecuada iluminación, los caros vestidos que les compro no podrían mostrar todo su esplendor. Para garantizar que ellas no intenten modificar la posición corporal que les asigno para cada jornada de trabajo, me veo obligado a atar sus brazos y sus piernas con gruesos hilos de nylon transparente. Es la única manera de que se mantengan inmóviles en su sitio. Solamente les permito parpadear y respirar, siempre y cuando lo hagan de manera que resulte imperceptible a mis ojos. Cada tres horas, saco a las veinte muñecas que había colocado dentro de los escaparates y las sustituyo por las otras muñecas que tengo guardadas en sus respectivas habitaciones, esperando ansiosas su turno de lucirse ante mí. Adoro renovar constantemente la delicada decoración de mi casa.

Una de las cosas que más detesto que haga cualquiera de mis muñecas es lloriquear. No soporto ver esas desagradables muecas que tanto afean sus rostros ni tampoco tolero los molestos quejidos que producen al hacerlo. Me da tanta rabia ver su estúpido llanto que no puedo contener mi impulso de molerlas a golpes. Hay que enseñarles a comportarse como yo lo he dispuesto. Sé que a veces se me pasa un poco la mano y por ello estropeo el color y la textura de sus suaves pieles, pero dichos problemas se solucionan muy fácilmente con una buena capa de maquillaje adicional. Después de todo, la mayor parte del tiempo soy solo yo quien observa a las chicas mientras reposan muy quietas dentro de la vitrina que les corresponde a cada una. Me cuido mucho de no mancharlas, deformarlas o romperlas cuando hago arreglos para que otros coleccionistas vengan a visitar "Candy Land".

Es de vital importancia que haga una buena preparación de la mercadería que mostraré en las distintas ferias que yo mismo organizo cada dos meses en mi casa de muñecas. Los días previos a una de estas grandes exhibiciones son muy especiales para las chicas, ya que son los únicos días del año en que hago un aumento considerable en las raciones diarias de comida y agua que ellas reciben. Me interesa que luzcan lo más hermosas que sea posible durante estas fechas. Ninguno de los coleccionistas más respetados a nivel mundial se atrevería a intercambiar, comprar o alquilar alguna de mis preciadas muñecas si no se las ofrezco en perfecto estado.

Hace apenas un par de días, uno de mis colegas quiso hacerme un bonito regalo de cumpleaños. Me prestó a una voluptuosa chica pelirroja, la mejor de su casa. Y tiene toda la razón cuando dice que esta muñeca es muy salvaje pero deliciosa. Ninguna de todas las que he poseído se había resistido a mí con tanta violencia como ella. Lo que Madeleine no sabe es que tratar de resistírseme solo hace que me ponga más animado. Y esos enormes ojos azules que ella tiene son idénticos a los míos, lo cual es en sí un excelente motivo para que me excite al máximo. Una de mis más grandes aficiones es enriquecer mi inventario con muñecas que se parezcan físicamente a mí... Esta pelirroja y yo somos como dos gotas de agua. ¡Qué perfecto!

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