Capítulo 3

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15 de marzo

Inclinada sobre la barra, Ana Guerra no puede evitar mirar hacia el reloj una y otra vez. Las manecillas casi rozan las dos, y ella aún no ha llegado. A su alrededor se aprietan los cuerpos de desconocido, sudorosos, al ritmo de la música, pero Ana siente que está sola en el local abarrotado. No sabe que una mujer ha entrado, no hace mucho, buscándola a ella. Mimi se abre paso entre la multitud, agarrando la cámara dentro del enorme bolso negro que lleva a todas partes. Solo tiene que acercarse, no demasiado, sino lo justo para pedir cualquier bebida y esperar que la información que le han dado sea de fiar, y que su objetivo no se limite a contemplar el vaso medio vacío con una tristeza que parece apartarla del resto del mundo durante toda la noche.

Mimi encuentra en su melancolía algo que la hechiza, le impide apartar los ojos de su delgada figura morena, encorvada, sus ojos grandes, con las pupilas oscuras registrando cada huella de la superficie brillante de la barra, y el cabello oscuro que se derrama por la curva de su espalda. La periodista es la testigo de una desdicha hermosa, y quizás sea eso lo que atrae su vista, ejerciendo sobre ella un extraño magnetismo.

La contemplación, aunque parece haber durado horas, se rompe tras unos pocos segundos. Una joven, tan delgada y morena como Ana, la abraza por detrás, y le besa la mejilla. Mimi no tarda en reaccionar, y se apresura a ocultarse a medias en la frenética multitud, intentando llamar la atención lo mínimo posible mientras saca su cámara y enfoca a las mujeres. No puede oír lo que dicen, quizás por la distancia, o por la música, pero las puede ver conversar.

Ana, ajena a la fotógrafa que la observa a solo unos metros, solo tiene ojos para la otra muchacha, quien coloca la mano en su cintura, intentando compensar su tardanza.

- ¿Querías verme?- pregunta.

Ana la mira en silencio, sopesando cuál sería la respuesta más adecuada. Un sí le parece demasiado seco, pero no quiere ser muy cariñosa, sabiendo lo que va a decirle. Reúne todo el valor que puede encontrar en su cuerpo.

- María...- su voz parece perderse en el ruido, aunque María la oye perfectamente. - Ya sabes para qué te he llamado. Te lo he dicho mil veces, pero esta es la última. Cuando Miguel y yo nos casamos, decidimos todo lo meticulosos que pudiésemos. Contigo, no puedo. ¡Mira este bar! ¡Cualquiera podría reconocerme! No puedo seguir arriesgando mi carrera solo por lo que siento por ti.

Desde la perspectiva de Mimi, puede ver claramente cómo la chica desconocida aparta la mano de la cintura de Ana, no repentinamente, como si se hubiese quemado, sino con un movimiento lento, en un intento desesperado de estirar el tiempo. Es entonces cuando María contesta:

- Ana, por mí no sientes nada. Desde el principio, esto solo se ha tratado de sexo. No estás enamorada de mí, pero tampoco de tu marido. ¿No quieres arriesgar tu carrera? Es tu decisión. Seguiré siendo tu amiga, como lo he sido siempre, aunque ya no duerma en tu cama. Pero deberías dejar de mentir, aunque sea a ti misma. No puedes cambiar lo que eres, aunque intentes ocultarlo.

El breve discurso de María es suficiente para dejar a Ana sin palabras. Solo le queda rodear la cintura de su amante, aferrarse a la oportunidad de conseguir un último beso antes de que se marche. Se acercan y sus labios se funden es un beso que más que un beso es una sentencia. Brilla un flash que pasa desapercibido entre las luces del local.

Mimi ya tiene su fotografía y su exclusiva. Puede ver los titulares sobre Ana Guerra y su amante lesbiana en cada revista, y su foto recorriendo las redes sociales. Sin embargo, no pueze irse. Ana ha abandonado su posición en la barra después de irse María, y Mimi la ve correr a encerrarse en el baño. ¿Son lágrimas la razón por la que se toca los ojos? Una ola de preocupación invade su cuerpo, y sin que ella sepa por qué, la sigue, dispuesta a consolarla. Una vez que se encuentra frente a la puerta cerrada, su voz pierde su habitual fuerza y solo puede murmurar:

- Perdona...yo...te he visto llorar y me preguntaba si...bueno si estás bien.

***

Mimi ya pensaba que Ana Guerra no iba a responder. Al otro lado de la puerta solo se oyen sollozos. No sabe por qué, pero el llanto de esa famosa desconocida parece apretarle la garganta y encogerle el corazón. Insiste:

- De verdad, no sé por qué, pero me estoy preocupando. Por favor, quiero ayudarte.

La oye sorberse los mocos e interrumpir su llanto para contestar:

- ¿Cómo vas a ayudarme? Ni siquiera me estás viendo en este momento. No sabes qué me pasa, y aunque lo supieras, tampoco sabrías como solucionarlo.

Mimi no sabe qué decirle a Ana Guerra, aunque para ella ha dejado de ser Ana Guerra, celebrity, para convertirse en la voz ahogada de una chica triste al otro lado de la puerta.

- A veces ayuda hablar de ello. Cuando te rompen el corazón...

La voz, cortante y fría, ni vacila antes de exclamar:

- ¡No se trata de eso! Hace mucho que mi corazón simplemente se limita a bombear sangre. No lloro por amor, lo he olvidado, sino por mí. Ya no sé quién soy, pero sé que no soy lo que enseño al mundo.

- Todos tenemos dos caras.- Mimi piensa en su propia vida. Para la mayoría, una paparazzi, capaz de encontrar la miseria de cada persona y capturar el momento exacto. Una profesional que no duda en airear los escándalos de los más influyentes.
Detrás de la cámara, se encuentra la niña que empezó a fotografiar a sus compañeras en clase de ballet, a sus piernas flexibles y sus faldas de tul y gasa, persiguiendo un sueño mientras inmortalizaba paisajes y personas. Personas de verdad, no famosetes del tres al cuarto. Mientras, Ana continúa su reflexión, mas indignada que melancólica.

- ¿Qué pasa cuando las dos caras son radicalmente opuestas? La buena esposa, la mujer perfecta, y la niña de quince años que siente mariposas en el estómago cuando besa a su compañera de clase. ¿Qué pasa cuando guardar las apariencias en este mundo que parece alimentarse de tu vida privada te consume por dentro?

Ahora, Mimi puede comprender el por qué de su trisreza brumadora. Murmura que lo siente y que abra la puerta, ahora que ya no llora. Los gosnes chirrían y se encuentran cara a cara: la mujer fuerte y débil al mismo tiempo, enfadada con el mundo y consigo misma, con el rímel corrido y el cabello revuelto, y una chica rubia con una cámara escondida en el bolso, de la que se ha olvidado, convertida de repente en una persona mucho más pequeña.

Detrás de la cámaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora