Third

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Se esforzó en contener los sollozos, su mandíbula estaba tensa, y sentía una opresión a la altura del pecho, creía que de un momento a otro se iba morir; la culpa y la angustia lo estaban consumiendo poco a poco. Estaba exhausto.

Miró la foto que tenía entre sus pálidos dedos: una pequeña criatura reposaba en su cuna rosada, una que sus ansiosos progenitores con meses de anticipación se la habían comprado, felices y desesperados a que naciera; al lado de la ojiverde se encontraba Louis parado, sonriendo mientras la veía descansar, se le veía tan feliz, tan completo.

Su hermoso hombre y su espléndida hija: la deseada familia que había prometido construir al lado de él.
Irónicamente triste. Él estaba destruyendo todo eso.

El maldito nudo en el pecho le impedía decir toda la verdad a Louis. Se la pasaba meditando, preguntándose si él ya se sentía así por todo eso, ¿cómo estaría el castaño si le contara la verdad? Harry no quería destruirlo, su pequeño no merecía afrontar algo así. No.

Suspirando afligido, cerró los ojos al recordarlos.

Aquel día, cuando Louis había dado la vida a la pequeña ojiverde, Harry se había sentido vivo de nuevo, como la vez que conoció a su esposo. Sintió como si hubiese renacido junto con la pequeña Blyoh pues al ver por primera vez aquel precioso y delicado rostro, su pequeña naricita, sus regordatas manos y el pequeño puchero en sus labios, su corazón había dejado de ser suyo porque, inconscientemente, junto con su alma se había unido con los de su hija.

Había encontrado el amor por segunda vez; un verdadero amor que duraría hasta el día de su muerte.

Tenerla entre sus brazos por primera vez había sido algo mágico e indescriptible, al verla tan pequeña e indefensa le dieron ganas de protegerla siempre, luchar por su biener físico y psicológico, asegurándose en alejarla de toda la maldad que había alrededor de ellos, sobre todo lo enfermiza que estaba la sociedad. Cuidarla de todo aquél que le hiciera daño.

Sonrió melancólico al pensar lo último, un sabor amargo invadió su boca; él estaba haciendo exactamente eso.

-No puedo hacerles esto, Xander- susurró. -No puedo causarles tanto daño, sería egoista de mi parte- alzó la mirada, posandola en la de su compañero. Sollozó, y templando desesperadamente con cada hipo, empezó a torturar su labio inferior, impediendo que más sollozos salieran de su garganta, no quería seguir llorando. Un líquido rojizo con sabor a metal empezó a emporcar su labio inferior, sin embargo, Harry aumentó la fuerza de la mordida, terminando por arracarse un pedazo de piel. Deseaba sentir dolor físico y enfocarse en ello, porque, según él, era más fácil tolerar eso que el sentimiento de agobio que lo estaba haciendo mierda. Lo estaba acabando.

-No hagas eso, Harry. Te estás lastimando- dijo Xander.

Cuando llegó a la oficina del ojiverde, Xander lo había encontrado en ese mismo patético estado: sentado en el lujoso sofá cerca de su enorme y pulcro escritorio, con una foto en la mano izquierda y un vaso repleto de alguna substancia alcohólica en la otra, el cabello despeinado, los ojos rojos y el rostro empapado de lágrimas.Tenía un aura apaga, derrotada; estaba deprimido. Odiaba verlo así porque sabía que, paulatinamente, se estaba destruyendo.

El rubio se había quedado a su lado, escuchando los sollozos del ojiverde hasta que cansado de toda esa ridiculez, se paró en seguida, se agachó a la altura del rostro de su compañero. Le agarró las manos, y pasó su dedos sobre su labio inferior, acariciandolo -Te estás haciendo daño, mira toda la sangre que estás derramando- sacó su pañuelo del bolsillo de su camisa y limpió los labios del ojiverde -Basta estar así. Ya hemos hablado de esto, Harry, no te hace bien.

SorpresaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora