Capítulo 5

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- No hay nada como la estupidez humana.

La afirmación de Ricky no le podría haber parecido más cierta. Asintió levemente con la cabeza, que apoyaba en la palma de la mano.

- Ahora mismo podríamos estar divinamente. Tú y yo, derrochando nuestro dinero recién ganado, en una de esas discotecas a las que va la gente que tiene dos chalets y pasa todos los domingos en el club de pádel. Incluso nos podría llegar para un fin de semana de vacaciones. No en Cancún, pero al menos nos daría para Torremolinos. Puedo imaginarnos aprovechando esta ola de calor en marzo tostándonos bajo una sombrilla. Pero -y recalcó con ahínco ese pero, así como el resto de la frase- resulta que aquí la gran periodista es demasiado honrada para hacer su trabajo.

Su informador le estaba perdiendo el respeto. Por un segundo, los rasgos de Mimi se fruncieron en una mueca de fastidio, aunque no tardó en transformarla en la mirada más decidida y cortante que pudo lanzar.

- Dime, Ricardo, ¿no te he pagado siempre? Tendrás tu dinero. Pero sé cómo funciona este trabajo. No puedes lanzar una información como esta cuando te dé la gana. Hay que esperar al momento adecuado o se pierde en una marea de cotilleos poco relevantes que no comentan ni en las peluquerías de barrio. Tiempo al tiempo.

- Espero que tengas razón y vea mi parte. Tengo que reformar este sitio. Tapar algunas grietas. Literalmente.

Señaló el extremo apenas visible de un desconchón en la pared, casi cubierto por una gran tela estampada. La verdad es que el gusto del dueño del bar en decoración resultaba bastante desconcertante. Las paredes, pintadas de un color pálido entre verde y amarillo contrastaban con las grandes telas que las cubrían, todas con un estampado diferente pero en los mismos tonos negros y rosa chicle. La chica miró el estampado igual de asombrada que la primera vez que había estado ahí. Pequeños elefantes rosados hacían malabares, una escena del todo inesperada en un tapiz.

- ¿Dónde compras estas cosas?

- Las robo.

La rapidez de la respuesta y la seguridad en su voz hicieron que Mimi se girase, interesada en el inesperado rumbo que estaba tomando la conversación, y algo aliviada de que no le recordase el tema del dinero y de la foto.

- No sé si creerte. Siempre me has parecido una persona increíblemente sorprendente.

- Te puedo asegurar que no soy ni la mitad de sorprendente de lo que crees. Ni tan inteligente. No es difícil enterarse de cosas que la gente cree ocultar cuando estás presente en el fondo de sus conversaciones casuales, sirviendo copas y cafés, sin que se den cuenta. Así me conociste tú, ¿te acuerdas?

Ella no pudo evitar recordar, mientras caminaba examinando la decoración.

- Siete años han pasado. El tiempo vuela y seguimos igual. Bueno, tú tienes más canas y yo más experiencia. Aún sigo perdida entre las calles grises y los inviernos sucios de esta ciudad tan agobiante, y sigo recurriendo al camarero para conseguir un poquito de información.

No pudieron evitar mirarse y reírse. En realidad, el informador era la única persona a la que podía permitirse llamar amigo desde hacía mucho tiempo. Decidió dejar de pensar en ello. Solo le serviría para recordar a quien había perdido. Para no hacerlo, esbozó una sonrisa y dijo:

- Anda, que parecemos unos ancianos. Que sí, que ha llovio mucho desde entonces, pero nos queda toda la vida por delante, Ricky. ¡Habrá que disfrutarla, digo yo!

Aunque había comenzado con una sonrisa falsa, terminó la exclamación con una de verdad, que estiraba sus labios carnosos y reducía sus ojos a unas estrechas líneas. Por primera vez desde que había entrado por la puerta aquel día, su amigo la vio feliz. Le gustaba tanto esa alegría contagiosa que le dio pena cuando la expresión se borró. Intrigado por lo que había causado ese cambio, de la felicidad al vivo retrato del asombro, se asomó para alcanzar a vislumbrar la puerta de cristal, lo que resultaba imposible desde detrás de la barra.

Detrás de la cámaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora