Día 5: Irina

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Estaba casi segura de que mi esposo me había estado ocultando algo desde hacía mucho tiempo, pero todavía no había podido descubrir lo que era. Cuando le pedía que me contara un poco de lo que hacía en esas famosas reuniones de negocios que tenía tan a menudo, Lev evadía el tema. Había días que se molestaba tanto conmigo por preguntarle cosas sobre su empresa que hasta se marchaba de nuestra casa y no regresaba en al menos una semana. A pesar de ello, seguía amándolo tal y como lo amaba en nuestros días de juventud. Había intentado ser comprensiva y paciente con él, pero todo tiene un límite en esta vida. Empezaba a sospechar que él me estaba engañando con otra mujer de nuevo. Tal vez había vuelto con la madre de Adrik y no se atrevía a decírmelo todavía. Yo no tenía nada en contra de ese muchacho tan gentil, pero no podía evitar sentir un poco de resentimiento cada vez que él venía a visitar a Lev a altas horas de la noche. Su cara bonita era el recuerdo tangible de todo el daño que su padre me causó hace veinte años. El dolor seguía allí, pero me vi forzada a perdonar a Lev para no manchar el buen nombre de la prestigiosa familia Petrov. Quería que Madeleine tuviera un buen futuro, y sabía que yo sola no podría dárselo.

Hoy me arrepiento más que nunca de no haber escapado de este matrimonio fallido cuanto antes. Ya no se trataba nada más de la tensión que me producía la difícil situación con mi esposo. Ahora estoy casi segura de que él tomó represalias contra nuestra hija solo para desquitarse conmigo. Se suponía que mi pequeña estaría hospedada unos días en casa de Dalena, una amiga suya que vive en Noruega. Lev se ofreció a llevarla al aeropuerto, lo cual no me pareció una mala idea en ese momento. Cambié de parecer en cuanto le pregunté si podía acompañarlos. Él se negó rotundamente y se retiró de la habitación hecho una furia, no sin antes abofetearme con gran fuerza. Una voz de alarma se activó en mi interior en ese preciso instante. Tenía un espantoso presentimiento de que algo terrible le sucedería a mi niña si la dejaba irse con Lev, pero no podía hacer nada para detener ese viaje sin alarmarla. Al fin y al cabo, ella no tenía problema alguno con su padre y no entendería ninguna de mis razones para desconfiar de él. Nunca me atreví a contarle nada acerca de la traición de mi marido ni de la existencia de Adrik, su medio hermano.

Seis horas después de la partida de mi hija, me puse en contacto con Dalena y me dijo que Madeleine no estaba con ella. Me aseguró que habían pasado más de dos semanas desde la última vez que habían hablado a través de Skype. No habían acordado ninguna visita en esos días, pues ella tenía unos compromisos familiares importantes que atender y no estaría en casa para atender invitados. ¡Aquello confirmaba mis sospechas! El corazón me dio un vuelco… ¿¡Qué había hecho Lev con mi niña!? ¿¡Adónde se la había llevado!? Marqué su número de teléfono a toda prisa, pero no hubo respuesta. “Quizás no tiene señal en este momento”, me dije. Le envié correos electrónicos y varios mensajes de texto, deseando con toda mi alma que me contestara alguno de estos. Un simple “estoy bien” hubiese bastado para tranquilizarme un poco, pero ni una sola sílaba de su parte llegó a mí. El pánico comenzó a invadirme, pues simplemente no sabía qué hacer. Si Lev descubría que yo estaba consciente de que él había secuestrado a nuestra hija, de seguro le haría daño solo para castigarme.

Al día siguiente, hablé con su secretaria para averiguar si ella sabía algo acerca del paradero de mi marido. Me dijo que Lev había solicitado varios días libres para hacer un viaje de negocios a Suecia. Iría con algunos de sus colegas para firmar un importante contrato multimillonario. Le extrañó mucho que yo no estuviese enterada. Al ser su esposa, debería ser la primera persona a la que se le diese a conocer semejante noticia tan buena. Le aseguré que soy una mujer demasiado distraída y que por eso lo había olvidado por completo. Luego de despedirme con mucha cortesía, colgué el teléfono y me dejé caer de rodillas sobre el suelo. No pude evitar echarme a llorar a lágrima viva. Podía jurar que la vida de mi pequeña estaba en serio peligro y que yo era su única esperanza de salvarse. Pero… ¿cómo la rescataría si ni siquiera sabía en dónde buscarla? ¿Habría alguien que me creyera? Ninguno de nuestros conocidos y familiares dudaría de un hombre tan respetado como lo era mi marido. Si lo acusaba ante las autoridades, necesitaría pruebas irrefutables que respaldasen mis palabras.

Recordé entonces que Fyodor, un gran amigo de mi infancia, trabajaba como detective privado. Él era quien me había ayudado a descubrir que Lev me engañaba. Además de ser excelente en su labor, fue un gran apoyo emocional para mí en aquella época. Me prometió que siempre estaría dispuesto a ayudarme en todo cuanto yo necesitase. No dudé ni un instante en buscar su ayuda de nuevo, así que tomé el teléfono y lo llamé a su oficina. Cuando me contestó, pude notar una gran sorpresa en el tono de su voz. Probablemente no esperaba que yo lo contactara otra vez, después de tanto tiempo. A pesar del paso de los años y de lo poco que nos vemos, me trató con la misma amabilidad de siempre. Le conté que necesitaba de sus servicios, pero no quería contarle todos los detalles por teléfono. Acordamos que nos veríamos esa misma noche en su despacho. Cuando terminé la conversación con él, me sentía aún más nerviosa. Deseaba con toda mi alma estar haciendo lo correcto y que no fuese demasiado tarde para rescatar a mi niña.

Al acercarse la hora pactada, salí de mi casa vistiendo la mejor de mis sonrisas. No deseaba levantar las sospechas de ninguno de los empleados o de algún vecino que pudiera toparme de camino. James, mi chofer personal, se ofreció a llevarme a mi destino, pero le dije que no era necesario que se molestara. Incluso le concedí un par de días de vacaciones. Él se mostró muy agradecido por ello y se despidió de mí con efusividad, deseándome una feliz noche. Apenas se hubo marchado, caminé a paso rápido hacia el portón principal de la casa y le pedí a Thomas, el agente de seguridad, que me abriera. Se me quedó mirando con recelo durante unos cuantos segundos, pero obedeció mi orden sin replicar. Una vez que estuve afuera, avancé unos trescientos metros hasta perderme de la vista del guardia. Entonces, tomé el primer taxi que pasó por allí y le pedí que me llevara hasta un pequeño restaurante que se encontraba muy cerca de la oficina de Fyodor. En menos de quince minutos, ya me encontraba frente a la puerta de la única persona en la que confiaba. Sabía que él creería en mí, pero no sabía si estaba en sus manos ayudarme. Elevé una breve plegaria al cielo en silencio, tras lo cual respiré hondo y finalmente me atreví a tocar el timbre.

Fyodor se notaba tan nervioso como yo cuando me pasó adelante. Yo sabía que no era nada sencillo lo que iba a pedirle. Nadie tiene de ganas de escarbar entre los trapos sucios de uno de los principales miembros de una corporación financiera internacional, y eso era exactamente lo que estaba a punto de solicitarle. Con un movimiento de su cabeza, me invitó a sentarme en una mullida silla giratoria que estaba frente a su escritorio. Él se arrellanó en otra silla idéntica a la que me ofreció, quedando cara a cara conmigo. Mordí mi labio inferior y solté de golpe todo lo que había sucedido en los últimos días y le confesé sin reservas mis mayores temores. No me interrumpió hasta que terminé de descargar hasta la última gota de mi creciente angustia.

—Cuenta conmigo, Irina. No pienso permitir que Madeleine y tú sigan al lado de un tipo que no ha hecho otra cosa que hacerte sufrir por tantos años ya. Déjalo todo en mis manos. Te mantendré informada de cualquier avance que obtenga —me aseguró él, haciendo un gran esfuerzo para calmarme con su tímida sonrisa.

Le sonreí de vuelta, pero por dentro seguía tan perturbada como al principio. “¿Dónde estás, hijita? Resiste, por favor, que ya voy por ti”, pensé para mis adentros. Lo único que yo podía hacer era esperar…

Cada vez más cercaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora