Ya pasaron ocho días desde el último experimento.
Las cosas que vi en el tiempo que realizamos el Proyecto Abigail son simplemente inhumanas, sanguinarias y brutales.
El cabello de Abigail se ha caído en su totalidad, su cabeza se hizo considerablemente más grande, ahora mide casi tres metros. Dimos con el problema al quinto día, cuando después de hacerle tres analíticas de sangre y no encontrar radioactividad por ningún lado, Cooper sugirió hacerle el análisis a los huesos. El torio 234 se había acumulado en pequeñas cantidades que favorecieron el crecimiento exagerado de sus extremidades.
El hecho de que estuviese delgada no mejoraba la situación.
Irónicamente, los cocineros preparan demasiada comida para ella, tanto que uno de ellos se quejó debido a esto, no podían dar abasto.
Como le dije a Wester, los calmantes dejaron de hacer efecto y a la hora de suministrar CEPA, los chillidos de dolor aparecieron otra vez.
Abigail está resguardada y escondida detrás de la enorme puerta de metal, además los soldados la ataron con cadenas para evitar que ocurriese un accidente. Desde allí escuchábamos los lamentos, todos los días, mientras trabajábamos en el laboratorio. Bueno, hasta que dejaron de escucharse.
Un día llegué al laboratorio antes de la hora. Wester estaba arrodillado hacia la puerta y me paré en seco cuando oí un sollozo salir de él. Estaba llorando, tratando de decir algo que no se entendía muy bien.
Me giré en silencio, decidido a irme, cuando coloqué la mano en la puerta para retirarme escuché:
–Abi, Abi, soy yo papá –Su voz estaba ronca– Lo siento, no debí dejar que esto pasara.
Un golpe se escuchó tras la puerta y los pelos se me erizaron.
–Creí que con la segunda dosis pasaría, lo juro. Y luego… debimos hacer más análisis. Debimos...pero lo remediaré. Lo juro por lo más sagrado.
El golpe se volvió a repetir, y yo seguía en la puerta, sujeto a un pomo que no iba a girar.
–Lo juro, lo juro –decía.
Me fui de allí después de eso.
Era el único realista en esta base, se acabó, no había nada que pudiéramos hacer por ella, estaba condenada a estar en esa forma por el resto de su vida. No había un proceso de inversión, ni nada parecido.
Matarla sería nuestra mejor opción, ella era el menor de nuestros problemas, ahora teníamos a la Unión Soviética como prioridad, y no un proyecto fallido que solo era una manera de quemar nuestra reputación, dinero y tiempo, eso es lo que habría dicho Paul si estuviese enterado de la situación.
En vez de eso cada día me preguntaba qué le ocurría a Wester y porqué había dejado de enviarle informes sobre la misión.
No podía contarle lo más mínimo, Wester y otros altos mandos me harían desaparecer. Solo esperaba que pudiésemos mantener este experimento, al menos, hasta que Wester se diera cuenta de que nada se podía hacer por Abigail.
Tomé mis pastillas y me tumbé en la cama, ahora lo único que me ayudaba a dormir eran las diminutas cápsulas del bote. Acomodé mi almohada y cerré los ojos.
–Zimmerman, Zimmerman –susurraba una y otra vez una voz, parecía de Wester.
–Voy...en seguida señor –dije, no me sorprendía el hecho de que estuviese en mi habitación, pues ya se había metido varias veces sin mi consentimiento.
Abrí los ojos, Wester estaba sentado en una silla, con la boca llena de sangre y una pistola en la mano derecha.
¿Qué carajos?
–¡Wester! –grité mientras iba a ayudarlo, pero era inútil, estaba muerto.
–¿Asustado, Señor Zimmerman? –La voz estaba distorsionada, demasiado grave para ser humana–. Ustedes me hicieron esto, ahora deben pagar.
Me giré sobresaltado, Abigail estaba a los pies de la cama, había escapado de su celda.
