Dos tropiezos hacia atrás.

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Lana siempre tuvo grandes problemas de autoestima, de pequeña no tuvo esa presencia materna que le dijera que era bonita, y aún mas necesario, que eso no era lo que de verdad importa, que lo que verdaderamente importaba era que mostraras tu verdadero ser, que no importaba que tan tonto sea lo que piensas o que tan infantiles sean tus gustos: tu valor como persona no disminuye; que mereces todo el amor que puedas recibir.

Lana siempre anhelaba muestras de cariño, de pequeña su padre vivía trabajando y en muy pocas ocasiones tenía tiempo para estar con ella, y una vez que maduró entendió que él sólo trataba de darle lo mejor y que para ello debía trabajar de sol a sol, pero solo fue con él tiempo que lo comprendió y cuando era una adolescente inmadura no lo veía de esa forma, le reprochaba su falta de atención y se dedicó a encontrara a un hombre que le diera lo que su padre no podía; sus relaciones amorosas terminaban en desastre, porque siempre daba muchísimo más de lo que las demás personas estaban dispuestas a corresponder, siempre se entregaba sin miedo a terminar rota; solo se daba el tiempo de recoger los pedazos en los que quedaba después de cada ruptura y en cuanto terminaba de unirlos—a medias, como si los pegara con cinta adhesiva— estaba lista para el siguiente imbécil formado en la fila.

Porque no importaba que tanto le dijeran que era auto destructivo lo que ella hacía, que debía aprender a amarse a si misma, se conformaba con la poca atención y compañía que aquellos hombres le daban a cambio de sexo.

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Era sábado por la noche, cerca de las ocho de la noche; Lana estaba en su cocina vigilando no perderse ni un sólo detalle, quería que aquella noche todo fuera perfecto.

Sería su reconciliación con Gianluca.

A pesar de que se había dicho a si misma que no regresaría con él, cuando recibió su mensaje el día anterior todas aquellas mariposas que estaban durmiendo en su interior despertaron y sintió que querían escapar por su boca, y aunque pensó en negarse a verlo, el corazón quiere lo que quiere.

Él le había pedido que fueran a cenar pero a Lana le pareció más romántica la idea de verse en su casa y que ella cocinara algo para él, podrían tener un momento mas íntimo.

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El timbre del departamento sonó y Lana sintió que su corazón se aceleraba, corrió rápidamente a abrir y se encontró con la hermosa sonrisa de Gianluca quien llevaba una chaqueta negra y el cabello despeinado, igual que siempre, tenía ambas manos detrás y ella tontamente sintió la esperanza de que trajera con él un ramo de flores para regalárselas, pero cuando las reveló no tenía nada en ellas, excepto aquel anillo en su dedo anular izquierdo que siempre tenía puesto y que no le dejaba ver.

—Hola preciosa.—Dijo él con su voz ligeramente aniñada y dando un paso al frente sin esperar a ser invitado.

—Hola—fue lo único que ella atinó a decir, aunque se dijera a si misma lo contrario esperaba que el hubiese cambiado algo en su actitud pero no fue así, y aún así siguió adelante con el hecho de perdonarlo, sin siquiera pedirle alguna explicación.

—¿Cómo has estado?—él la tomó por la cintura y la acercó a él observándola con mucha intensidad— ¿Me has extrañado?

Lana se sintió como pensaba que lo hacían las hormigas cuando los niños las miran a través de sus lupas con el único objetivo de molestarlas.

—Me ha ido muy bien—fue su rápida respuesta, y para poder mantener su cordura decidió ignorar su segunda pregunta.

Lana no sabía que era lo que pasaba pero las cosas con él ya no se sentían de la misma forma a como lo hacia antes de que dejaran de mantener contacto, no sabía si era que él era diferente, o si en realidad si había avanzado un poco hacía su amor propio.

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⏰ Última actualización: Mar 21, 2019 ⏰

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