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Para Paula


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Hacía mucho tiempo que Jimin no estaba tan cómodo. Las sábanas lo envolvían en un capullo blanco y cálido y notaba el peso del edredón sobre su cuerpo, sus músculos relajados contra el colchón, blando y firme como una nube. Sabía que había recuperado casi todas las horas de sueño robadas en los días anteriores por entrenamientos, viajes y vuelos, y solo pudo pensar que en las próximas dos semanas tendría todo el tiempo del mundo para estar así, en la cama, fingiendo ser una mariposa dormida. No solía remolonear, pero su cuerpo llevaba días resentido por el sobreesfuerzo y necesitaba compensarlo, y había echado de menos su habitación y el olor del jabón que impregnaba la ropa de cama.

Por fin estaba en casa.

Esbozó una media sonrisa antes de bostezar y estirarse como un gato, enredando brazos y piernas en las sábanas hechas un revoltijo, y abrió los ojos esperando encontrar la tenue luz del día atravesando la ventana.

Lo que encontró, en cambio, fue un rostro observándolo a tres centímetros de distancia, casi provocándole un infarto.

—¡Jiminnie!

No le dio tiempo a gritar siquiera, el repentino miedo abandonando poco a poco su cuerpo al darse cuenta de que aquella cara y aquella voz pertenecían a Hoseok. De pronto se vio estrujado por sus brazos largos y fuertes y él, todavía enredado como una momia, solo pudo intentar procesar la información a la velocidad que su aún medio dormido cerebro le permitía.

—Hyung —musitó Jimin, y fue incapaz de no sonreír al ver la gran sonrisa dibujada en su cara. Luchó por liberar las extremidades para responder al abrazo, pero Hoseok lo había soltado ya—. ¿Qué haces aquí? ¿Cómo has entrado?

—Con la llave que me diste, claro.

Jimin se llevó los dedos al puente de la nariz y cerró los ojos, pausando la conversación y el mundo entero. Hoseok continuó mirándolo alegremente desde el borde de la cama.

—Esa llave era para emergencias —le recriminó finalmente con suavidad.

Otra voz intervino de forma despreocupada, haciendo que Jimin volviese en sí y terminara por incorporarse.

—Nos habíamos quedado sin vino.

Yoongi estaba sentado en el sillón junto a la ventana, observándolo con calma y sosteniendo una copa ya casi vacía. Hoseok hizo un gesto vago con la mano y replicó sin apartar la mirada de su amigo.

—No le hagas caso, teníamos vino en casa. Pero queríamos darte la bienvenida y te echábamos de menos. Yoongi también.

Las mejillas coloradas de Yoongi fueron visibles desde el otro lado de la habitación mientras giraba la cabeza y fingía mirar por la ventana. Luego se quedó inmóvil.

Jimin sonrió.

—Yo también te he echado de menos, hyung. A los dos.

—De todas formas tu vino es mejor que el nuestro —musitó Yoongi.

Hoseok volvió a estrujar a Jimin y esta vez pudo corresponder al abrazo, refugiándose en el cuerpo de su amigo durante unos preciosos segundos hasta que las manos del mayor encontraron su cuello y lo agarraron con fuerza para acercarse a él y darle un beso. Jimin se escurrió entre sus dedos, riendo, y al fin se levantó de la cama para sentarse en el regazo de Yoongi. Éste se quejó y maldijo entre dientes, pero rodeó la cintura de Jimin de todos modos con la mano libre y aproximó los labios a su espalda. El joven sintió un beso tenue en la sexta vértebra torácica y una nube cálida se desplegó entre sus órganos internos.

Oro y alquitrán [VMin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora