Capítulo 4

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15 de marzo

Le gustaría no haber ido nunca a aquel local.
Le gustaría no haber tomado aquella foto y no haber seguido a Ana Guerra al baño.
Aunque le costase admitirlo, le gustaría no haberse levantado en su propia cama, en su propio piso, sola. Le gustaría no haberse duchado concentrada en leer la etiqueta del champú, en lavarse el pelo, con el pensamiento puesto conscientemente en cada pequeño movimiento que hacía. Sabía que si lo dejaba vagar, libre, volvería a la noche anterior, a las curvas de la cintura de Ana, y los restos oscuros que habían dejado el llanto y el maquillaje, rodeando sus ojos castaños, y su olor, y el tacto suave de su piel durante su abrazo, dos desconocidas intentando no romperse en pedazos frente al baño sucio de una discoteca.
Le gustaría no estar aparcada frente a la redacción, con una carpeta de cartón cerrada sobre el asiento del copiloto, cuyas tapas gastadas cubrían la fotografía de las dos amantes.
Pero por encima de todo, le gustaría no desear que la melena de la otra mujer fuese rubia, y sus caderas más anchas, y sus piernas más fuertes. Le gustaría no desear que la chica a la que se aferraba Ana hubiese sido ella.


Era hora de dejar de desear cosas que nunca ocurrirían. Respiró hondo y agarró la carpeta con su única oportunidad de conservar su empleo. Controlando sus pensamientos, pero no el corazón que golpeaba tan fuerte su pecho que sentía que se le iba a escapar de su pecho, salió del coche.

***

En un barrio diferente, con casas más grandes y calles más limpias, los rayos de un sol demasiado brillante para marzo no conseguían despertar a Ana. No fue hasta que alguien comenzó a golpear con insistencia la puerta de su habitación cuando finalmente abrió los ojos. Desorientada, miró el reloj de la mesilla. En cuanto alcanzó a ver el catorce en la pantalla, la somnolencia desapareció y se incorporó a toda prisa. Mientras, su marido, quien había llamado a su puerta, casi gritaba:
- ¡Ana! ¡Te has dormido! Tu manager dice que no le coges el móvil, que le llames inmediatamente.- su voz cambió del tono apremiante al preocupado.- ¿Estás bien?
Como única respuesta, un "voy" apurado de Ana, que levantaba angustiada cojines y sábanas, buscando  su teléfono. No estaba. Casi se mareó al darse cuenta de que lo había olvidado en la barra del bar. Miguel Ángel volvió a preguntar si se encontraba bien, y entonces Ana sí que abrió la puerta. Su marido la notó ojerosa, cansada, agobiada, sufriendo las secuelas de una mala noche y un despertar apresurado.
- Qué mala cara tienes. Anda, ven, que te voy a hacer algo de desayuno. O más bien de almuerzo.
Ella no pudo sino asentir. Se sentó en el enorme sofá de su salón, con las piernas cruzadas, mientras él trajinaba en la cocina. Ya era tradición, contarse cada uno desde una habitación diferente sus respectivas vidas, o quedarse en silencio, como solo sucede entre buenos amigos. Eso eran, buenos amigos, y sobre todo compañeros, miembros de un acuerdo que habían firmado hacía algo más de dos años. Cada uno vivía su propia vida, y les bastaba dejarse ver alguna vez cenando en un restaurante caro o acudiendo juntos a algún evento para que el engaño siguiese adelante y el pacto intacto. Marido y mujer de puertas para fuera y compañeros de piso de puertas para  dentro. Hasta ese momento, habían sido felices así.

Cuando tuvo la comida delante, Ana tuvo que salir del estado pensativo en el que había estado desde la noche anterior. Miguel estaba preocupado, y volvió a preguntar si estaba bien. Ella suspiró y respondió:
- No mucho. María se ha ido.
No sabía por qué ocultaba la razón real de su tristeza. Quizás fuese porque el trato nunca había ido mal, y no tenía ninguna otra opción. Ni su marido ni ella podían encontrar una solución mejor. O quizá fuese algo que le parecía más extraño. El rostro y la voz de la chica del bar permanecían en su cabeza, como una marca indeleble. Pensó en ello un segundo, y desechó la idea.
- Lo siento mucho.- le dijo él. - No pasa nada. Encontrarás a alguien. Solo dale tiempo, se te pasará.
Ana intentó sonreir. Se preguntó si sería demasiado arriesgado explicarle sus verdaderas dudas. Decidió que no. Ya era la segunda idea descabellada que desechaba esa tarde.
Miguel le habló del rodaje, y de los hombres que había conocido, un deportista tan metido en el armario como él, y un chico al que había conocido por un encuentro fortuito, mientras hacía la compra. Habían tropezado y los dos se habían agachado a recoger los artículos desparramados por el suelo, como en las películas americanas. Ana y él se rieron por lo absurdo y peliculero de la situación, pero Miguel lo describió como una persona misteriosa, con el mismo acento canario que Ana, lo que llamó la atención de esta. Le gustaría conocer a ese chico.

Una vez terminado el almuerzo, Ana decidió que en vez de quedarse de brazos cruzados podría recuperar su móvil. Se abrigó algo más de lo que debería, con un pañuelo gris que le cubría parte de la cara y las gafas de sol más grandes que pudo encontrar. Incluso se puso una peluca, negra y corta, que guardaba para cuando le apetecía salir sin tener que preocuparse por los periodistas. Segura de sí misma, pero acongojada por si la reconocían, se subió a un taxi y regresó al bar.


Cuando llegó, un enorme cartel en el que se leía CERRADO en gruesas mayúsculas negras cubría parte del cristal de la puerta. Se sintió estúpida por pensar que un bar de ambiente podría estar abierto a las tres y media de la tarde, pero algo en su interior le pareció peculiar. Se acercó para mirar
lo que parecía una silueta deambulando. Su desconcierto aumentó aún más cuando se dio cuenta de que no era otra que la chica rubia que había conocido en la puerta del baño. ¿Cómo había entrado? ¿Qué hacía ahí? No sabía qué hacer, y entonces ella se giró y la vió, espiándola detrás de la cristalera. Mimi acudió a abrir la puerta.










Bueno, os dejo con todo el suspense. Ya sé que este capítulo no ha sido muy intenso, pero vamos, el dramatismo del anterior lo compensa. Solo quería deciros que gracias por leerlo, que pensaba que no lo iba a leer ni dios, y me alegro un montón de que lo hayais leído. ¡Ojalá os esté gustando!

Detrás de la cámaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora