Capítulo 3

1.5K 126 15
                                    

-Y bueno, cuéntame sobre ti, Tom Holland. Dime, ¿quién eres?

-Bueno, -me mira y sonríe. Ya son las 3 de la mañana y después de tomarnos la copa que nos prometimos, pasamos el resto del tiempo bailando, bebiendo, hablando, riendo... Y ahora nos encontramos sentados uno al lado del otro en el césped, apartados del resto de los invitados, y con una botella de champán haciéndonos compañía - soy Tom Holland, tengo 20 años y formo parte de ser de Los Vengadores, por lo que mi vida se basa en

-No no no no -interrumpo- eso no es lo que quiero que me digas. Quiero saber tus mayores miedos, tus mayores ilusiones y sueños, las canciones que cantas cuando te sientes solo y ese pequeño detalle que a cualquiera le parece una tontería, pero que a ti te pone de los nervios. Quiero saber quien eres.-

Después de mi discurso, Tom se me queda mirando con una expresión de sorpresa y humor, y entonces caigo en la cuenta de que a lo mejor he sido demasiado efusiva y rara, por lo que me sonrojo y, en un intento de disimularlo, me llevo la botella a la boca y doy un gran trago.

Cuando bajo la botella y el silencio me empieza a volver loca, Tom por fin habla.

- ¿Sabes?, no me esperaba para nada que me dijeras eso. Quiero decir, nunca nadie me había preguntado eso y... - dice desconcertado . Pero cuando creo que la he cagado, Tom se sienta justo enfrente mía y me mira a los ojos con una intensidad que juro que llegaba a abrasar.-Mi mayor miedo es la muerte. Se que es algo a lo que todo el mundo le tiene miedo, pero es que no puedo evitar sentir como si me ahogara cada vez que pienso que un día moriré, y que ya no habrá vuelta atrás. Mi mayor sueño siempre ha sido esto, dedicarme a la actuación es mi gran pasión y, ahora que estoy viviendo mi sueño, solo espero que dure. No tengo ninguna canción para cuando me siento solo o mal. Yo solo intento escuchar música alegre o hablar con mi madre, eso siempre me ayuda. Y ese pequeño detalle que me saca de mis casillas es... - se queda pensando por un momento y luego dice- que dejen las sillas salidas. Quiero decir que, por ejemplo, después de comer, no metan la silla debajo de la mesa y la dejen

-¿Si? - vuelvo a interrumpir - ¡Oh dios mío, yo también odio eso! En serio, me pone muy nerviosa que la gente no meta la silla debajo de la mesa. Quiero decir, es sólo un segundo, ¿tanto molesta hacerlo? -

-¿De verdad también odias eso?

-Oh, si. Con toda mi alma.

-Pensé que era la única persona que odiaba esa pequeña tontería. No paras de sorprenderme, _______. - Y sonríe de esa manera suya que hoy he descubierto que puede llegar a enamorar hasta a la persona con el corazón más de piedra.

Y me vuelvo a perder. En él. Con él. Gracias a él. Y agradezco mentalmente a Jessie por haber decidido casarse.

-Y dime, ¿quién eres tú, _______ Miller?- dice con dulzura.

-¿No lo sabes?

-Mmmh, no lo sé.

-No. - afirmo - ¿ Sabes? Soy demasiado joven para saber quién soy. Tengo 18 años y una larga vida para ir descubriendo poco a poco quién soy, o eso espero.

-Oh, si. Con toda mi alma.

Río y digo- Bueno, si te lo dijera, entonces ya no tendría gracia, ¿no crees? Además, como mucho podría decirte quien soy hoy, pero no quien seré mañana.

-Mmmmh, quiero cambiar mi respuesta - dice en un medio murmullo.

-demasiado tarde. - digo entre risas- Pero tranquilo, que tu respuesta también me ha gustado. A lo mejor más de lo que debería.-
Oh, no. ¿En serio acabo de decir eso? Creo que el alcohol ya me está afectando mucho.

-Pues me alegro. A lo mejor más de lo que debería.

Y sonríe. Y enmudezco. En serio, este chico va a ser mi perdición.

Estoy a punto de hablar cuando unos juegos artificiales nos sorprenden y nos distraen. Me quedo embobada mirándolos cuando de repente, habla.

-¿Te gustan los cuetes?

-Me encantan. - digo sonriendo - Cuando era pequeña a mi padre y a mi nos encantaba quedarnos mirando al cielo y viendo como en la oscuridad de la noche habían destellos de luz.

-Y supongo que con el paso de los años la costumbre se fue olvidando, ¿no? - ahora nos encontramos acostados en el césped, de nuevo el uno al lado del otro, pero con la diferencia de que nuestras manos están rozándose, lo que provoca que cada vez que nuestras pieles se tocan, hayan fuegos artificiales dentro de mi.

-Bueno, no exactamente - sonrío. - Él murió cuando yo tenía 11 años.

-Oh, lo siento. De verdad no lo sabía y... - se pone de lado y me mira intensamente a los ojos- De verdad, lo siento.

-Eh, no te preocupes - y no puedo evitar llevar mi mano a su cara con intención de consolarlo a él. O tal vez para consolarme a mí. - De verdad, está todo bien. Al principio, cuando él murió, yo... - Mientras hablo decido quitar la mano, pero no puedo evitar sorprenderme al notar que, antes de que mi mano toque el suelo, él entrelaza sus dedos con los míos con clara intención de no separarlos. Joder, ¿más cuetes? Me quedo mirando nuestras manos por un segundo y luego continúo. - Cuando él murió, yo no podía ni siquiera oír el sonido de un cuete sin que me echara a llorar. Mi padre de verdad amaba los juegos artificiales, y de todas las cosas que me recordaban a él, esta era la que me hacía más daño. Pero un día, un año después de su muerte, estaba en el jardín de mi casa leyendo cuando empecé a oír el ruido de unos juegos artificiales y no pude evitar mirarlos. Y volví a ver ese espectáculo de belleza que esos fuegos producían. Y no pude evitar pensar que mi padre no podía verlos porque estaba allá arriba. Y entonces caí en la cuenta. Él estaba allí arriba, en el cielo, junto a una de sus pasiones y disfrutando del espectáculo en primera fila. Y comprendí que él ahora era feliz, y que yo también tenía que serlo.

-Vaya - lo que veo en sus ojos es... ¿admiración? - Es una historia preciosa, de verdad. Y me alegro de que lo lleves así de bien.

-Gracias...

Y nos quedamos mirándonos el uno al otro con unas estúpidas sonrisas en la cara, nuestras manos nunca abandonando la del otro y su pulgar acariciando el interior de mi mano. O mi corazón, no lo sé muy bien.

Después de lo que parecen horas, digo:

-¿Sabes? Siempre he querido ir a la playa y tumbarme en la arena mientras los fuegos artificiales nos permiten ver en la oscuridad...

- Bueno, los fuegos ya se han acabado, pero hay una playa a unos diez minutos de aquí en coche. Si quieres podemos... Bueno, podemos ir. Si quieres, claro - dice con una nerviosa sonrisa.

-Me encantaría. - Si mi sonrisa no se ve a kilómetros, creo que sería un verdadero milagro.

Y nos levantamos, recorremos todo el campo hasta que encontramos a Robert y le avisamos de que nos vamos, nos dirigimos hacia su coche, y sólo cuando llega el momento de subirse a él cada uno por su lado, nos soltamos las manos.

❤️❤️❤️❤️❤️❤️❤️❤️❤️❤️❤️❤️❤️❤️❤️❤️❤️

Bueno aquí está su tercera parte espero que le guste y disfruten no olviden Votar y Comentar🌈

La BodaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora