C A P Í T U L O 3

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—Entonces, ¿saldrás con él?

Miré a Inés con los ojos entrecerrados, preguntándome cuántas veces se lo había dicho ya.

—¡Ya te conté lo que pasó!

La chica soltó una risilla, observándome como si supiera algo que yo no. Odiaba cuando hacía eso.

—Lo sé, lo sé, joven padawan.—No pude evitar notar esa última referencia. Sabía que citaba algo de Star Wars, la saga esa de películas de ciencia ficción, pero no logré captar el significado de esa palabra. Inés entornó los ojos, mirándome con fastidio.—. Padawan significa aprendiz. Honestamente, ¿cuántas veces te lo he explicado ya?

—¡Te repito por decimoctava vez que ese tipo de películas no me interesan!

La morena bufó.

—Eso dices ahora... —dijo con aire de misterio—. Pero sí saldrás con él, ¿cierto?

Tomé un cojín del sofá y ahogué un grito en él, exasperada.

—No, no saldré con él.

—¡Pero si le hace mucha ilusión!

—¿Y qué? ¡No quiero salir con él!

—Pero ¿por qué?

—Porque... Porque... —¿Por qué no quería salir con Pablo? Hasta ahora no me lo había planteado; no había un porqué específico, sólo no quería, y ya.—. ¡Porque no!

—Has dudado.

—Bueno, sí, he dudado. ¡Pero eso no tiene nada que ver!

—¿Has hecho una lista de pros y contras?

Y ahí estaba. Las famosas listas de pros y contras de Inés. Lo cierto es que ya tardaba en decirlo, normalmente lo mencionaba mucho antes. A mí me parecían bastante estúpidas e inútiles, pero a ella le encantaban, es más, ese era su único e infalible método para tomar decisiones. ¡Una vez la vi hacer una lista para decidir qué sabor de helado escogía! De todas maneras, por no llevarle la contraria, no puse objeción en hacer una justo ahora. Inés cogió una libreta que había en la mesita de café y trazó una línea en el medio de una de sus hojas, dividiéndola en dos.

—En esta columna anotaremos los pros —dijo, señalando una de las mitades del papel. Después señaló la otra mitad—, y en esta, los contras

Asentí lentamente, preparándome para la ronda de preguntas y confesiones incómodas.

—Dime algo bueno de Pablo.

—Es guapo.

Inés movió la cabeza enérgicamente, dándome la razón.

—Desde luego que sí. Si no hubiera crecido con él ya me lo habría tirado: ¡está cañón!

Las comisuras de mi boca se elevaron al oír aquello. Inés y Pablo eran como hermanos: sus familias eran muy amigas, por lo que ellos crecieron como uña y carne. O más bien como dos hermanos que se pelean mucho pero igual se quieren. No obstante, ambos eran muy conscientes de que en realidad no eran familia, por lo que se podían dar el lujo de opinar sobre el otro de la manera en la que la morena lo hacía ahora.

—¿Y algo malo?

—Es tímido.

Inés anotó ambas ideas en sus respectivas columnas. Continuamos apuntando cualidades buenas y malas de Pablo hasta que ya no se me ocurrieron más cosas que decir sobre él.

—Bueno... ¿y cuál es el veredicto?

Eché un rápido vistazo al trozo de papel y me llevé las manos al rostro.

—Hay más palabras en la columna de pros que en la de contras, ¿cierto? —pregunté, aún con las manos tapándome los ojos. Inés hizo un sonido de garganta para indicar que así era—. ¡Agh!

—Admítelo: lo único que te impide salir con Pablo es tu propio orgullo.

Dejé caer mi espalda sobre el sofá, derrotada.

—Odio que tengas razón.

—Y a mí me encanta tenerla —exclamó mi amiga con tono burlón—. Entonces, ¿lo pensarás?

Aquella era una pregunta difícil. Después de tantas negaciones, ¿estaba dispuesta a dejar mi orgullo de lado y darle una oportunidad a Pablo?

—Está bien, lo pensaré.

—Está bien, lo pensaré

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—Y este era mi marido, Ramón. —La anciana giró la cabeza para mirarme—. ¿A que era guapo?

—Sí, señora, era sin duda una belleza —respondí, asintiendo lentamente. Lo cierto es que el hombre era muy atractivo: mandíbula marcada, penetrantes ojos oscuros, cabello alborotado y un porte relajado pero disciplinado.

— ¡Ay cuánto hecho yo de menos a mi Ramón! —exclamó Doña Margarita con un deje de melancolía—. ¿Tú también tienes o tuviste a alguien especial en tu vida?

¿Alguien especial? La lista era larga. Cuando se es el dios del amor, más de dos mil años dan para la aparición de numerosos intereses amorosos. La mayoría eran aventuras, rollos de una noche, pero había un par de personas que habían marcado mi existencia... Echaba de menos a Psique... El mito que siempre se había contado hablaba de un bonito final en el que ella y yo nos casábamos, pero la realidad era muy distinta. Tal vez modificaron la historia para ocultar una verdad casi imposible de soportar para un mortal. Aunque quizás tampoco fuera fácil para los dioses sobrellevarla. Al fin y al cabo, más de dos mil años habían pasado y yo todavía pensaba en ella.

—No, no lo creo —dije finalmente—. Supongo que aún sigo buscando a la persona adecuada.

—Hijo, no te preocupes —me aconsejó—. El amor siempre llega en los momentos más inesperados.

Le di una sonrisa amable en agradecimiento. Estaba a punto de comentarle un dato curioso sobre lo que ella llamaba amor cuando un horrible dolor de cabeza me atacó. Me llevé una mano a la sien y la masajeé con los dedos, pero el dolor no se iba.

—¿Podría usar el servicio? —pregunté con la mandíbula apretada por las punzadas que martillaban mi cabeza. Era como si millones de agujas se clavaran en mi cerebro; la angustia era tal que llegué hasta a sentir náuseas.

—Por supuesto; es la primera puerta a la izquierda.

Me dirigí con prisa al baño y cerré la puerta, apoyando la espalda en ella. Jadeando, fui hacia el lavabo para lavarme la cara. Abrí el grifo y en cuanto el agua fría comenzó a brotar de él, llené mis manos con el líquido y me lo eché a la cara. Apoyé las manos a los costados de la pila, respirando con fuerza. ¿Qué me estaba pasando? ¿A qué se debía este malestar tan repentino? Levanté la cabeza para mirarme en el espejo, pero, en lugar de mi reflejo, encontré a otra persona observándome desde el cristal.

Cupido, no juegues con el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora