Día 16

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Pasaron 6 días desde el suicidio del científico Albert Wester y yo no sabía cómo sentirme al respecto. Por un lado Wester nos había abandonado con el proyecto en curso. Pero por otro, había hecho lo que ninguno nos atreviamos.

El alto mando encendió el código rojo de inmediato, y yo no digo que Wester no fuera importante, pero las alarmas comenzaron a sonar y nos ordenaron volver a nuestras habitaciones de inmediato. Todavía recuerdo las palabras del Mayor Paul.

«¡Quien no regrese a su habitación en los próximos cinco minutos, no vivirá para contarlo!»

Todos, incluyendome, corrimos a nuestra habitación tras la advertencia suya.

No teníamos otra opción, no sería la primera vez que Paul realizase acciones ilegales dentro del establecimiento, no era como que hubiera alguien capaz de detenerlo, el gobierno solo pone atención a las armas que desarrollamos, y no a los soldados que ponían al mando.

¡Toc! ¡Toc! Se escuchó al otro lado de la puerta de mi habitación.

–Zack, el Mayor Paul me mandó a buscarte. –Era Michelle, su voz denotaba cansancio, sus palabras aplacadas por la madera.

–¿Qué tiene para decirme? –pregunté.

–Es sobre Wester, vamos, has estado encerrado en tu habitación desde hace seis malditos días –dijo sin contestar del todo a mi pregunta–, ve a hablar con él.

–Puedo estar aquí por mucho más. –dije groseramente.

–Zack, por las buenas o por las malas. –amenazó.

–Entra, verás que divertido serán tus fracasados intentos por llevarme con Paul. –respondí.

–Zimmerman, no digas que no te lo advertí. –dijo Michelle abriendo de pronto la puerta.

Me levante lo suficiente como para llegar a sentarme en la cama, desde donde pude ver a una muy enojada Michelle.

–Vamos –repitió–. Son órdenes del Mayor Paul

–¿En serio?¿Qué ganas tú con esto? –desafié–, ya me has avisado, ahora vete.

Con Michelle se habría una puerta al mundo exterior, la muerte de Wester se hacía más tangible, más cercana.

–Zack, solo ven –volvió a ordenar–, sal a que te dé un poco el aire.

–No. –respondí sin más.

Estoy en una base militar secreta, aquí no corre aire.

–¡Zack!, ¡solo obedece maldita sea! –gritó y yo me puse de pie.

–¿¡Por qué!? ¿¡Crees que soy un maldito esclavo al que pueden decir que hacer!? –Un extraño orgullo de que no me temblara la voz hinchó mi pecho, pero le estaba gritando a Michelle, y me sentía mal por eso.

–¡De lo contrario te llevare por las malas! –volvió a decir la chica.

–Por favor, tú no serías capaz de lastimar a alguien, menos a un amigo. –dije confiado.

–Parece que no tiene mucho éxito, señorita Spín –dijo Paul apareciendo de la nada por la puerta de mi habitación–. Puede retirarse, hablaré aquí con Zack.

Michelle me miró enfurecida, un ápice de tristeza arremolinando en su mirada. Pero se fue.

Paul se planchó la chaqueta con las manos y carraspeó antes de hablar.

–Hola Zimmerman –Su voz era baja, cansada–, ¿negandote a seguir viviendo?

Tomé asiento en la cama y él permaneció de pie. Ese toque sarcástico que solíamos utilizar entre los dos, había vuelto. Y se me hacía raro.

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