La imagen de ella era mucho más aterradora ahora, casi llegaba al techo, sus brazos estaban extremadamente delgados colgando a cada lado de su cuerpo. Sus ojos negros por la putrefacción de la sangre y nuevamente mostraba esa sonrisa desquiciada de oreja a oreja. Intenté girarme, con la idea de huir de la habitación, pero mis pies estaban anclados al suelo. Negándose a caminar ni medio palmo.
Abigail se acercó a mi, aún sonriendo, y se agachó hasta que su cabeza quedó a la par con la mía.
–No es posible, ¿cómo has salido? –susurré–. No es posible.
Abigail soltó una risotada, su aliento golpeándome el rostro. Sentí que sus dedos fríos apretaban mi garganta, el aire se cerró para mi. Me levantó del suelo. Me dolía, no podía respirar. La enorme cabeza de Abigail abarcaba todo mi campo de visión, una gran boca abriéndose para devorarme.
Con un golpe la habitación se sumergió en penumbras. Y en otro desperté.
El dolor me presionaba el pecho y los hombros, y la sensación de asfixia todavía recorría mi cuerpo. Y cuando me levanté, sentí que la habitación se levantaba conmigo. Choqué con la mesa, pero pese a todo pude llegar a la puerta,
caminé en dirección al laboratorio. Si Wester no tenía los pantalones para ponerle fin a esto, bueno, el puto Zack Zimmerman lo haría.
–¡Zimmerman! ¿¡Qué hace despierto a estas horas!? –me gritó uno de los soldados que custodiaban la puerta.
Me negué a contestarle nada, y me limite a intentar entrar.
–Wester está adentro, en el laboratorio –indicó el otro–, será mejor que no lo interrumpa.
Ambos se miraron cómplices, antes de volverse hacia mí.
–Nada de eso, no puedo dormir por las noches por esa mocosa llamada Abigail Wester, ¿¡Sabes lo que tu querido Albert esconde tras esa puerta de metal?! –grité en un arrebato de ira.
–Entiendo, él está tratando de arreglarlo en este…–esta vez el golpe se escuchó más nítido, un disparo.
Nos quedamos estupefactos, mirándonos fijamente con una expresión de miedo. Me adelanté, y giré el pomo. Estaba cerrado. Uno de los soldados me apartó e intentó forzar la puerta. Nada.
–¿Y las llaves? –preguntó el uniformado– ¿Zimmerman?
–No tengo, suele estar abierto. ¿Ustedes no deberían tener una copia?
El soldado se dirigió a su compañero y luego hacia la puerta otra vez.
–¿Wester? –dudó– Wester abra la puerta.
–Alerta al Mayor Paul –ordenó el otro. El soldado se dirigió a un aparato telefónico al lado de la puerta, marcando una serie de números y luego esperando la respuesta.
–Mayor Paul, aquí Jackson, ha habido disparos sospechosos en el laboratorio de Wester. Necesitamos permiso para entrar.
Silencio.
–No, no hay comunicación con el interior. –repuso–. Entendido, señor.
El soldado asintió hacia su compañero.
–Vía libre. –informó.
Ambos empujaron la puerta, pero al ver que no cedía, empezaron a patearla.
Permanecía implacable y las fuerzas de los soldados iban en descenso. Por el corredor se escuchaban unos pasos acelerados y Paul apareció girando la esquina. Las llaves en su mano. Al final abrió la puerta.
Al entrar, encontramos lo que probablemente todos esperábamos, el cobarde de Albert Wester se había suicidado.

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ABIGAIL
TerrorSe supone que era un experimento comun. Que no tenia nada de extraño o particular. Ahora estan todos muertos. Esa cosa anda suelta y me esta buscando. Por favor, AYUDA. Portada y Corrección hecha por: JustAPinkPageBaby ¡Muchas gracias chicas! ¡Son u...