Era la primera foto que le habían hecho sin apenas maquillar. La única que le habían hecho vestida con una camiseta gris del Primark y unos vaqueros viejos que empezaban a deshilacharse. La única que le habían hecho en un sofá casi blanco que parecía haber sido azul y con una pared de gotelé de fondo.
Ana se había acercado a Mimi en aquel sofá y sus mirada se habían escurrido por segunda vez hacia su escote. Los tres botones abiertos de su ancha camisa blanca descubrían un puñado de lunares desparramados por su piel. Tuvo que usar el autocontrol que había adquirido gracias a los años y a la fama para no acceder a su deseo de recurrer las líneas que trazaban los lunares en el pecho de la chica con los dedos. Quizás Mimi lo notó. Vio en Ana una mirada que habí visto muy pocas veces. La del deseo contenido. Y antes de que contestase su cuerpo, contestó su mente.
- ¿Puedo hacerte una foto?
La cantante no sabía si sentirse sorprendida o halagada. Desde que se habían visto por primera vez esa mañana había tenido que reprimir el deseo que se despertaba en algún ricóndito rincón de su mente y en un punto menos desconocido de su cuerpo. Intuía que a la joven fotógrafa le sucedía lo mismo, por la forma de mirar y la tensión que parecían acumular sus labios llenos. Pero quizás se había equivocado. Cuando estaba a punto de renunciar a su compostura la quería fotografiar. Ana simplemente accedió.
- No. - la firme negativa de la andaluza una vez que tuvo la cámara en las manos sorprendió a Ana, que estaba colocando el codo sobre su rodilla flexionada y torciendo el cuello para salir lo mejor posible. - No poses. Quiero que me mires como me estabas mirando antes. No quiero que me enseñes a la Ana Guerra de las portadas de las revistas y las entrevistas de televisión. No. Quiero verte como una mujer con su inseguridad y su pasión, con todo lo que conlleva ser humano. Quiero que me mires y que me descubras tus deseos escondidos.
Impresionada, Ana no pudo decir nada. Solo la obedeció, y volvió a dirigir la vista a los lunares, y a la curva de su cadera sobre el sofá. Luego miró a la cámara con la misma expresión. Un clic y la cámara ya no estaba. Si segundos antes Ana hubiese tenido un espejo, habría reconocido su propia mirada de deseo en los ojos de la joven fotógrafa. Se dio cuenta de que eran verdes y de que sus pupilas se estaban dilatando. Su voz pasó a ser un susurro.
- ¿Eso lo quiere la cámara o lo quieres tú?
No era una respuesta, pero al notar que los largos dedos de la morena agarraban la tela translúcida de su camisa, amenazando con dejar a descubierto el encaje de debajo, Mimi dijo:
- No nos conocemos...
Y aunque no quería sucumbir al calor que recorría todo su cuerpo, no pudo evitar asir las manos a la cintura de Ana y completar la oración que había dejado a medias.
- ...pero podemos conocernos ahora.
No tuvieron claro quién besó a quién. Antes de que pudieran asimilarlo, la camisa de Mimi estaba tirada en el suelo. Los largos dedos de Ana recorrían su torso mientras la otra peleaba con el cierre de su sujetador. Adiós al encaje que cubrían los pechos de Mimi y a los vaqueros viejos de Ana. Tampoco faltó tiempo para que los pantalones de Mimi también fueran deslizados por sus muslos hasta el suelo. Sus labios no les dejaban ni un momento para respirar. La pasión tiraba de ellas, manejándolas como le venía en gana. Ana consiguió cumplir su deseo de recorrer los lunares con sus labios, y arrastrarlos más abajo mientras Mimi dejaba escapar una exhalación que pasó a ser un gemido. Su mano derecha se adentró en la suave tela del tanga de Ana y...
El estridente tono de llamada de un iPhone.
- Déjalo sonar - pidió la morena entre jadeos.
- Si es el tuyo.
"Me cagüen lo muerto del puto móvih". Cuando Mimi estaba cabreada su voz interior adquiría un acento andaluz más intenso que el suyo propio. Aquella a la que había tenido en sus brazos minutos antes recorría su salón en tanga, con el teléfono, ya cargado, en la oreja. "Cuarenta y dos mensajes del manager dice que tiene. Que si no le responde se enfada, dice. El manager este tiene que estar mal pa llamar casi veinte veces a sus cliente en una mañana."
Resignada, ahogó un suspiro para que Ana no la oyera. "La verdad es que a la chiquilla se la ve preocupada. Le tienen que estar echando un broncazo...Que tampoco es su culpa, tendrá derecho a su tiempo libre. Podría haber llamado al marido el manager. Hostia, es verdad que tiene marido."
Ana intentaba aplacar a su manager.
- Raoul, que había perdido el móvil. ¿Cómo que dónde? Pues en un bar.- bajó la voz. - Que no, que no me ha visto nadie. Vale. Vale. Que sí que voy para allá. Vale. Que no, que ni la prensa ni nada.
Escuchando ese lado de la conversación, Mimi se sentía cada vez más culpable. "Menos mal que no le he dado las fotos al jefe esta mañana. Pobre chica. No se merece esto, siendo tan buena y tan guapa. Uf, y besa de puta madre. Pero, ¿qué hago? ¿Miriam, tú eres tonta? Que tienes que comer y pagar el alquiler. Que la vida está muy cara."
Ana finalizando la conversación arrancó a Mimi de su monólogo interior. Arrojó el móvil en el sofá, y se agachó a recoger su ropa del suelo. Mimi miró con admiración como se aborchaba el sujetador sin darle la vuelta ni nada. Esta chica hacía cosas increíbles.
- ¿Te vas?. - le preguntó, mientras veía como se abrochaba los vaqueros.
La morena se mordió el labio. Mimi estaba recostada en el sofá, medio sentada, medio tumbada. Con el pintalabios rosa restregado por toda la cara. Y completamente desnuda.
Ana se puso los zapatos antes de que le diese tiempo a arrepentirse.
- Sí. Tengo que ir a ver a mi manager.
"No ves, Mimi. Se va. No es para ti, ahora se marcha por esa puerta, y lo único que te queda es el recuerdo de su piel en este sofá. Y las fotos. Ahora desaparece de tu vida, le entregas la foto a tu jefe y sigues comiendo todos los días. Si es que las situaciones se arreglan solas."
- Una cosa.- Ana se giró como si hubiese olvidado algo. La verdad es que había tomado una decisión en el último momento.- ¿Sabes dónde está la cafetería El Artesano?
Mimi negó con la cabeza. La verdad era que ella tomaba Nescafé y compraba el pan donde la Luci, la panadería de la esquina.
- Bueno, pues los buscas en Google Maps. Nos vemos el viernes a las seis de la tarde para tomar un café allí. -titubeó un poco.- Si tú quieres, claro.
- Me encantaría.
Por un momento, esbozó una ancha sonrisa, que alzó sus mejillas y empequeñeció sus ojos. Los ojos verdes más bonitos que Ana había visto en toda su vida. Ella también sonrió unos segundos antes de decirle que se verían allí, y despedirse.
"Definitivamente eres gilipollas. Que está casada y tienes que vender sus secretos, no liarte con ella. Que vas a acabar en la cola del paro, rubia. Pero claro si te mira con esos ojitos, y ves esa cintura y esas manos. Y ese hablar resuelto que tiene, y como camina, y la manera en la que te mira... oye, ¿yo no me estaré enamorando? Lo que faltaba."
Mientras la mirada de Mimi se perdía en el techo de su piso de alquiler, Ana Guerra salía del edificio, esperando un Cabify. Al otro lado de la acera, una cámara capturó los restos de pintalabios rosa que tenía esparcidos por la cara y la piel que su camiseta gris dejaba a la vista. Un hombre con una cámara en las manos no tardó en perderse entre las calles del barrio.
Que sí, que por fin se han liado. Pero claro, ya veréis la que se lía a partir de ahora. Si es anda que enamorarse...
¡Bueno que muchas gracias por estas mil lecturas, sigo flipando y me alegro un montón de que esto os guste!
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Detrás de la cámara
FanfictionEl de la cantante Ana Guerra no es un matrimonio corriente. No es solo por su fama y la de su marido, sino porque la pareja tiene algo que esconder. Ambos son homosexuales. ¿Acabarán sus carreras cuando Mimi, una paparazzi infalible, descubra su se...