Yuu.

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La muerte de Kai causó revuelo en el pequeño pueblo y sus dedos acusadores me apuraron a mi como el asesino del padre, aún si las evidencias del suicidio estaban frente a sus ojos, cegados se negaban a creer que alguien como él hubiera terminado con su vida por decisión propia.

Tuve que huir y alejarme del cuerpo de Kai, con el hilo una vez más alargándose.

Mi travesía me llevó esta vez al sur de Francia. Mi suerte me permitió adueñarme de una casa abandonada en el campo donde me asenté e hice de aquel lugar mi hogar. Los años volvían a pasar y para mi suerte no mucha gente circulaba por mi actual morada, por lo que era fácil mantener el anonimato, lejos de los problemas y críticas sociales.

A pesar de los años, no podía olvidar a Kai, su sonrisa se aparecía en mis sueños y por las mañanas juraba sentirlo a mi lado, aunque aquello fuera completamente imposible.

La soledad en la que me había vuelto a sumergir no hacía ningún bien a mi estabilidad emocional y empeoró cuando la segunda guerra mundial estalló. Reclutaron a todos los hombres que se podían, incluyendome. Me ofrecí como voluntario para ver si podía hacer alguna diferencia en un paisaje tan desolador, para distraerme, para ver si de una vez por todas moría para reencontrarme con Kai, para mostrarle que siempre debimos permanecer juntos.

Me asignaron a un pelotón y pronto estuve lejos de casa, en una base militar repleta de cadetes como yo quienes aprenderían a luchar por el bien de su país.

Estábamos formando en una fila para recibir palabras por parte de nuestros superiores cuando sentí que el hilo en mi meñique se estrechaba, llamando mi atención y provocando que volteara la vista hacia este. Me sorprendí cuando noté que sólo tenía un par de metros de largo y ascendía hasta finalizar en el meñique de uno de los cadetes. Jadeé.

-¡¿Ocurre algo, Suzuki?! ¿Mi charla te aburre?

El sargento llamó mi atención. Volví a ponerme recto, recobrando la compostura y negando a las preguntas, pidiendo disculpas, recibiendo un último regaño antes de que el hombre prosiguiera con su discurso. Pos supuesto que no seguí prestando atención, mi mente estaba muy lejos. No entendía lo que ocurría, ¿cómo era posible esto? ¿cuánto tiempo había transcurrido desde lo de Kai? Demasiado. Casi 70 años.

Mi mente estuvo junto al recuerdo de Kai y el extraño acontecimiento de mi hilo unido a otra persona hasta que el sargento nos dispersó, asignándonos las cabañas que nos correspondían.

Como el destino tiene un sentido del humor nefasto, quedé en la misma cabaña que el chico al cual estaba unido, y mejor -o peor- dormíamos en la misma litera.

Poco a poco la rutina hizo que nos habláramos. Su nombre era Yuu Shiroyama, un francés con padre japonés, lo que explicaba sus rasgos asiáticos y su apellido. Era demasiado joven, a penas unos 23 años y ya estaba totalmente comprometido por la causa de su país y con la misión de proteger a las personas indefensas. Tampoco es como si ser soldado hubiera sido su primera opción como prospecto de vida, pero lo aceptaba con gran madurez y valentía.

Era divertido hablar con él, era un total payaso, lograba sacarme carcajadas luego de largas jornadas de entrenamiento, las mismas que se alargaban más y más porque aquel tonto me hacía reír mientras el capitán hablaba, haciéndonos ganar un castigo.

Mientras más tiempo pasaba junto a Yuu más me recordaba a Kai, algunos gestos, algunas expresiones y sobre todo la necesidad de golpear sus piernas con las manos en alguna clase de ritmo. A veces era estresante, pero sabía que era Kai, había vuelto, es como si hubiera caído en cuenta de su error y había regresado a mi lado.

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